La RAE define Provocación como el delito consistente
en incitar públicamente a alguien para que cometa una acción delictiva
En esa línea, pero ampliamente matizado, aparece recogido en el artículo 18 del
Código Penal según el cual: “La provocación existe cuando directamente se
incita por medio de la imprenta, la radiodifusión o cualquier otro medio de
eficacia semejante que facilite la publicidad, o ante una concurrencia de
personas, a la perpetración de un delito [...]”.
La
proposición (invita) y se diferencia de la provocación (incita) por el apremio
más enérgico que realiza esta, y porque en la provocación el provocador no está
resuelto a ser ejecutor del delito, a cuya perpetración incita, ni pretende que
dicha perpetración sea conjunta, sino que se limita al intento de determinar a
otro u otros a la ejecución de un hecho punible, pero sin que él haya de tomar
parte, directa y materialmente, en la misma.
Sin embargo, cuando conjugamos el verbo provocar se
nos abre el abanico de posibilidades. Para empezar y siguiendo siempre a la
RAE, en su primera acepción mantiene la línea de que supone la incitación a
alguien de que ejecute algo, pero en esta definición ha desaparecido el
requisito de que deba ser una actividad delictiva, lo que le otorga una
dimensión muy distinta.
En su segunda acepción, identifica provocar con Irritar
o estimular a alguien con palabras u obras para que se enoje, es decir, el
provocador pretende “sacar de sus casillas” al provocado buscando su pérdida de
control.
La siguiente acepción nos habla de intentar excitar
el deseo sexual en alguien, despertar su libido buscando el placer.
Acepciones muy diferentes pero con algo en común,
todas ellas precisan de la existencia de un agente activador de la provocación
y un destinatario de la misma, es decir, existen el provocador y el provocado.
Pero existe otro tipo de provocado, el que se siente
tal por una percepción suya y sin que realmente medie tal provocación;
ilustraré esta afirmación con una breve historia:
Ayer por la
tarde decidí salir a dar un paseo y tomar un café en una terraza, al acercarme
a la cafetería, vi un gran revuelo de gente, en mitad de la calle.
Metomentodo
como soy, me acerqué a cotillear, pudiendo comprobar en mitad del grupo a un
joven tumbado en el suelo. Pensé en un resbalón o algo así, pero cuando levantó
la mirada, descubrí un fuerte impacto en su nariz, de la que brotaba abundante
sangre.
- Es que iba
provocando – decía, a modo de justificación, uno de los hombres que se encontraba
en medio del tumulto, mientras parecía intentar calmar el dolor que sentía en
los nudillos de su mano derecha, masajeándosela con la otra.
A mí no me
parecía que el joven tuviese pinta de provocador, a la vez que escuchaba a otro
de los presentes.
- Pero si es
un muchacho de lo más pacífico, nunca ha tenido una bronca con nadie, ¿Cómo que
iba provocando?
- ¿Y a quién
le importa todo eso? El caso es que iba sonriendo.
- ¿Y?
- Que le
pregunté por esa sonrisa y me dijo, sencillamente, que era feliz.
Es evidente
que tan injustificable y censurable actuación tuvo su raíz en lo que percibió
como una provocación, esto me hizo reflexionar sobre la conveniencia, cuando
uno se siente provocado, en primer lugar de tratar de asegurarnos de que existe
una provocación real y en segundo lugar medir y racionalizar, en la medida de
lo posible, nuestra reacción o respuesta.