A lo largo de los tiempos la humanidad se ha visto aquejada de fatalidades o maldiciones como guerras, epidemias, ignorancia, miseria, terrorismo y muchas otras más, pero sin duda, de entre todas las perfidias destaca una especialmente angustiosa y esta no es otra que la “Injusticia”. Las grandes preguntas son ¿Qué es la justicia? ¿La justicia reside en los códigos y normativas? ¿Qué hace justos a los jueces? No hay respuestas satisfactorias para aquellos que en algún momento se sienten desamparados o indefensos.
La sociedad ha sentido, desde la más lejana antigüedad, la necesidad, no resuelta, de evitar la injusticia generando múltiples códigos escritos y sistemas preventivos para lograrlo: El Imperio Romano nos legó su derecho, que aun es la base de numerosos procedimientos legales modernos; la hoy extinta Unión Soviética instauró el principio de “responsabilidad social” por encima del derecho individual; los países semitas aun practican la arcaica ley de la venganza de sangre “Ojo por ojo, diente por diente”; la sociedad norteamericana, seguramente debido a sus profundas raíces calvinistas, permutan justicia por dinero, correlacionando la cuantía de los dólares a percibir a la justicia administrada. Lo que en una sociedad es justo, en otra es injusto o al menos incomprensible.
El reino animal (excluido el hombre) y el reino vegetal viven inmersos en las leyes naturales donde no se conocen injusticias, no se concibe ni maldad ni delito en la caza de la gacela por parte de una leona, ni cuando una res pace plácidamente consumiendo gran cantidad de pasto o cuando una planta carnívora atrapa un insecto que cándidamente se aproximó a ella, es simplemente el “orden natural”.
Pero ese “orden natural” no cabe entre las personas condenadas a vivir bajo la “ley de los opuestos”: Lo justo y lo injusto; lo bueno y lo malo; Lo mucho y lo poco; etc. Y como la medida de cada uno es la que es, las personas precisamos de normas y leyes para desarrollarnos en convivencia, por defectuosas que sean, éstas tratan de evitar el caos en ausencia de un deseable “orden natural” pero nos obliga a sobrevivir junto a la injusticia, que nos acompaña como una sombra peligrosa pero inevitable.
Sí recordamos la representación que hacemos de la justicia veremos una balanza con dos platillos ¿Qué representan los platillos? ¿El bien y el mal? Lo cierto es que si uno sube, el otro baja. Todo apunta a que solo habrá justicia en el perfecto equilibrio de la balanza, pero en el día a día ese perfecto equilibrio es inestable, momentáneo y las situaciones cambian de forma permanente, provocando sensaciones continuas y alternas de justicia e injusticia.
No seré yo quien niegue la existencia de la injusticia, pero solo cobra sentido, que no justificación, desde la condición de diferentes que ostentamos las personas y nuestros entornos sociales. En mi opinión y dado que los poderes del Estado se han mostrado estructuralmente incapaces de proporcionarnos unas leyes equitativas, la única solución que viene a mi cabeza para equilibrar el fácil desequilibrio de la balanza proviene de actos de desprendimiento, intentando revertir la situación mediante la renuncia, compensación u ofrecimiento de lo que para el otro es injusto.
Desde luego no tengo ninguna confianza en la astrología ni en el marketing como predictores del futuro, pero no sería malo, de ser cierto, unas dosis de “Era Acuarius”.
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