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miércoles, 23 de octubre de 2013

EL 2º CORAZÓN


Si alguien te preguntase cuales son los órganos vitales del cuerpo humano, probablemente tu respuesta coincidiría con la de la mayoría de la gente, y dirías: Corazón, pulmones, riñones, hígado, bazo y páncreas. Y si realizamos un superficial y breve repaso anatómico sobre cada uno de ellos, encontraríamos algo similar a:
El corazón es el órgano principal del aparato circulatorio, de naturaleza muscular, funciona como una bomba aspirante e impelente, impulsando la sangre a todo el cuerpo.
Los pulmones son los órganos en los cuales la sangre recibe oxígeno desde el aire y a su vez la sangre se desprende del dióxido de carbono que se expele al aire.
Los riñones filtran la sangre del aparato circulatorio y eliminan los desechos (diversos residuos metabólicos del organismo, como son la urea, el ácido úrico, la creatinina, el potasio y el fósforo) mediante la orina.
El hígado es una víscera, de las más importantes por su actividad metabólica encargada de la secreción de bilis, también es el responsable de eliminar de la sangre las sustancias que puedan resultar nocivas para el organismo, convirtiéndolas en inocuas.
El bazo cuya función principal es la destrucción de células sanguíneas rojas viejas, producir algunas nuevas y mantener una reserva de sangre. Forma parte del sistema linfático y es el centro de actividad del sistema inmune.
El páncreas es una glándula mixta, exocrina (segrega enzimas digestivas que pasan al intestino delgado) y endocrina (produce hormonas, como la insulina y la somatostatina que pasan a la sangre).
No voy a negar la condición de centro energético y vital que tradicionalmente se le ha conferido al corazón y que nos ha sido inculcada desde niños, pero quiero reivindicar lo que a mí me parece tan obvio como es la propiedad de reloj biológico que poseen todos ellos. No es un “uno para todos” sino un “todos para uno” y ese uno eres tú. Todos esos relojes son vitales e imprescindibles para marcar nuestro tiempo y jerarquizarlos creo que es un error.
Pero el convencionalismo tradicional también confiere al corazón el privilegio de alojar nuestras emociones: El amor y el odio, el gozo y el dolor, el valor y el temor, y todas las demás emociones son consideradas como algo que pertenece y se rige desde el corazón, por eso nos desconcertaría escuchar a alguien decir algo así como “te quiero con todo mi páncreas”, “te lo digo con el bazo en la mano” o “has destrozado mi hígado”.
El reverendo Henry Wheeler Robinson contó ochocientos veintidós usos de la palabra corazón para hablar de algún aspecto de la “personalidad” humana. De acuerdo con su clasificación, doscientos cuatro de ellos se refieren a alguna actividad intelectual, ciento noventa y cinco al aspecto de tomar decisiones, y ciento sesenta y seis a algún estado emotivo. ¿Qué nos llevó a localizar el epicentro de todos nuestros sentimientos y emociones en el corazón y no en el lugar que les corresponde?
Histórica y ancestralmente lo emocional tenía que ocultarse, reprimirse, eran impulsos que condicionaban negativamente nuestro comportamiento, solo podíamos sufrir las emociones silenciosamente, desde la pasividad y tratar de redimirlas en contextos muy íntimos, tal presión empujó a la especie humana a crear un subterfugio, a tallar un gestor de nuestro comportamiento, algo que nos liberara de nuestros actos, al menos ante los demás, esto convirtió al corazón en el responsable de nuestra mente, emociones y voluntad.
Lo cierto es que no siempre comprendemos nuestras emociones y mucho menos sabemos qué hacer con ellas, pero casi siempre se nos anticipan y descubren nuestras debilidades, miedos, deseos y metas. Afortunadamente hoy en día el estudio de las emociones se plantea desde un marco positivo y posibilita aprovecharlas para el autoconocimiento y enriquecimiento personal.
Admito que el ritmo cardiaco pueda generar emociones, pero igualmente las emociones pueden alterar dicho ritmo de la misma manera que pueden llegar a provocar un malestar de estómago, y no por ello consideramos al estómago responsable de dichas emociones. A veces pienso que descargar nuestros hechos sobre el dictado del corazón es como eludir la responsabilidad de nuestros actos.
Es aquí donde yo sitúo lo que he denominado el segundo corazón, denominación por analogía al ser igualmente aspirante e impelente, centro neurálgico de nuestras voluntades, aunque no sería sensato negar la conexión entre ambos ámbitos, pues en mayor o menor medida, lo orgánico influye en lo emocional y lo emocional en lo orgánico, aunque cada aspecto desde su génesis.

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