RICOBLOG

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miércoles, 30 de octubre de 2013

CUESTIÓN DE ACTITUD


Sé que puedo resultar insistente al no ser la primera vez que me refiero a la actitud de la persona y seguro que no será la última, pero es que mi convencimiento pasa por entender que la actitud es el motor de nuestras emociones, de nuestras decisiones y por ello y en buena medida el origen de nuestras experiencias personales.
 
Parte de nuestra felicidad o infelicidad está en nuestra forma de interpretar el entorno y lo que nos sucede dentro de él, lo que sin duda depende en buena medida de nuestra actitud mental. La actitud mental no depende de factores externos, en realidad es una decisión ante la vida, es una actitud personal que requiere una inevitable “toma de decisión” y un más que probable “esfuerzo continuo”; sin embargo la gente suele externalizarla en función de cómo le van las cosas y evidentemente esta es una valoración que hacen desde sus expectativas. Es como juzgar la totalidad del día por su meteorología inicial, pero… ¿Un día que empieza nublado no puede acabar resultando una jornada maravillosa?, o viceversa.

La realidad es que la actitud mental es dicotómica pudiendo ser positiva o negativa y además es cambiante, la actitud mental reside en una disposición personal ante la vida y esta puede variar.

La actitud mental positiva se sustenta en los recursos que se poseen para solucionar los problemas y dificultades sin poner el énfasis en aquello de lo que se carece. Una actitud mental positiva impide que lo que está fuera de nuestro alcance influya en nuestras decisiones y nos ayuda a esmerar la forma en cómo nos expresamos de los demás y de nosotros mismos.

Recuerdo una frase que hace muchos años leí y que pienso describe la esencia de una actitud mental positiva, la frase venía a decir algo así como: “Decisión para cambiar aquello que puedo cambiar, serenidad para aceptar las que no puedo cambiar y sabiduría para distinguir unas de otras”.

Contrariamente, la actitud mental negativa centra más su atención en aquello que se carece o necesita, pero lo cierto es que por muy legítimas que puedan ser esas aspiraciones el enfocarse en ellas no va a eliminarlas, incluso puede generarnos otras.

En lo que tampoco tengo ninguna duda es que nuestras actitudes conforman nuestra “forma de ser”, lo que las confiere un papel activo en nuestras relaciones interpersonales, son nuestras actitudes las que pueden aproximarnos o distanciarnos de los demás en nuestras interacciones sociales.

Si fueses consciente de que una parte de ti en estos momentos precisa de lo mejor que puedas darle: ¿Qué y cómo se lo dirías?, ¿Qué harías o dejarías de hacer a favor de esa parte de ti?, pues igual que esa parte de ti puede necesitarlo en determinados momentos, también le sucede a quienes te rodean.

Es primordial poner atención en las actitudes que adoptamos respecto a los acontecimientos y objetivos. Una correcta actitud mental positiva propiciará nuestras posibilidades de éxito, el uso que hagamos de nuestra libertad nos puede alejar o acercar a nuestros objetivos. Esperar que las cosas salgan bien sin hacer o cambiar nada, es fantasía.

La actitud mental positiva es buscar que las cosas cambien a pesar de lo duro que estas puedan ser por momentos y ello, aun desconociendo cuál será el resultado.

