La piel, es sin duda, el mayor órgano del cuerpo
humano o animal y actúa como barrera protectora que aísla el resto del
organismo del medio que le rodea, protegiéndolo y contribuyendo a mantener
íntegras sus estructuras al tiempo que actúa como sistema de comunicación con
el entorno.
Algo similar sucede en el mundo vegetal, por ejemplo
la fruta, una importante fuente de nutrientes que se contienen no solo en la
pulpa sino en su piel que llega a acumular hasta el triple de fibra y vitaminas
que su parte mollar, por ello, y a menos que dicha piel nos resulte áspera, muy
dura o desagradable, no hay duda de lo beneficioso que resulta comerla con
piel.
Todos tenemos claro que en el mundo de la fruta y su
consumo hemos de salvar un inconveniente, en general son tratadas con
insecticidas y otros agentes químicos para protegerlas de plagas y
enfermedades, esto hace necesario el lavarla de forma adecuada, solo con agua
fría, si deseamos eliminar lo impropio y administrado por agentes externos.
Sin embargo, volviendo al ser humano, no quiero
referirme a la piel como ese recubrimiento formado por la dermis (capa interna)
y la epidermis (capa externa), sino a esa otra piel que vamos dando forma a lo
largo de nuestra vida y con la que pretendemos proyectar la imagen que deseamos
que los demás tengan de nosotros y es de esa piel, dentro de este paralelismo, sobre
la que me formulo la pregunta ¿Esa piel no genética sino construida puede
tener, como la fruta, plaguicidas y contaminantes?
Mi respuesta es afirmativa y sin paliativos, esa
piel que hemos ido forjando año tras año puede y suele presentar elementos nocivos,
evidentemente no son pesticidas ni agentes químicos; son nuestros prejuicios,
nuestros miedos, nuestros complejos y una lista interminable de elementos perjudiciales
que intoxican nuestra piel, en definitiva todo aquello que disfraza nuestra
autenticidad y que nos permite exhibir con innegable artificiosidad una
personalidad con apariencia engañosa, es algo así como aparentar lo que no se
es.
Para aprovechar las ventajas que nos ofrece la piel
de la fruta contamos con una doble solución, la ya comentada de lavarla
convenientemente o consumir fruta que provenga de una agricultura ecológica,
exenta de insecticidas, fungicidas, acaricidas o herbicidas, tampoco utiliza
fertilizantes químicos y practica la rotación de cultivo para mantener la
fertilidad del suelo, porque la repetición de un cultivo en un mismo sitio
favorece la aparición de plagas, hongos o malas hierbas.
Un desarrollo “ecológico” del ser humano requeriría
de la universalización de una serie de valores que se me antoja impensable y
por tanto utópico y no creo que una buena ducha nos libere de esa costra o caparazón
que hemos ido dando forma, cual armadillo, para defender ante los demás nuestra
verdadera esencia o como mínimo mostrar una cierta inaccesibilidad.
Yo desde luego tengo clara la conclusión: La fruta
con piel, sin olvidar las medidas preventivas y las personas ¡SIN PIEL!
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