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miércoles, 8 de febrero de 2012

LA DESPROPORCIÓN


Lo que llamamos cultura o mundo occidental, parece ocuparnos, durante los últimos años, en un tema muy por encima del resto de situaciones o acontecimientos, naturalmente me refiero a “la crisis” a la que le damos exclusivamente tintes económicos y/o financieros y olvidamos añadir la dimensión moral, la que tal vez nos permitiría tomar consciencia de un elemento desencadenante y nocivo de la innegable crisis. Me refiero a “la desproporción”: Desproporción entre lo que realmente necesitamos y la superoferta de bienes de consumo con la que nos despertamos cada día, o peor aún, la que nos impide dormir tranquilamente muchas noches; la desproporción entre el pretendido desarrollo y la cada vez más cuestionable sostenibilidad de nuestro mundo; la desproporción entre calidad y sentido de la vida respecto a la acumulación de lo que se anhela poseer, aunque no siempre se disfrute cuando se logra. Y desde luego y si trascendemos el ámbito de la occidentalidad, sería ineludible mencionar la desproporción entre razas y pueblos.
Que el padecimiento de esta crisis tiene una manifestación clara en el terreno económico me parece obvio, pero sigo anclado en mi idea de que la causa origen está en la desproporción, lo que me lleva a preguntarme ¿Qué la origina? Creo que nuestra sociedad se ha dejado ganar por el relativismo, el individualismo y sobre todo por un marcado hedonismo que proclama el placer (a veces pretendido placer) como fin supremo de la vida. En mi opinión, la fiebre consumista en persecución de un imaginario y casi siempre quimérico progreso, ha provocado un derroche excesivo de recursos materiales y un fuerte desgaste de los personales (valores); un consumismo que probablemente haya debilitado nuestra capacidad de respuesta, lo que nos obliga hoy a contemplar una generación de jóvenes con menos oportunidades que las que tuvimos generaciones anteriores; elevado fracaso escolar y en todo caso, incluso con alto nivel de formación, verdaderas barreras para conseguir una autonomía económica y laboral o el acceso  a su propia vivienda y no ya en propiedad, sino simplemente alquilada.
Menos PIB, menos IBEX, menos IPC; empezamos a necesitar indicadores que marquen más la calidad que la cantidad, algo que nos abra los ojos y en lugar de cegarnos en la carrera de la posesión nos proporcione nuevos paradigmas que nos permitan romper la inercia que nos empuja y condena hacia un crecimiento infinito en un planeta con recursos finitos.
Hemos perdido el sentido común, el menos común de todos los sentidos, que nos advertiría que la desproporción no solo es un signo de fealdad. Creo que en estos momentos no solo hemos roto las leyes de la estética sino también las de la ética.

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