miércoles, 23 de octubre de 2013

EL 2º CORAZÓN


Si alguien te preguntase cuales son los órganos vitales del cuerpo humano, probablemente tu respuesta coincidiría con la de la mayoría de la gente, y dirías: Corazón, pulmones, riñones, hígado, bazo y páncreas. Y si realizamos un superficial y breve repaso anatómico sobre cada uno de ellos, encontraríamos algo similar a:
El corazón es el órgano principal del aparato circulatorio, de naturaleza muscular, funciona como una bomba aspirante e impelente, impulsando la sangre a todo el cuerpo.
Los pulmones son los órganos en los cuales la sangre recibe oxígeno desde el aire y a su vez la sangre se desprende del dióxido de carbono que se expele al aire.
Los riñones filtran la sangre del aparato circulatorio y eliminan los desechos (diversos residuos metabólicos del organismo, como son la urea, el ácido úrico, la creatinina, el potasio y el fósforo) mediante la orina.
El hígado es una víscera, de las más importantes por su actividad metabólica encargada de la secreción de bilis, también es el responsable de eliminar de la sangre las sustancias que puedan resultar nocivas para el organismo, convirtiéndolas en inocuas.
El bazo cuya función principal es la destrucción de células sanguíneas rojas viejas, producir algunas nuevas y mantener una reserva de sangre. Forma parte del sistema linfático y es el centro de actividad del sistema inmune.
El páncreas es una glándula mixta, exocrina (segrega enzimas digestivas que pasan al intestino delgado) y endocrina (produce hormonas, como la insulina y la somatostatina que pasan a la sangre).
No voy a negar la condición de centro energético y vital que tradicionalmente se le ha conferido al corazón y que nos ha sido inculcada desde niños, pero quiero reivindicar lo que a mí me parece tan obvio como es la propiedad de reloj biológico que poseen todos ellos. No es un “uno para todos” sino un “todos para uno” y ese uno eres tú. Todos esos relojes son vitales e imprescindibles para marcar nuestro tiempo y jerarquizarlos creo que es un error.
Pero el convencionalismo tradicional también confiere al corazón el privilegio de alojar nuestras emociones: El amor y el odio, el gozo y el dolor, el valor y el temor, y todas las demás emociones son consideradas como algo que pertenece y se rige desde el corazón, por eso nos desconcertaría escuchar a alguien decir algo así como “te quiero con todo mi páncreas”, “te lo digo con el bazo en la mano” o “has destrozado mi hígado”.
El reverendo Henry Wheeler Robinson contó ochocientos veintidós usos de la palabra corazón para hablar de algún aspecto de la “personalidad” humana. De acuerdo con su clasificación, doscientos cuatro de ellos se refieren a alguna actividad intelectual, ciento noventa y cinco al aspecto de tomar decisiones, y ciento sesenta y seis a algún estado emotivo. ¿Qué nos llevó a localizar el epicentro de todos nuestros sentimientos y emociones en el corazón y no en el lugar que les corresponde?
Histórica y ancestralmente lo emocional tenía que ocultarse, reprimirse, eran impulsos que condicionaban negativamente nuestro comportamiento, solo podíamos sufrir las emociones silenciosamente, desde la pasividad y tratar de redimirlas en contextos muy íntimos, tal presión empujó a la especie humana a crear un subterfugio, a tallar un gestor de nuestro comportamiento, algo que nos liberara de nuestros actos, al menos ante los demás, esto convirtió al corazón en el responsable de nuestra mente, emociones y voluntad.
Lo cierto es que no siempre comprendemos nuestras emociones y mucho menos sabemos qué hacer con ellas, pero casi siempre se nos anticipan y descubren nuestras debilidades, miedos, deseos y metas. Afortunadamente hoy en día el estudio de las emociones se plantea desde un marco positivo y posibilita aprovecharlas para el autoconocimiento y enriquecimiento personal.
Admito que el ritmo cardiaco pueda generar emociones, pero igualmente las emociones pueden alterar dicho ritmo de la misma manera que pueden llegar a provocar un malestar de estómago, y no por ello consideramos al estómago responsable de dichas emociones. A veces pienso que descargar nuestros hechos sobre el dictado del corazón es como eludir la responsabilidad de nuestros actos.
Es aquí donde yo sitúo lo que he denominado el segundo corazón, denominación por analogía al ser igualmente aspirante e impelente, centro neurálgico de nuestras voluntades, aunque no sería sensato negar la conexión entre ambos ámbitos, pues en mayor o menor medida, lo orgánico influye en lo emocional y lo emocional en lo orgánico, aunque cada aspecto desde su génesis.

domingo, 20 de octubre de 2013

MIS QUIMERAS: "De Sirenas a Centauros"


De pronto se dispararon todas mis alarmas, mi cuerpo se crispó y todos mis sentidos se activaron, unos más deprisa que otros, lo que provocó que se me escapara una maldición: “Precisamente ahora que me encontraba entregado sin reservas a mi más solaz descanso, con la espalda apoyada sobre el tronco de aquel árbol”, tan a gusto me sentía que hasta el tronco del árbol me parecía confortablemente mullido.
Pronto descubrí el motivo de mi sobresalto, una luz de brillo intenso aunque no permanente era la causa que me había sacado del apacible y grato sosiego en el que me encontraba; mi habitual tendencia a la racionalización me exigió un inmediato análisis no exento de respuestas.

No me resultó difícil darme todo tipo de explicaciones, estaba ante la diaria y mortecina despedida del astro sol, esa que le llega cada día justo a la hora vespertina abriendo un paréntesis de oscuridad hasta el amanecer siguiente y su intermitencia era responsabilidad de las ramas de los árboles que me rodeaban y que propiciaban esos claroscuros en un “ahora sí, ahora no”.

Me dispuse a acomodarme de nuevo sobre el tronco del árbol y prolongar el relax del que venía disfrutando, pero algo volvió a alterar mi tranquilidad; ¡La brillante e intermitente luz provenía del este!, esto descalificaba mi razonamiento anterior y abría de nuevo la puerta de la incertidumbre y de la inquietud, entonces ¿De qué se trataba?, quiero adelantar que en mi concepción de los hechos no cabe lo sobrenatural.

