Tomaré como punto de partida que mostrar “apego”, es
por lo general, algo que resulta bien visto, quien demuestra o confiesa “apego”
a algo o a alguien tiene un buen cartel y esto es así porque afortunadamente
casi siempre estamos dispuestos a poner nuestro enfoque en el lado positivo de
las cosas y otorgamos al “apego” un valor afectivo, lo que despierta cierta
benevolencia en nuestras conciencias.
Es cierto que tener “apego” es sentir afición o
inclinación hacia alguien o algo; lo que nos lleva a encontrar ejemplos de ciertas
dificultades ante situaciones como la de ceder o regalar cosas que ya no
usamos, pero que las conservamos “por si acaso…”; en la dificultad de probar
nuevos sabores aferrándonos a los que nos resultan más familiares; dudas para
experimentar nuevos estilos en la forma de vestir bajo el argumento,
habitualmente no contrastado, de que son propios de otros; el trance de no
aceptación del hecho de que alguien querido ha dejado de estar cerca de
nosotros, por abandono de nuestro entorno emocional o terrenal; etc.
¿Qué trae hasta mí el concepto “apego”? En mi
opinión un gran número de “apegos” no son más que simples tapaderas de nuestros
miedos y es importante tratar de discernir entre los que nocivamente lo son y
los que responden a emociones reales que no cercenan nuestra personalidad. Algo
me sugiere que la solución ideal pasa por conservar y cultivar los “apegos” que
contribuyen a ser quiénes somos y desterrar o liberarnos de los que interfieren
en nuestro verdadero “ser”.
Podemos admitirlo o no, pero parece existir más de
un contraste empírico de la relación directa entre ciertos “apegos” y miedos,
yo no tengo ninguna duda, detrás de un “apego” puede haber uno o varios miedos,
situaciones en la que un “apego” no es sino otra cara del miedo, algo que nos
hace aferrarnos a lo conocido, a lo que nos evita la incertidumbre o
inseguridad de lo desconocido. La cuestión solo tiene una salida ¿Cómo
liberarse de esos “apegos” que realmente son miedos?
La solución reside en explorar esos “apegos” que
reconocemos en nuestro proceder, podemos sentir “apegos” por una persona, un
lugar, un objeto, un recuerdo, una experiencia, una idea o cualquier otra cosa;
unos pueden resultar más reconocibles que otros, pero en todos aquellos que
podamos deberíamos preguntarnos ¿Qué me aporta sentirme tan apegado a esto? ¿Puede
existir algún miedo o temor que me impide nuevas posibilidades?
¡Puedes dar un paso más! Aunque lo cierto es que
precisa de mayor sinceridad y valentía, pero apunta a resultados superiores,
implica colocarse en el plano inverso y reflexionar sobre cómo podrían ser las
cosas en ausencia de ese “apego”, desatarse de emociones y recuerdos que no
aportan pero limitan, porque frenan la decisión de nuevas experiencias ¿Qué
supondría para mi vida desprenderme de lo que puede venir condicionándome?
El “apego”
siempre es la dependencia de un sentimiento. Los apegos se dan en el campo
emocional. No confiero al “desapego” una condición negativa, sino una condición
vigilante, positiva, que nos libera de algo que nos impide el contacto con nosotros
mismos, ese algo es miedo de la libertad. Tenemos “apego” cuando tenemos miedo
de la libertad. Tenemos “apego” cuando perdemos el poder interior. Tenemos “apego”
cuando nos volvemos dependientes de una persona, de un evento, de una
circunstancia; inclusive de la religión como un refuerzo exterior, no como un
punto de apoyo interior.
Ni renuncio, ni reniego de la emoción de sentir
“apego” por algo o por alguien, pero creo que es imprescindible mantener la
guardia alta para evitar que esos “apegos” se conviertan en escudos de miedos
limitantes ante nuevas oportunidades, ante nuevas experiencias, ante nuevas
emociones y en definitiva ante lo menos cotidiano.
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