Yo lo llamo
paradoja, es decir, “una idea que se presenta como extraña ante la opinión más
frecuente y común de las personas”; pero lejos de pensar qué el éxito se
obtiene como resultado de actos aislados de trascendencia sobresaliente, creo
que el éxito es el premio o recompensa a la sucesión de muchos pequeños actos,
metódicos, secuenciados y fundamentalmente coherentes con una meta personal.
Admito que un acto
espectacular puede proporcionar ciertas dosis de éxito, pero si dicho acto es
aislado, como suele suceder, el éxito será efímero; un éxito personal sólido se
basa en lo cotidiano, es el día a día lo que sostiene a la persona en su ámbito
de éxito, o lo que es más importante, como yo lo entiendo, en un estado de
auto-reconocimiento de realización personal.
Una persona de, lo
llamaré “éxito personal”, requiere actuar desde la autocrítica y hacerlo con
valentía, buscando siempre en que terreno puede mejorar, reconociendo sus
propios límites, no para aceptarlos sin más sino para tratar de superarlos, con
disposición a negociar siempre que sea preciso y abierta a nuevos
conocimientos.
Pero todo esto que
puede sonar grandilocuente no es así, o no debe serlo, las personas vivimos día
a día, y el día a día está repleto de pequeñas cosas y solo ellas son las que
nos hacen ser lo que somos, sin embargo, las personas tendemos a no valorar
esas pequeñas cosas, cosas cotidianas que solo valoramos cuando percibimos su
ausencia, como cuando perdemos un amigo o un familiar, ya sea una pérdida
física o afectiva.
Salvando todas las
distancias que requiere el caso, pero como ilustración de lo que quiero decir,
apelo a recordar la frustración que nos produce quedarnos sin luz por un apagón
general o sin agua por un corte en la zona. Solo en esos momentos tomamos
consciencia de lo que supone disfrutar de algo que está instalado en nuestro
día a día, pero que por habitual no le damos el valor del bienestar que nos
proporciona.
Si esas pequeñas
cosas las clasificamos como rutinarias y las negamos el valor que realmente
juegan en nuestra vida, nos exponemos a un peligro: cifrar nuestras
posibilidades de éxito al gran acontecimiento que cambie nuestra vida, una
visión que nos impedirá percibir los múltiples y contínuos mini-acontecimientos
que protagonizamos día tras día, hora tras hora, minuto tras minuto, mientras
estos y solo estos forjan nuestra realidad. Por ello, si no aprendemos a
disfrutar de esas pequeñas cosas, si no somos capaces de vivir con intensidad
ese día a día ¿Qué nos queda? ¿El gran milagro? ¿Y si no se produce?
Creo que el riesgo
es demasiado alto para confiar que en algún momento de nuestra vida se presente
el “gran milagro”, el improbable o cuando menos incierto “gran milagro” que nos
ha de proporcionar el anhelado éxito. Desde luego he llegado a pensar que todo
ser humano tiene ante sí ese “gran milagro” y este consiste en ser capaz de
disfrutar de las muchas pequeñas cosas que todos los días nos proporciona la
vida. Sí, eso es lo que creo, al “gran milagro” se llega mediante la suma de
“pequeños milagros”, esos que forman parte de nuestro día a día y a los que
raramente concedemos el valor y la importancia que tienen.
Si de verdad deseas
el “gran milagro” deja de perseguir el sueño vago y abstracto del triunfo
ocasional, es la suma de esas pequeñas cosas lo único que puede hacerte feliz y
solo desde la felicidad se alcanza el éxito.
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