Últimamente he recibido una serie de emails
vuestros con preguntas del tipo: ¿Cómo eres tan prolijo en el blog?, ¿Por qué
escribes con esa frecuencia?, ¿Qué te empuja a mostrar todas esas ideas? Y
algunas otras más, pero en la misma línea.
Unos meses antes y a causa de mi prejubilación, la
pregunta era mía, ¿Qué haré ahora con tanto tiempo libre? La respuesta que me
vino a la cabeza fue: “haré lo que quiera, cuando quiera y como quiera”, unos
días después admitía que eso estaba bien pero que no era suficiente, que
necesitaba el estímulo de un compromiso con algo, algo parecido a una
obligación aunque careciese del mismo nivel de exigencia.
Había comprendido que el “haré lo que quiera, cuando
quiera y como quiera” te puede conducir al “ya lo haré”, algo muy próximo al
“no hacer” y la sensación consecuente de vacío; precisaba de algún nivel de apremio
que me hiciese sentirme deudor conmigo mismo si no le dedicaba una mínima
atención, sin ataduras pero comprometido.
Por algún tipo de conspiración estelar siempre había
tenido el anhelo de escribir un libro, quizá mejor debiera decir una novela, un
relato de ficción y ya no tenía ninguna duda, era el momento de acometer esa
empresa; esa noche dormí inquieto, era el umbral de mi incipiente e inmediata
aventura literaria, por la mañana, tras mi desayuno y aseo matinal recogía la
casa, confieso que de forma más superficial que de costumbre, para empezar a
escribir lo antes posible, nada me podía detener.
En mi escritorio estaba todo preparado: mi “Moleskine
tamaño A4” y una selección de tres de mis plumas favoritas entre las que se
encontraba una Mont Blanc con la inscripción “Tu Equipo – Dic. 2010” regalo de despedida del maravilloso equipo
de personas que tuve la suerte de dirigir los últimos años de mi actividad profesional, y es que me gusta
escribir a mano aunque posteriormente use el ordenador.
…
No sé el tiempo que había transcurrido, creo que una
eternidad, pero allí estaba yo, paralizado y horrorizado ante el blanco
inmaculado de la primera página de mi cuaderno de notas, hasta mi cabeza solo
llegaban preguntas sin respuesta: ¿Cuánta páginas necesitaré escribir para que
sea un libro? ¡No sé! ¿Qué título le pondré? ¡Cuando lo tenga terminado buscaré
el que crea más adecuado! ¿En qué contexto (tiempo, lugar y circunstancias)
desarrollaré el relato? ¡Ni idea! ¿Cómo presentaré a los personajes? ¡Sí no
tengo personajes!, etc.
Tras un agotador y confieso que frustrante intento
inicial creí encontrar la solución, acudiría a un taller de escritura creativa,
seguro que me proporcionaría las respuestas que yo no era capaz de obtener por
muchas vueltas que le diera, cualquiera de los dos que conozco Clara Obligado o
Fuentetaja, son más que recomendables e interesantes, aunque acabes por
desistir de la idea de escribir una novela como me sucedió a mí.
Estos talleres te ayudan a aprender a leer con
discernimiento y ojo crítico, a estructurar correctamente las oraciones y
muchas cosas más, pero aunque fundamental no pasa de ser técnica, técnica y más
técnica. El núcleo, la definición de los personajes, el punto álgido del
relato, su resolución y sobre todo los detalles que han de estar presentes en
su desarrollo solo dependen de la imaginación de cada uno, hay que tener
capacidad para generarlo y comprendí que no era lo mío.
Mientras, de forma experimental y como divertimento
pasajero había iniciado este Blog, un espacio que he podido comprobar que me pide
reflexión pero no imaginación, que me empuja a contar lo que leo, lo que oigo,
lo que veo y lo que pienso y que el regalo de vuestro tiempo y seguimiento me
hace sentir esas sensaciones que buscaba: escribir y sentir compromiso, por eso
hoy puedo decir que además disfruto al compartirlo.
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