De inmediato fui consciente de que solo tenía dos opciones: Recogía mi mochila y regresaba a casa sustituyendo el tronco del árbol por un cómodo cojín del sofá, o avanzaba hacia la luz tratando de descubrir el origen de la misma. Mi talante, nada valiente ni aventurero, me recomendaba regresar y olvidar lo acontecido, pero algo más fuerte, y que nunca sabré si podré explicar por qué lo hice, me empujó a lo contrario.

Con un progresar lento y sigiloso, me fui aproximando hacia el punto que reclamaba mi atención cuando el más inesperado y sorprendente espectáculo que nunca había presenciado se abrió ante mí, confieso que si alguien me lo hubiese contado habría mostrado, cuando menos, mi escepticismo, pero era yo el que se hallaba allí, petrificado pero expectante y maravillado.

Después de descartar la posibilidad de que se tratase de una sensual ilusión óptica, clavé mis ojos sobre el agua para verla emerger bañada en la luz de la luna llena; una venus, una diosa, un ser celestial, una criatura adornada por el nácar blanquecino de la espuma de las olas y una diadema de algas ciñendo su melena; algo me hizo rendirme a la evidencia, solo podía tratarse de alguien tan mítico como una “Sirena”.

A pesar de mi ensimismamiento pude oír claramente como un ruido cada vez más acelerado golpeaba con cierta violencia la tierra, su cercanía por momentos resultaba más patente y amenazante por lo que antes de que pudiera darme cuenta vi surgir de entre los arbustos unos torsos masculinos y poderosos junto a unas caras de pocos amigos.

De nuevo, lo que hasta ese día para mí era pura fantasía mitológica volvía a convertirse en una irrefutable realidad, es cierto que el follaje me impedía ver la parte equina de sus cuerpos, pero los había oído llegar con ese poderoso y rítmico golpear típico de las cabalgaduras, no me cabía ninguna duda, había presenciado el emerger de una “Sirena” y ahora me encontraba ante un grupo de “Centauros”.

El que presentaba un semblante más intimidatorio se dirigió a mí en una lengua extranjera: “Oú allez vous?, Oú allez vous?”, menos mal que me tranquilizó la presencia de un nuevo ser de aspecto terrenal y que en tono conciliador me hizo ciertas confidencias: La “Sirena” era una top model, los pretendidos “Centauros” pertenecían al personal de seguridad, la intermitencia lumínica era cuestión de los focos y los flashes de las cámaras y mi sorprendente descubrimiento era tan solo un ensayo para un famoso calendario que me pidieron no mencionar; recogí mi mochila y me fui al encuentro de mi cojín.

miércoles, 16 de octubre de 2013

SENTIDO COMÚN, EL MENOS COMÚN DE LOS SENTIDOS



(Dedicado a mi amiga Teresa Muñoz por su sugerencia)


Todos nuestros sentidos los ubicamos o asociamos a alguna parte de nuestro cuerpo (ojos, oídos, boca, etc…), pero el sentido común no, y sin embargo, lo utilizamos constantemente para referirnos a situaciones que damos por hecho son o deben ser de determinada manera, es la expresión frecuentemente utilizada cuando algo nos parece obvio.

En esta ocasión debo echar mano de la premisa de que “todo es simple pero nada es fácil”; el sentido común “per se” goza de un arraigado prestigio social, todo lo contrario de su situación inversa, argumento suficiente para estigmatizar a quienes no abrazan las referencia grupales que el sentido común representa ¿Simple pero difícil?, veamos si podemos ahondar un poco más en esa polaridad.

Todos hemos oído en más de una ocasión que el sentido común es el menos común de todos los sentidos, pero, esta conclusión exige responder previamente a la pregunta ¿Qué es realmente el sentido común?, confieso que he encontrado más definiciones de sentido común de las que esperaba, pero haciendo un resumen de sus coincidencias podría formular una definición del tipo: “Creencias o proposiciones que parecen para la mayoría de las personas como prudentes, que implican actuar desde un código simbólico compartido y que supuestamente nos proporcionan la facultad de juzgar razonablemente las cosas”.

Es evidentemente que a primera vista es una carta de presentación adecuada para generar prestigio, pero también admite una segunda lectura, esa que solemos denominar “entrelíneas”; en esa lectura “entrelíneas” deberíamos destacar expresiones utilizadas y repetidas de unas definiciones a otras como: “Creencias”, “proposiciones que parecen prudentes”, “código simbólico compartido” o “facultad para juzgar razonablemente”, afirmaciones nada exentas de nuestra propia subjetividad.

