“Algunos siempre encuentran sitio para aparcar, otros se quejan antes de arrancar el coche porque no habrá sitio”. ¿Oportunidad, Riesgo o Actitud?
Es fácil entender que una oportunidad es una coyuntura en la que se da una conveniencia de tiempo y lugar que posibilita nuevas opciones, sin embargo, no es la única percepción que se tiene ante las diferentes oportunidades que se nos presentan, también percibimos el vértigo de posibles riesgos y que lo que parecía una oportunidad termine siendo un contratiempo; si no se diese esta segunda percepción nunca dudaríamos en intentar aprovecharlas todas.
Este juego de Oportunidad-Riesgo a veces nos conduce a fantasear soñando con ser lo que no somos o tener lo que no tenemos, ¿Quién no se ha puesto alguna vez el “disfraz de héroe” con el que romper barreras? ¿Quién no ha forjado alguna vez un sueño que le permite lograr lo que desde la realidad se antoja inalcanzable? Esta conducta nos permite llegar, emocionalmente, a metas gozosas desde la impunidad.
Algo sobre lo que no cabe ninguna duda es que a lo largo de nuestra vida tropezamos con un sinfín de oportunidades, situaciones que modificarían nuestro rumbo habitual si decidiésemos afrontarlas, pero ante muchas de ellas algo nos paraliza y al impedirnos su aceptación o riesgo, declinamos la posibilidad de cambio. Otras veces nos pasan desapercibidas porque se alejan considerablemente de nuestro razonable entorno de aceptación.
Esa privación del deseo de modificar un estatus habitual viene provocada por una rara sensación de inseguridad que tiene su origen en un dilema: Este no es otro que la probabilidad de que se presenten contingencias adversas que no compensen las expectativas de mejora personal, o que sencillamente lleguen a exigir esfuerzos o sacrificios a los que no estamos dispuestos. La trayectoria unidireccional de nuestro proceso mental nos invalida, en ocasiones, para detectar las oportunidades que pueden surgir con motivo de las adversidades que se nos presentan, que pueden venir acompañadas de posibles nuevos horizontes.
Esta conducta humana se manifiesta en múltiples órdenes de nuestra vida, de hecho, en el mundo financiero o terreno de las inversiones se tabula desde el concepto de “Aversión al riesgo” que recoge la predisposición de una persona a aceptar una oferta (oportunidad) con un cierto grado de riesgo antes que otra, que aun con mayor rentabilidad se perfila como de mayor riesgo. Desde este mismo ámbito también se ha acuñado el término “Coste de oportunidad” que representa el valor de aquello a lo que se renuncia. Y es que aunque en la actualidad la unidad de cambio transaccional sea el dinero, el “trueque” sigue presente en nuestras decisiones y es que cuando elegimos algo lo hacemos “a cambio de otra alternativa”.
Pero al margen del terreno de la economía y las finanzas, las personas seguimos teniendo que tomar decisiones sobre las oportunidades y riesgos que se nos presentan cada día. Desde mi experiencia personal puedo decir que las mejores cosas me han pasado siempre que he dicho “SÍ”, siempre que he dado un paso adelante pensando más en las ventajas que en las posibles adversidades.
¿Mi último sueño? Crear la norma “ARO” Análisis de Riesgos y Oportunidades”. Lo he abandonado porque me parece pretencioso y es que en la toma de decisiones ante las posibles oportunidades intervienen un sinfín de variables, tanto culturales como emocionales, incluso en ocasiones el entorno o momento en que se presentan y solo se me ocurría el primer punto:
“En caso de duda se valiente aunque no suicida”.
Siempre he pensado k cuando estamos disfrutando de una oportunidad antigua hay una puerta k no abrimos, por miedo a lis riesgos, pero detrás de esa puerta siempre hay otras oportunidades, a veces el destino nos ayuda a cerrarla para k así se nos abran las siguientes puertas-oportunidades de las k la comodidad de antaño no nos dejaba disfrutar.
ResponderEliminarA día de hoy yo apuesto por abrir puertas asumir riesgos y disfrutar de esas oportunidades.
Mi más sincera enhorabuena Esther.
ResponderEliminarUn largo abrazo.