Geográficamente
hablando el desierto es un territorio arenoso o pedregoso, inhabitado y
caracterizado por su escasa vegetación y falta de agua, así como una elevada
presencia de alimañas e incontables peligros en un ambiente de condiciones
climáticas extremas.
De origen e
inspiración bíblica, atribuida a San Juan Bautista se acuñó la locución
adverbial: “Predicar en el desierto, sermón perdido” que refleja el intento
infructuoso de persuadir a quienes no están dispuestos a admitir razones o
argumentos.
Esta antigua
locución es recogida en el Quijote (parte 2ª, capítulo 6º): “… pero todo era
predicar en el desierto u majar en hierro frío” asociación de ideas que se
repite de nuevo en una copla popular:
Quitarme de que te quiera
es predicar en el desierto,
machacar en hierro frío
y darle voces a un muerto.
También el
desierto, según cuentan, es un lugar susceptible de provocar alucinaciones, es
decir, apreciaciones que se sienten como reales sin serlo, lo que me lleva a
entender que una alucinación se origina por el propio sistema perceptivo, que
se trata de una construcción de nuestro cerebro y que obedece a una
interpretación o deseo.
A donde realmente
quiero llegar es a la posibilidad de encontrarnos en un desierto aunque no en
sentido físico sino mental, algo probable incluso situado en el frondoso jardín
que nos rodea, admitiendo que las personas no respondemos a como son las cosas
en la realidad, sino a como las percibimos o como las interpretamos; daría un
paso más agregando como una variable adicional lo que esperábamos que fuera o
sucediera.
No es lo que nos
pasa sino lo que creemos que nos pasa y en ello también intervienen nuestras
expectativas; cuando nuestro horizonte vital se dibuja con dunas, estamos
pisando terreno arenoso, algunas de esas dunas pueden ser:
- Sentir o pensar que estamos solos.
- Ver las imperfecciones de los demás y no las propias.
- Percibir una áspera aridez en nuestro mundo emocional.
Hemos de evitar que
esto se convierta en un callejón sin salida y mantener una mínima capacidad de
retroalimentación, para evitar una progresiva desertificación de nuestro
espacio emocional.
Es fundamental ser
positivos incluso en circunstancias nada propicias, es la forma de prepararnos
mentalmente para pelear ante la adversidad, no tendría sentido negar que los
problemas existen, pero si esto no es discutible no es menos cierto afirmar que
lo verdaderamente importante no son los problemas sino la forma de enfrentarnos
a ellos.
Sí en todo desierto
el alivio se encuentra en el oasis, en el desierto personal o emocional el
oasis está en la recuperación de la confianza en uno mismo. El convencimiento
de no tener influencia en el desenlace de lo que nos sucede solo conduce a la
conformidad, un conformismo que condena a vivir en un reducto de tranquilidad
aparente pero que no hará desaparecer la insatisfacción que continuará
suponiendo un “martillo pilón” sobre nuestra autoestima.
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