De pronto se dispararon todas mis alarmas, mi cuerpo se crispó y todos mis sentidos se activaron, unos más deprisa que otros, lo que provocó que se me escapara una maldición: “Precisamente ahora que me encontraba entregado sin reservas a mi más solaz descanso, con la espalda apoyada sobre el tronco de aquel árbol”, tan a gusto me sentía que hasta el tronco del árbol me parecía confortablemente mullido.
Pronto descubrí el
motivo de mi sobresalto, una luz de brillo intenso aunque no permanente era la
causa que me había sacado del apacible y grato sosiego en el que me encontraba;
mi habitual tendencia a la racionalización me exigió un inmediato análisis no
exento de respuestas.
No me resultó
difícil darme todo tipo de explicaciones, estaba ante la diaria y mortecina
despedida del astro sol, esa que le llega cada día justo a la hora vespertina abriendo
un paréntesis de oscuridad hasta el amanecer siguiente y su intermitencia era
responsabilidad de las ramas de los árboles que me rodeaban y que propiciaban
esos claroscuros en un “ahora sí, ahora no”.
Me dispuse a
acomodarme de nuevo sobre el tronco del árbol y prolongar el relax del que
venía disfrutando, pero algo volvió a alterar mi tranquilidad; ¡La brillante e
intermitente luz provenía del este!, esto descalificaba mi razonamiento
anterior y abría de nuevo la puerta de la incertidumbre y de la inquietud,
entonces ¿De qué se trataba?, quiero adelantar que en mi concepción de los
hechos no cabe lo sobrenatural.
De inmediato fui
consciente de que solo tenía dos opciones: Recogía mi mochila y regresaba a
casa sustituyendo el tronco del árbol por un cómodo cojín del sofá, o avanzaba
hacia la luz tratando de descubrir el origen de la misma. Mi talante, nada
valiente ni aventurero, me recomendaba regresar y olvidar lo acontecido, pero
algo más fuerte, y que nunca sabré si podré explicar por qué lo hice, me empujó
a lo contrario.
Con un progresar
lento y sigiloso, me fui aproximando hacia el punto que reclamaba mi atención
cuando el más inesperado y sorprendente espectáculo que nunca había presenciado
se abrió ante mí, confieso que si alguien me lo hubiese contado habría
mostrado, cuando menos, mi escepticismo, pero era yo el que se hallaba allí,
petrificado pero expectante y maravillado.
Después de
descartar la posibilidad de que se tratase de una sensual ilusión óptica, clavé
mis ojos sobre el agua para verla emerger bañada en la luz de la luna llena;
una venus, una diosa, un ser celestial, una criatura adornada por el nácar
blanquecino de la espuma de las olas y una diadema de algas ciñendo su melena;
algo me hizo rendirme a la evidencia, solo podía tratarse de alguien tan mítico
como una “Sirena”.
A pesar de mi
ensimismamiento pude oír claramente como un ruido cada vez más acelerado
golpeaba con cierta violencia la tierra, su cercanía por momentos resultaba más
patente y amenazante por lo que antes de que pudiera darme cuenta vi surgir de
entre los arbustos unos torsos masculinos y poderosos junto a unas caras de
pocos amigos.
De nuevo, lo que
hasta ese día para mí era pura fantasía mitológica volvía a convertirse en una
irrefutable realidad, es cierto que el follaje me impedía ver la parte equina
de sus cuerpos, pero los había oído llegar con ese poderoso y rítmico golpear
típico de las cabalgaduras, no me cabía ninguna duda, había presenciado el
emerger de una “Sirena” y ahora me encontraba ante un grupo de “Centauros”.
El que presentaba
un semblante más intimidatorio se dirigió a mí en una lengua extranjera: “Oú
allez vous?, Oú allez vous?”, menos mal que me tranquilizó la presencia de un
nuevo ser de aspecto terrenal y que en tono conciliador me hizo ciertas
confidencias: La “Sirena” era una top model, los pretendidos “Centauros”
pertenecían al personal de seguridad, la intermitencia lumínica era cuestión de
los focos y los flashes de las cámaras y mi sorprendente descubrimiento era tan
solo un ensayo para un famoso calendario que me pidieron no mencionar; recogí
mi mochila y me fui al encuentro de mi cojín.
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