Esa mañana cuando
me levanté y decidí iniciar el camino tuve la sensación de encontrarme ante un
nuevo sendero, las malas experiencias y sinsabores vividos quedaban atrás, pero
a la vez también lo hacían los buenos consejos recibidos, esperanzas y momentos
de satisfacción. En un giro del sendero percibí una sombra alargada detrás de
mí que me perturbó, presentí que intentaba alcanzarme logrando hacer flaquear
la firmeza de mis piernas, era él, ¡Mi ayer!, pero también sentí una sensación
de alivio al observar que arrastraba un bulto de apariencia muy pesada.
Esa imagen me hizo
suponer que venía cargado de mis
frustraciones, desencantos, sueños rotos, anhelos perdidos y todo aquello que
prefería no recordar, esto me proporcionó un soplo de esperanza, no necesitaba
retroceder para intentar frenarlo, lo más probable es que no pudiese mantener
mi ritmo y cada metro me proporcionaría algunos centímetros de ventaja.
Sin embargo, algo
sucedió en aquel momento, de repente me pareció que el sendero se empinaba, que
las piedras y baches se multiplicaban bajo mis pies, lo que me llevó a
plantearme si la mejor solución no sería sentarme al borde del camino y
permitir que “mi ayer” llegase hasta mí.
¡Sucumbí ante la
tentación y lo hice! Pero… en esos momentos sucedió algo, delante de mí
apareció una luz, que parecía proceder del final del sendero y que me
preguntaba: ¿Sabes que la mochila que te está lastrando es un equipaje
emocional? ¿Sabes que dicho exceso te limita ante sensaciones nuevas? Para
después decirme ¡Las piedras no están en el sendero, están en tu equipaje! ¿Por
qué no son esas las que dejas al borde del camino y continúas de forma más
ligera en busca de nuevos destinos?
Cuándo esa luz
inició su desvanecimiento, el claroscuro del sendero desde sus barreras y
dificultades, también me habló: “No niegues tus recuerdos pero no permitas que
te impidan avanzar, ¡Progresa hacia tus nuevas metas!, y si no las tienes
entonces si puedes sentarte al borde del camino, tu ayer hará el resto. Si el
pasado no ha supuesto haber aprendido y
asimilado la necesidad de avanzar mediante nuevos retos, el camino no es el
sendero a recorrer, el camino es la espera de que una y otra vez te atrape el
pasado.
El mensaje final
que recibí fue a coro, la luz que se desvanecía y el claroscuro del camino que
avanzaba sin freno, de forma coral sentenciaron: “Dado que la vida es un
permanente viaje, no siempre es fácil hacer el equipaje más adecuado”.
Me puse en marcha
de nuevo, como si esas luces hubiesen sido un linimento analgésico y emprendí
la búsqueda de un lugar apacible que calmase mis expectativas, tal vez un lago
plácido o un valle repleto de colores y aromas llenos de vida nueva, en ese
momento creí ser consciente de haberme liberado del exceso de peso de mi
mochila, notaba un paso más ligero, por fin había admitido que mi ayer siempre
formaría parte de mí, pero que no podía permitir que fuese el protagonista de
mi presente.
Admito que las
piedras del camino no desaparecieron, que las rampas continuaban ahí, pero
entendí que la nostalgia a veces nos impide el control del compromiso y la responsabilidad
de crearnos a nosotros mismo.
Después de esto
solo puedo decir: Tú eliges el equipaje emocional que te acompañará en tu
sendero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario