Cada día te
levantas de tu descanso nocturno y acudes a tu trabajo, a tus estudios o
inicias tus tareas cotidianas; en todos los casos tarde o temprano te das
cuenta ¡No estás solo!, a diario has de compartir tu vida con otras personas.
Estas personas que te rodean se pueden agrupar en dos categorías: Las
ocasionales o infrecuentes y las habituales; las primeras terminan desdibujándose
con independencia del impacto que te puedan provocar, no va más allá de una
percepción que se debilita progresivamente, que se desvanece en el tiempo, al
encontrarse fuera de tu esfera diaria, las segundas te condicionan y dejan una
huella en tu vida, quieras o no van a formar parte de tu realidad, están en tu
día a día.
Estas personas con
las que habitualmente te encuentras y de una u otra manera exigen compartir una
parte de tu espacio emocional terminarán formando parte de ti, pero más que las
personas mismas, lo que queda en ti es la imagen que construyes de ellas, esto
nos lleva a preguntarnos como construimos la imagen de quienes nos rodean; si
conocemos el proceso siempre tendremos un mayor radio de acción y por tanto una
mayor capacidad de respuesta.
Las personas, a
veces de forma consciente y a veces no tanto, tratamos de proyectar lo que
deseamos ser y no lo que somos, para alcanzar ese resultado es posible llegar a
mezclar verdades con medias verdades e incluso, en ocasiones, con mentiras, es
frecuente actuar en la forma en que entendemos que seremos más aceptados y
reconocidos por los demás.
Pero el dibujo que
tenemos de todas las personas que forman parte de nuestro entorno tiene un
trazo más, no sé si es el trazo más grueso, pero desde luego puede ser
determinante y no depende de ellas sino de nosotros mismos, me refiero a las
expectativas que nosotros albergamos, lo que presumimos de cada una de ellas;
nuestro juicio diferirá de que la percepción que recibimos esté más o menos
próxima a lo que esperamos, una persona nos puede decepcionar por no ser como
creíamos; en una situación así el error es nuestro.
La posibilidad de
conjunción de ambas situaciones recomienda tener cautela: Hemos de tener
confianza en la gente pero sin caer en la ingenuidad, su “ser quién es” ha de
reflejar regularidad y coherencia en su comportamiento y, por otro lado,
controlar nuestras expectativas que no siempre se fundamentan en conductas
observadas, sino en la esperanza de que se encontrarán cercanas a lo que más
nos agrada o deseamos que sea.
Reconozco que esto
puede plantearnos algunas situaciones complicadas de asimilar y que van a
precisar de templanza; deberemos actuar con sobriedad, moderación y cierto
grado de benignidad, pero firmes, buscar el equilibrio entre lo que percibimos
y lo que nos gustaría. Es preciso aprender que las cosas y las personas pueden
ser diferentes a lo que pensábamos o a lo que esperábamos, pero eso no les hace
necesariamente censurables.
Y como en el circo,
aparece el ¡Más difícil todavía!, las diferentes redes sociales constituyen
vehículos que posibilitan la construcción de un “yo virtual”, son como un
escaparate en el que nos mostrarnos como deseamos ser vistos. A diferencia de todo lo anteriormente
comentado, en estos casos existe premeditación y alevosía elaboradas
metódicamente.
Todo esto resulta
ser como un peculiar balancín con tres puntos de balanceo: en un extremo lo que
son, en otro lo que pretenden o les gustaría ser y en el tercero lo que
esperábamos; en ese inevitable vaivén se produce un flujo de sensaciones que
llegan hasta ti; en ese balancín eres el punto medio, el apoyo central y sobre
quién recae la responsabilidad de regular el equilibrio de lo que decides al
respecto.
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