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miércoles, 14 de noviembre de 2012

DECISIÓN E INDECISIÓN



En la vida hay dos tipos de decisiones: Las que tomamos continuamente de forma mecánica y sin necesidad de tomar consciencia de ellas, que generalmente identificamos como hábitos y las que nos exigen un plus de voluntad, estas últimas nos resultan más fácil de formular que de llevar a cabo, pero…, unas y otras forman parte de nuestra vida: La vida que llevo hoy es el resultado de las decisiones que tomé en el pasado y la vida que llevaré en el futuro tendrá mucho que ver con las decisiones que tomo cada día.
No voy a negar que toda toma de decisiones implica un riesgo, pero solo nuestros miedos nos niegan el derecho a equivocarnos; un derecho que acuña y moldea nuestro carácter a través de los aciertos o errores, pues de todo se puede aprender, disfrutando de la grata sensación del acierto o poniéndonos a prueba ante la necesidad o conveniencia de la rectificación.
El reverso de la decisión es la indecisión y si la primera nos genera ciertos niveles de incertidumbre e incluso de posible zozobra, la segunda siempre nos empujará hacia caminos desconocidos, incluso puede que hacia caminos no deseados. La indecisión no refleja nada más que una parálisis vital, ¡Pero si algo no se para es el tiempo!, tu indecisión obligará “al tiempo” a tomar decisiones por ti y sean las que sean no te pertenecen y sus resultados tampoco y da igual si son buenos o malos, solo serán fruto de la suerte o del infortunio, ¿Dónde estabas tú?
¿Qué hay detrás de la indecisión? ¿Vacilación, timidez, inseguridad…? Sea lo que sea acaba suponiendo un menoscabo en lo que solemos reconocer como personalidad, un apocamiento que evita que podamos considerarnos nuestro propio “álter ego”, es como la necesidad de que alguien nos aporte la decisión correcta, como si nos prescribiese la receta adecuada, la gran cuestión es: ¿Pretendemos traspasar la responsabilidad de la decisión, supuestamente nuestra, a quién nos aconseja? Es como un “bueno me dijo…”,  “yo no estaba convencido…”, “me dejé llevar…”
Las personas indecisas temen tanto equivocarse que viven en la equivocación, se refugian en eludir la toma de decisiones. En mi proceso de educación se me inculcó que la quietud era una forma de afrontar el riesgo o la duda del resultado, hoy se que era una doctrina errónea, la vida me ha enseñado que ante la duda lo primero a vencer es la paralización y pasar a la acción.
Desde luego no me he vuelto loco y por supuesto que no promulgo un “hacer por hacer”, creo que la toma de decisiones que merece ser rápida, libre y con buenas dosis de pasión, no puede olvidar que ha de ser reflexiva y responsable. Es preciso definir lo que quiero y asumir un compromiso con la forma de conseguirlo.
Quisiera dejar claro que mi apuesta no pasa por un ejercicio de frivolidad, ni por una conducta aventurera; admito que el terreno de las decisiones nos conduce frecuentemente por territorios inéditos, por lo que nos debe obligar a potenciar el autocontrol y la responsabilidad personal, pero nunca a escamotear nuestra propia realidad. Quienes somos, lo que somos y lo que pretendemos ser, es un espacio de exigencia que obliga a tomar decisiones.
Todo objetivo en la vida, y la decisión que su logro nos pide, conlleva algo de riesgo, tratar de evitar ese riesgo al negarnos la opción de decidir, solo permitirá diferir las consecuencias y el riesgo no se desvanecerá ¿Qué nos depararán las decisiones que no hemos tomado?

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