Un aspecto importante vinculado al sentido común es la experiencia que cada persona ha tenido en el transcurso de su vida, cómo un sumando más en el resultado final del sentido común, sobre un tema o situación sin necesidad de que esa información haya sido cuestionada científica o empíricamente; lo único que importa es que la mayoría de las personas lo crean o lo tengan por “común”.

El sentido común resulta ser un conocimiento “espontáneo”, en su origen, al surgir sin haberse buscado conscientemente, es un conocimiento “disperso” pues contempla los hechos de forma aislada, sin establecer relaciones entre ellos y es un conocimiento “convencional” al basarse en la tradición y el consenso de la mayoría, es decir, la vigencia de este tipo de conocimientos solo alcanza a quienes los comparten y utilizan.

Por otro lado, muchas de las cosas que se creen como correctas o pertenecientes al “sentido común”, han sido generadas, aprendidas y transmitidas de generación en generación en base a la experiencia de otros y vividas en entornos y circunstancias distintas, por lo que muchas pueden encontrarse desactualizadas o cada vez menos vigentes para las nuevas generaciones. Y es que aunque algo se presente con denominación de origen como “sentido común” y se le conceda vitola de aplicación “universal”, no va más allá de las intuiciones, el buen sentido, el lenguaje común o los axiomas, entre otros.

Todos somos diferentes por lo que vivimos la vida de manera diferente, y si no hace muchos años era fundamental reprimir nuestras emociones, hoy las entendemos como lícitas y las dejamos formar parte de nuestras conductas. Todo ello me empuja a proponer un cambio en el título de este post “SENTIDO COMÚN, EL MENOS COMÚN DE LOS SENTIDOS”, por una nueva formulación como “EL SENTIDO COMÚN, NO ES TAN COMÚN” y en la medida que va perdiendo su condición de “común” va careciendo de “sentido”.

domingo, 13 de octubre de 2013

EL TALENTO ES PATRIMONIO DE TODOS


Considerando el talento, como realmente es, el potencial que puede tener una persona en el desarrollo de un conjunto de habilidades y competencias, podemos afirmar que todos tenemos talento.
Toda persona dispone de una serie de características o aptitudes que puede llegar o no a desarrollar, o hacerlo a un ritmo mayor o menor en función de distintas variables.
Tomar conciencia de esa habilidad innata forma parte del viaje hacia el conocimiento personal, sin embargo embelesarse deshojando la margarita sobre si tenemos o no algún talento impide o retrasa el momento de ponerlo en juego.

Todos tenemos talento, en el fondo es un concepto relativo a cada persona y consiste en la habilidad que se tiene de hacer de manera natural unas cosas mejor que otras; no se trata de si yo lo hago mejor que tú, eso pertenecería al terreno de la comparación o la competición y estos no son el hábitat propio del talento.

Pero el talento tiene dos dimensiones: La cantidad que de él se tiene (es como las cartas que te tocan) y como le utilizas (como juegas con ellas). El talento como potencial es una posibilidad, una promesa y sacarle partido requiere convertirlo en rendimiento real, lo que sin duda exige un determinado esfuerzo y una apuesta de compromiso; las cartas te llegan, como utilizarlas puede mejorarse mediante el aprendizaje.

El talento pone en acción tus habilidades y competencias, unas innatas y otras adquiridas pero todas mejorables, no negaré la necesidad de dedicar un tiempo pues nada que merezca la pena es inmediato, pero el camino más directo para lograrlo es la formación, la formación proporciona destreza y criterio, ayuda a optimizar el cómo y el cuándo lo que fortalece la materia prima de nuestro talento.

Y sí quiero entender como quiero, que el carácter es el conjunto de cualidades propias que te individualizan en tu entorno, el refuerzo de esas cualidades o habilidades/competencias te proporcionará un perfil más solvente que te ayudará a afianzar tu talento y lo hará alimentando tu confianza, ese elemento que nos dota de la seguridad precisa en nosotros mismos, que nos proporciona ánimo, aliento y vigor para acometer nuestras acciones.

Bajo estas premisas, las variables que inciden en un mayor o menor grado de desarrollo de nuestro talento son: Competencias, formación, carácter y confianza, aunque no sin la dosis adecuada de pasión; la pasión es el aderezo preciso que nos proporcionará el punto necesario para potenciar nuestro talento.

Una pasión que hemos de vivir como un compromiso, como la determinación firme e irrenunciable a desterrar la no acción y aplicar en nuestro viaje el mejor talento que poseamos para cada cosa, sin importarnos el talento de los demás.

Como dijo Kavafis en su poema Ítaca: “Es más importante el viaje que te ofrece que la propia isla”; por ello, si yo fuese alguien adecuado para dar un consejo diría que no condicionéis el disfrute a los resultados que consigáis con vuestro talento, disfrutar del viaje que hagáis con él. ¡Atreveros a embarcaros y disfrutar de la travesía!