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miércoles, 27 de junio de 2012

¿PROVOCACIÓN, PROVOCAR O PROVOCADO?


La RAE define Provocación como el delito consistente en incitar públicamente a alguien para que cometa una acción delictiva
En esa línea, pero ampliamente matizado, aparece recogido en el artículo 18 del Código Penal según el cual: “La provocación existe cuando directamente se incita por medio de la imprenta, la radiodifusión o cualquier otro medio de eficacia semejante que facilite la publicidad, o ante una concurrencia de personas, a la perpetración de un delito [...]”.
La proposición (invita) y se diferencia de la provocación (incita) por el apremio más enérgico que realiza esta, y porque en la provocación el provocador no está resuelto a ser ejecutor del delito, a cuya perpetración incita, ni pretende que dicha perpetración sea conjunta, sino que se limita al intento de determinar a otro u otros a la ejecución de un hecho punible, pero sin que él haya de tomar parte, directa y materialmente, en la misma.
Sin embargo, cuando conjugamos el verbo provocar se nos abre el abanico de posibilidades. Para empezar y siguiendo siempre a la RAE, en su primera acepción mantiene la línea de que supone la incitación a alguien de que ejecute algo, pero en esta definición ha desaparecido el requisito de que deba ser una actividad delictiva, lo que le otorga una dimensión muy distinta.
En su segunda acepción, identifica provocar con Irritar o estimular a alguien con palabras u obras para que se enoje, es decir, el provocador pretende “sacar de sus casillas” al provocado buscando su pérdida de control.
La siguiente acepción nos habla de intentar excitar el deseo sexual en alguien, despertar su libido buscando el placer.
Acepciones muy diferentes pero con algo en común, todas ellas precisan de la existencia de un agente activador de la provocación y un destinatario de la misma, es decir, existen el provocador y el provocado.
Pero existe otro tipo de provocado, el que se siente tal por una percepción suya y sin que realmente medie tal provocación; ilustraré esta afirmación con una breve historia:
Ayer por la tarde decidí salir a dar un paseo y tomar un café en una terraza, al acercarme a la cafetería, vi un gran revuelo de gente, en mitad de la calle.
Metomentodo como soy, me acerqué a cotillear, pudiendo comprobar en mitad del grupo a un joven tumbado en el suelo. Pensé en un resbalón o algo así, pero cuando levantó la mirada, descubrí un fuerte impacto en su nariz, de la que brotaba abundante sangre.
- Es que iba provocando – decía, a modo de justificación, uno de los hombres que se encontraba en medio del tumulto, mientras parecía intentar calmar el dolor que sentía en los nudillos de su mano derecha, masajeándosela con la otra.
A mí no me parecía que el joven tuviese pinta de provocador, a la vez que escuchaba a otro de los presentes.
- Pero si es un muchacho de lo más pacífico, nunca ha tenido una bronca con nadie, ¿Cómo que iba provocando?
- ¿Y a quién le importa todo eso? El caso es que iba sonriendo.
- ¿Y?
- Que le pregunté por esa sonrisa y me dijo, sencillamente, que era feliz.
Es evidente que tan injustificable y censurable actuación tuvo su raíz en lo que percibió como una provocación, esto me hizo reflexionar sobre la conveniencia, cuando uno se siente provocado, en primer lugar de tratar de asegurarnos de que existe una provocación real y en segundo lugar medir y racionalizar, en la medida de lo posible, nuestra reacción o respuesta.

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