Hace unos días leí
una frase que me abocó directamente a la negación absoluta de la idea que
enunciaba, la frase en concreto era: “Las
fantasías están para ser cumplidas”; tras el primer impacto y después de
recriminarme la intransigencia inicial me propuse dar una oportunidad a la
tolerancia, dando cuando menos opción al “depende”.
Es evidente que la
definición de “fantasía” por parte de la RAE presenta ciertos tintes positivos
al establecer que se trata de “la facultad que tiene el ánimo de reproducir por
medio de imágenes las cosas pasadas o lejanas, de representar las ideales en
forma sensible o de idealizar las reales”. La fantasía, en su plano más
teórico, cabe en el pasado, en el presente y en el futuro, pues siempre viene
gobernada por nuestra mente, pero la realidad es más tozuda.
En mi opinión, sí
la fantasía gira sobre el pasado viene a ser como un bálsamo del recuerdo, ¡No
es verdadera fantasía!, es una inclinación a edulcorar algo que nos sucedió y
que nos incomoda, no aporta nada distinto a la prueba de que en algún momento
hubiésemos deseado que las cosas fuesen de forma diferente o que nuestra
respuesta “fantaseada” nos propiciase algo más gratificante o distinto a como
fue o a como fuimos. En esta dimensión, la fantasía sería como la negación de
una realidad vivida y no deseada.
La fantasía sobre
el momento presente tampoco me encaja con la suficiente solidez para
convertirla en el motor de los acontecimientos, se supone que el presente es la
continua sucesión de hechos que han de acaparar o centrar nuestra atención, que
nos exige respuestas simultáneas ante estímulos concretos, impidiendo la
evaporación sensorial de lo apetecible. La fantasía sobre el presente podría
estar enviándonos señales de insatisfacción, de incomodidad o peor aun de
inseguridad, estamos deseando que nos suceda algo distinto, pero apelando a la
mente y no a la acción, una mente ocupada por la fantasía puede llegar a
enturbiar más que a despertar.
La fantasía
auténtica pretende el futuro y consiste en vivir lo que no hacemos en la vida
real; es un fenómeno conocido también como “soñar despierto”, pero la fantasía
como vía de realización de deseos insatisfechos puede llegar a tener un
carácter patológico si ocupa una gran parte del tiempo de una persona, tal como
ocurre cuando se tiene una personalidad inmadura.
Soñar mucho
despierto es un mecanismo que puede disminuir gravemente las actividades
enmarcadas dentro de la vida real. Al fin y al cabo, mediante la fantasía se
obtienen satisfacciones rápidamente, a pesar de que, como he dicho, no estén enmarcadas
dentro de un contexto real, con lo que se pueden convertir de forma más o menos
automática en una especie de refugio donde conseguir estimación, poder,
autoafirmación, protagonismo, etc.
En un contexto de
realidad hasta la satisfacción más moderada suele ser acreedora de un cierto
esfuerzo e incluso de ciertas dosis de paciencia o tenacidad, el peligro reside
en caer en la tentación de sustituir el sacrificio en pos de una pequeña
satisfacción por una sensación mayor y más placentera a través de la fantasía, porque
si esta se cumple y sobre todo si se repitiese en más de una ocasión, podríamos
caer en la adicción y abandonar nuestro afán de superación en beneficio del
“maná de la felicidad”, en definitiva un bien o un don que se recibe
gratuitamente.
No propongo que
desterremos de nuestras vidas la fantasía, sin duda es una facultad que en
ocasiones puede resultar balsámica ante una realidad de naturaleza trepidante
como la que vivimos, pero parece recomendable, o cuando menos prudente,
considerarla de forma consciente como un estímulo y no como un remedio, será la
forma de evitar adentrarnos en el terreno de lo ilusorio, es decir, vivir en un
mundo engañoso, irreal o ficticio.