Al levantarme fui directo a la ventana para mirar el
cielo, resultó ser una mañana de primavera fresca y despejada ¡Bien!, sin poder
disimular mi euforia preparé el desayuno y me dispuse a tomarlo ante el
ordenador para comprobar si había algún mensaje con instrucciones de última
hora, entre tanto, no podía dejar de pensar en lo que me esperaba; La Pedriza
iba a ser nuestro destino; en el grupo los hay avanzados, osados y cautelosos y
aunque este último grupo es el menos numeroso yo me considero integrado en él
pues solo llevo dos años escalando, pero cada vez más satisfecho de haber
descubierto “La Escalada”.
Mientras preparaba mi equipo (sin olvidar mis pies
de gato y mi bolsa de magnesio) comencé a sentir esa familiar sensación, esa
especie de ”runruneo” en mi estómago, un cocktail de adrenalina e incertidumbre
sobre cómo se daría el día, de cómo sería capaz de gestionar mi inevitable
vértigo; en algunas ocasiones no disfrutaba de las vías o de los bloques, no
conseguía relajarme, pero eso no enturbiaba mi deseo de ir una y otra vez
buscando progresar.
La prudencia y el inmovilismo del miedo no me iban a
detener, es cierto que tengo dos claros frentes en los que mejorar: mi técnica
y mi potencial físico y mental, aunque a base de esfuerzo y constancia voy
notando ciertas mejorías. El contacto de mi cuerpo con la roca ha terminado por
enseñarme a reconocer la llamada de la exigencia, de la disciplina y del reto.
Algo en mi se transforma cuando estoy encaramado al muro, mis miedos se
amortiguan y mis dudas se desvanecen, la imagen de llegar a la cota más alta,
cada vez me resulta más clara y alcanzable.
La dificultad del obstáculo a escalar, mi vértigo a
las alturas y el deseo de hacerlo mejor que la vez anterior son sin duda un
estímulo para intentar lograrlo, aunque también pueden suponer una vacilación,
pero lo mejor es cuando puedes estar al borde del fallecimiento y escuchas a
tus colegas, infinitamente más expertos que tú, gritarte aquello de ¡Vamos
máquina, que tú puedes! Y es que la solidaridad y el apoyo no son elementos
ausentes en “La Escalada”.
Creo que “La Escalada” me ayuda a vivir con mayor
plenitud, a desarrollar mi potencial y sobre todo a reconocer mis temores, pero
fundamentalmente creo que me ha provisto de la fuerza mental para tratar de afrontar
nuevas opciones. Es como una llave que me facilita el acceso a mi espacio
subconsciente en el que residen mis miedos, y mis frustraciones.
Por cierto, sí te colocas ante una pared escalable
podrás comprobar que no hay riscos o muros sin sombras y este relato tiene su
sombra propia. La sombra de este relato soy yo, pues no he escalado en mi vida
y estas emociones son las que creo que, desde mi punto de vista, expresaría mi
hijo verdadero protagonista e inspirador de la historia.
¿Envidia? Hoy ya no, pero confieso que me hubiese
encantado aprovechar experiencias y aprendizajes de este tipo que solo pueden
suponer un aliento y me he sentido tan cerca de lo relatado que hasta las yemas
de los dedos me duelen y desde luego no creo que sea de pulsar las teclas del
ordenador, seguramente se trata de una emoción pretendida de lo afiladas que
pueden resultar las aristas de los riscos.
precioso e invitado estas a provar la escalada cuando quieras!!!ejjejejeje javi
ResponderEliminarGracias, pero creo que voy a conformarme con mis emociones desde el umbral de mi fantasía. Jajaja...
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