Si alguien te preguntase cuales son los órganos vitales del cuerpo humano, probablemente tu respuesta coincidiría con la de la mayoría de la gente, y dirías: Corazón, pulmones, riñones, hígado, bazo y páncreas. Y si realizamos un superficial y breve repaso anatómico sobre cada uno de ellos, encontraríamos algo similar a:
El corazón es el órgano principal del aparato
circulatorio, de naturaleza muscular, funciona como una bomba aspirante e
impelente, impulsando la sangre a todo el cuerpo.
Los pulmones
son los órganos en los cuales la sangre recibe oxígeno desde el aire y a su vez
la sangre se desprende del dióxido de carbono que se expele al aire.
Los riñones
filtran la sangre del aparato circulatorio y eliminan los desechos (diversos
residuos metabólicos del organismo, como son la urea, el ácido úrico, la
creatinina, el potasio y el fósforo) mediante la orina.
El hígado es una víscera, de las más importantes
por su actividad metabólica encargada de la secreción de bilis, también es el responsable
de eliminar de la sangre las sustancias que puedan resultar nocivas para el
organismo, convirtiéndolas en inocuas.
El bazo cuya
función principal es la destrucción de células sanguíneas rojas viejas,
producir algunas nuevas y mantener una reserva de sangre. Forma parte del
sistema linfático y es el centro de actividad del sistema inmune.
El páncreas es una glándula mixta, exocrina
(segrega enzimas digestivas que pasan al intestino delgado) y endocrina
(produce hormonas, como la insulina y la somatostatina que pasan a la sangre).
No voy a negar la condición de centro energético y vital
que tradicionalmente se le ha conferido al corazón y que nos ha sido inculcada
desde niños, pero quiero reivindicar lo que a mí me parece tan obvio como es la
propiedad de reloj biológico que poseen todos ellos. No es un “uno para todos”
sino un “todos para uno” y ese uno eres tú. Todos esos relojes son vitales e
imprescindibles para marcar nuestro tiempo y jerarquizarlos creo que es un
error.
Pero el convencionalismo tradicional también confiere al
corazón el privilegio de alojar nuestras emociones: El amor y el odio, el gozo
y el dolor, el valor y el temor, y todas las demás emociones son consideradas
como algo que pertenece y se rige desde el corazón, por eso nos desconcertaría
escuchar a alguien decir algo así como “te quiero con todo mi páncreas”, “te lo
digo con el bazo en la mano” o “has destrozado mi hígado”.
El reverendo Henry Wheeler Robinson contó ochocientos
veintidós usos de la palabra corazón para hablar de algún aspecto de la
“personalidad” humana. De acuerdo con su clasificación, doscientos cuatro de
ellos se refieren a alguna actividad intelectual, ciento noventa y cinco al
aspecto de tomar decisiones, y ciento sesenta y seis a algún estado emotivo. ¿Qué
nos llevó a localizar el epicentro de todos nuestros sentimientos y emociones
en el corazón y no en el lugar que les corresponde?
Histórica y ancestralmente lo emocional tenía que
ocultarse, reprimirse, eran impulsos que condicionaban negativamente nuestro
comportamiento, solo podíamos sufrir las emociones silenciosamente, desde la
pasividad y tratar de redimirlas en contextos muy íntimos, tal presión empujó a
la especie humana a crear un subterfugio, a tallar un gestor de nuestro
comportamiento, algo que nos liberara de nuestros actos, al menos ante los
demás, esto convirtió al corazón en el responsable de nuestra mente, emociones
y voluntad.
Lo cierto es que no siempre comprendemos nuestras
emociones y mucho menos sabemos qué hacer con ellas, pero casi siempre se nos
anticipan y descubren nuestras debilidades, miedos, deseos y metas.
Afortunadamente hoy en día el estudio de las emociones se plantea desde un
marco positivo y posibilita aprovecharlas para el autoconocimiento y
enriquecimiento personal.
Admito que el ritmo cardiaco pueda generar emociones, pero
igualmente las emociones pueden alterar dicho ritmo de la misma manera que
pueden llegar a provocar un malestar de estómago, y no por ello consideramos al estómago responsable de dichas emociones. A veces pienso que descargar nuestros hechos sobre
el dictado del corazón es como eludir la responsabilidad de nuestros actos.
Es aquí donde yo sitúo lo que he denominado el segundo
corazón, denominación por analogía al ser igualmente aspirante e impelente,
centro neurálgico de nuestras voluntades, aunque no sería sensato negar la
conexión entre ambos ámbitos, pues en mayor o menor medida, lo orgánico influye
en lo emocional y lo emocional en lo orgánico, aunque cada aspecto desde su
génesis.
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