Esta es una frase
que en su modo afirmativo he oído en repetidas ocasiones a lo largo de mi vida
y casualmente hace unos días leí una breve reflexión de un antiguo compañero
con el coincidí en la Certificación como Coach que abordaba este tema. El
recuerdo reiterado de tan popular frase y esa reflexión, me empujaron a
realizar la mía propia.
Para dejar las
cosas muy claras desde el principio me declararé enemigo del “perfeccionismo”;
que algo o alguien sean perfectos exige que posean el grado máximo de excelencia,
lo que marca un estándar que pocas veces se logra y su persecución puede
terminar provocando infelicidad o frustración.
Como muchas otras
cosas, unas pequeñas dosis de excelencia o perfección pueden ser estimulantes
pero el exceso rompe lo que en principio podía ser virtuoso, por ejemplo una
desmedida autocrítica afectará la autoestima, lo que puede conducir a la
paralización por miedo a no hacer las cosas lo suficientemente bien.
En el nivel del
logro no puede triunfar el “todo o nada”, es preciso mantener el deseo de
mejorar y el esfuerzo que ello exige, pero no puedes afrontar la vida como una
competición permanente en la que siempre has de llegar primero, el objetivo ha
de ser hacer las cosas suficientemente bien y además tener en cuenta que
raramente existe un único resultado aceptable.
No hablo de
conformismo, hablo de evitar caer en las redes de los detalles milimétricos que
pueden lastrar la eficiencia, hablo de ir siempre adelante y no frenar por la
incertidumbre del resultado final; los fallos y los fracasos hemos de
transformarlos en escalones del aprendizaje y no en estandarte de nuestra
propia identidad, sin duda todo forma parte de uno mismo pero una persona es
algo más que sus fallos y sus éxitos.
La loable pelea por
la superación en busca de la excelencia y la perfección no puede o no debe
paralizarnos, la planificación es deseable si no conduce por excesiva a retrasar
la acción, la acción es generadora de la práctica y solo una práctica continuada
puede proporcionar crecimiento y progreso.
Por otro lado la
perfección tiene un lado tóxico, este se manifiesta cuando la meta final es
obtener el reconocimiento de los demás antes que el propio, algo que suele
suceder cuando caemos en comparaciones inútiles, cuando lo “bueno” que hacen
otros se convierte en nuestra aspiración, olvidando que las personas y las
circunstancias que les rodean son únicas, cuando olvidamos que en el terreno de
las expectativas no todas son razonables.
Pero cada uno es
libre de elegir como quiere enfocar su vida, desde luego mi opinión personal es
que la senda del perfeccionismo no es la más recomendable, pues no solo puede
dañar a quién decide recorrerla sino a su entorno que se verá afectado por la
frecuente insatisfacción de quién la pretende.
No creo que mis
condiciones personales me autoricen para dar consejos, pero si así fuera
apostaría por el hecho de que las personas hemos de apostar por nosotros mismos
y por nuestro progreso, soy quién soy con mis límites y mis capacidades, mi
esfuerzo y compromiso pasan por mejorar cada día y por dar en todo momento lo
mejor de mí mismo.
No soy alérgico al
perfeccionismo, pero apuesto por la perfección de lo imperfecto, siempre que
este venga acompañado del esfuerzo y el compromiso de superación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario