RICOBLOG

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sábado, 3 de diciembre de 2011

¡TENGO QUE APRENDER A DIALOGAR!




Debo partir desde mi concepto de diálogo como la búsqueda de un punto de encuentro entre los que dialogan y aunque es cierto que existen gestos, muestras y señales, el protagonista destacado del diálogo es “LA PALABRA”.

En un mundo en que las palabras son tan importantes, un verdadero diálogo es fundamental; está claro que no todo se dice con intención de hacer daño, o de mostrar ingratitud o supremacía sobre el interlocutor, pero no es menos cierto que existen algunos elementos tóxicos para el diálogo sobre los que conviene reflexionar:
Puntualizar: Por racional y serena que sea la puntualización, si se convierte en habitual será generadora de conflictos.

Recriminar: Recibir palabras desde la recriminación dificulta la aceptación y empuja a la defensa lo que obstaculiza el encuentro de soluciones.

Sermonear: El silencio del sermoneado no suele estar acompañado de la escucha, es un simple bloqueo emocional o una señal de desinterés.
Reprobar: Responder con un “Sí, pero…” tras una aparente aprobación viene lo que se percibe como un reproche o censura.

¡Te lo dije!: Provoca irritación y alejamiento, es como “meter un dedo en el ojo”.
¡Lo hago solo por ti!: Demuestra falta de gratuidad o generosidad; empuja a pensar que se espera una compensación.

¡Deja, que ya lo hago yo!: Fórmula aparentemente educada, pero en el fondo jactanciosa y descalificante para el interlocutor, suena a juicio o sentencia sobre la incapacidad del interlocutor.
Es evidente que no se trata de una lista cerrada, pero tal vez suficiente para llevarnos a la reflexión de que nuestra forma de decir las cosas puede provocar  estados de ánimo no deseados, o peor aún, nos desnuda, mostrando lo que realmente pensamos pero tratamos de disfrazar.

Que nuestra capacidad de diálogo mejore pasa por reconocer de forma humilde que a veces fallamos, que no prestamos la suficiente atención a nuestro interlocutor para detectar que se encuentra en una mala situación o que su interpretación ha sido errónea; ese reconocimiento lejos de ser una debilidad es una fortaleza extraordinaria para un buen diálogo y existen técnicas que nos pueden ayudar:
Preguntar antes de afirmar: La razón es buscar y sopesar argumentos antes de aceptar como bueno o definitivo lo que creo saber. Requiere de un proceso intelectual crítico.

Pedir comprobación antes de sentenciar: Confirmar las respuestas obtenidas. Toda sentencia implica un pronunciamiento que fija una posición, que puede resultar desafortunada o precipitada si no han sido convenientemente verificadas las respuestas. En este propósito la técnica de parafrasear dichas respuestas será una magnífica alianza.
Evocar antes de explicar: Mediante la evocación podemos acceder al terreno emocional de nuestro interlocutor, menos proclive a la confrontación que el ámbito racional dominado desde la capacidad cognitiva, y es que como decía Santo Tomás de Aquino “No existe nada del intelecto que antes no pase por los sentidos”.

Actuar antes de pensar: Generalmente nos dejamos atrapar por la aceptada supremacía del pensamiento sobre la acción, pero el conocimiento de lo que hay que hacer no garantiza la capacidad o dominio de su ejecución; eludir esta situación requeriría incluir en el diálogo acciones concretas para posibilitar el logro de las metas.
Estas técnicas, pautas o “artes” nos pueden ayudar a crecer en nuestra condición de dialogantes, y como tantas otras son entrenables, no son simplemente herramientas estratégicas, son un claro paso hacia el crecimiento personal.

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