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domingo, 21 de julio de 2013

EL "MANÁ DE LA FELICIDAD"



Hace unos días leí una frase que me abocó directamente a la negación absoluta de la idea que enunciaba, la frase en concreto era: “Las fantasías están para ser cumplidas”; tras el primer impacto y después de recriminarme la intransigencia inicial me propuse dar una oportunidad a la tolerancia, dando cuando menos opción al “depende”.
Es evidente que la definición de “fantasía” por parte de la RAE presenta ciertos tintes positivos al establecer que se trata de “la facultad que tiene el ánimo de reproducir por medio de imágenes las cosas pasadas o lejanas, de representar las ideales en forma sensible o de idealizar las reales”. La fantasía, en su plano más teórico, cabe en el pasado, en el presente y en el futuro, pues siempre viene gobernada por nuestra mente, pero la realidad es más tozuda.
En mi opinión, sí la fantasía gira sobre el pasado viene a ser como un bálsamo del recuerdo, ¡No es verdadera fantasía!, es una inclinación a edulcorar algo que nos sucedió y que nos incomoda, no aporta nada distinto a la prueba de que en algún momento hubiésemos deseado que las cosas fuesen de forma diferente o que nuestra respuesta “fantaseada” nos propiciase algo más gratificante o distinto a como fue o a como fuimos. En esta dimensión, la fantasía sería como la negación de una realidad vivida y no deseada.
La fantasía sobre el momento presente tampoco me encaja con la suficiente solidez para convertirla en el motor de los acontecimientos, se supone que el presente es la continua sucesión de hechos que han de acaparar o centrar nuestra atención, que nos exige respuestas simultáneas ante estímulos concretos, impidiendo la evaporación sensorial de lo apetecible. La fantasía sobre el presente podría estar enviándonos señales de insatisfacción, de incomodidad o peor aun de inseguridad, estamos deseando que nos suceda algo distinto, pero apelando a la mente y no a la acción, una mente ocupada por la fantasía puede llegar a enturbiar más que a despertar.
La fantasía auténtica pretende el futuro y consiste en vivir lo que no hacemos en la vida real; es un fenómeno conocido también como “soñar despierto”, pero la fantasía como vía de realización de deseos insatisfechos puede llegar a tener un carácter patológico si ocupa una gran parte del tiempo de una persona, tal como ocurre cuando se tiene una personalidad inmadura.
Soñar mucho despierto es un mecanismo que puede disminuir gravemente las actividades enmarcadas dentro de la vida real. Al fin y al cabo, mediante la fantasía se obtienen satisfacciones rápidamente, a pesar de que, como he dicho, no estén enmarcadas dentro de un contexto real, con lo que se pueden convertir de forma más o menos automática en una especie de refugio donde conseguir estimación, poder, autoafirmación, protagonismo, etc.
En un contexto de realidad hasta la satisfacción más moderada suele ser acreedora de un cierto esfuerzo e incluso de ciertas dosis de paciencia o tenacidad, el peligro reside en caer en la tentación de sustituir el sacrificio en pos de una pequeña satisfacción por una sensación mayor y más placentera a través de la fantasía, porque si esta se cumple y sobre todo si se repitiese en más de una ocasión, podríamos caer en la adicción y abandonar nuestro afán de superación en beneficio del “maná de la felicidad”, en definitiva un bien o un don que se recibe gratuitamente.
No propongo que desterremos de nuestras vidas la fantasía, sin duda es una facultad que en ocasiones puede resultar balsámica ante una realidad de naturaleza trepidante como la que vivimos, pero parece recomendable, o cuando menos prudente, considerarla de forma consciente como un estímulo y no como un remedio, será la forma de evitar adentrarnos en el terreno de lo ilusorio, es decir, vivir en un mundo engañoso, irreal o ficticio.

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