Sí prescindimos de la primera acepción que nuestro
Diccionario aplica al término presumir y que le define como la sospecha, juicio
o conjetura de algo por tener indicios, encontraremos que se refiere a presumir
como la conducta de la persona de vanagloriarse, tener alto concepto de sí
mismo o cuidar mucho su arreglo personal para parecer atractiva. En mi opinión,
el único término que dentro de este concepto presenta cierta toxicidad es el de
vanagloriarse si le entendemos como la autoalabanza excesiva y presuntuosa.
Por otro lado creo que podremos estar de acuerdo en
que la vergüenza no es lo que consideraríamos una virtud; desde luego en la más
benévola de sus acepciones representa un encogimiento o cortedad de ánimo, sin
embargo, el vergonzoso suele despertar ciertas dosis de simpatía, mientras que
el presumido, por lo general, resulta antipático y probablemente esto sucede
porque se asocia con el exceso, pero curiosamente no siempre consideramos el
exceso como algo descalificante, por ejemplo: a quién muestra exceso de valor termina
por considerársele un héroe y al que muestra exceso de bondad le elevamos a la
categoría de santo, o como mínimo a la de persona desprendida y de gran corazón.
A mí me gustaría proponer el concepto de “buen
presumir”, por supuesto sería un concepto sujeto a determinadas exigencias como
desterrar tanto la fanfarronería como la falsa modestia; mientras que la fanfarronería
refleja un alarde personal que se te va de las manos, la falsa modestia
pretende autoalimentar el ego bajo un pretendido manto de humildad, pero a mí
se me antojan, ambas, más cerca de la soberbia que de otra cosa.
La fanfarronería implica hacer alarde de lo que no
se es, es como cubrirse de un manto de apariencia y hojarasca que oculte lo que
probablemente uno no acepta de sí mismo, por otro lado, si modestia es la
actitud tendente a moderar las acciones externas, lo que implica contenerse en
ciertos límites, de acuerdo con las conveniencias sociales, junto a la cualidad
de humilde, de falta de vanidad o de engreimiento, ponerle delante la
calificación de “falsa” la convierte en algo inventado, forzado o falsificado.
El “buen presumir” sería la conducta que apadrinada
por la sencillez, tendría como fin fundamental mostrar a los demás las mejores
galas que uno cree poseer con la intención y compromiso de compartirlas. Este
concepto exigiría matizar que presuntuoso y presumido no son sinónimos, el
presuntuoso está lleno de presunción y de orgullo y por tanto de arrogancia y
vanidad y aunque el presumido puede correr los mismos riesgos, basta para
evitarlos la determinación de controlar su fatuidad, algo imposible para el
presuntuoso.
No hay duda de que la conducta del presuntuoso es
ofensiva, pues lejos de responder a una intención de mostrarse a sí mismo “tal
cual” de forma veraz, se reviste de un falaz y ampuloso encubrimiento, que no
puede ser sino una falta de consideración y respeto hacia los demás. El “buen
presumir” podría llegar a ser una virtud si viene desprovisto de arrogancia y
cargado de generosidad, una generosidad que pretende poner, a disposición de
los demás, aquello que se considera lo mejor de uno mismo.
Y es que mientras la arrogancia se engalana a base
de altanería y soberbia, la generosidad lo hace mostrando su inclinación hacia
la utilidad e interés de los demás.
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