RICOBLOG

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domingo, 29 de abril de 2012

ZONA DE CONFORT


En alguna ocasión he aludido o mencionado en mis entradas a “la zona de confort” pero, realmente que es, o que entiendo bajo dicha denominación.
Conforme al diccionario de la RAE, hemos de entender por confort aquello que produce bienestar y comodidades y si consideramos que una zona es una superficie encuadrada entre ciertos límites, “zona de confort” debería representar ese espacio en el que nos sentimos cómodos y que nos proporciona un determinado bienestar, sin embargo, ese estado de ánimo puede resultar temporal o engañoso y que desde ese aparente estado de bienestar se originen acciones o reacciones que lleguen a suponer cierto desasosiego o frustración.
La zona de confort es un espacio mental, y por supuesto emocional, que las personas construimos, fundamentalmente, a base de creencias y hábitos, esto nos permite movernos entre aquello a lo que estamos acostumbrados lo que nos proporciona una indudable sensación de seguridad y control, pero también nos encadena a la rutina, clara enemiga de la evolución y el cambio.
Albert Einstein dijo: “Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”; esto que suena razonable supone un misil directo a la línea de flotación de la zona de confort y aunque en un esfuerzo de racionalización lleguemos a admitir que más allá de ella puede encontrarse el cambio, como motor de mejoras y progreso, no amortiguaremos la sensación de ansiedad e incertidumbre que nos genera lo desconocido.
Esta idea es la que conduce a acuñar el concepto de “salir de la zona de confort”, un ejercicio nada desdeñable pues obliga a admitir la pérdida de la pretendida estabilidad a la que estamos acostumbrados; superar algunas de nuestras creencias y modificar algunos de nuestros hábitos nos puede conducir a sentir una especie de vértigo. Es como dar un paso hacia adelante, acabamos de romper el equilibrio de tener ambos pies en el suelo y no lo recobramos hasta volverlo a posar, pero esa acción nos ha permitido avanzar, esto que forma parte de nuestros hábitos motores para desplazarnos no nos crea ninguna perturbación.
Sin embargo, si hemos de hacer algo parecido para crecer o progresar en nuestros objetivos o metas, surgen los frenos y las dudas y si nos pillan con el pie levantado podemos llegar a pensar que podemos perder el equilibrio, algo que debemos evitar para no caer o peor aun para no volver el pie hacia atrás abortando el cambio que pretendíamos, es preciso romper esas barreras, básicamente emocionales, y volver a colocar el pie en el suelo alcanzando ese paso y los siguientes, tantos como sean precisos para propiciar nuestro crecimiento personal.
En mi opinión este concepto no resulta nada baladí y nos plantea una clara dicotomía: podemos elegir entre estar dispuestos a salir de la zona de confort, cuando sea preciso, en pos del progreso y el crecimiento personal o permanecer en ella renunciando a gestionar lo que desearíamos que fuese nuestra vida.
Salir de la zona de confort duele, pero es un dolor emocional y por tanto gestionable. Eludirlo representa la renuncia a la mejora y desarrollo personal, pero sin duda es una decisión personal que cada uno ha de tomar. ¡Tú eliges!, entre la pretendida comodidad de tu torre de marfil o la incomodidad del esfuerzo del nada fácil camino del crecimiento personal, fuente de riqueza propia y regalo para los demás.

miércoles, 25 de abril de 2012

REC 9. ¿CREENCIAS O INTERPRETACIONES?


Cuando las personas nos manifestamos creyentes o no creyentes tengo la sensación que lo hacemos desde una concepción religiosa y no desde el origen o condicionante de nuestra forma de actuar. En mi opinión las creencias marcan el camino de nuestras acciones.
Sin nada que ver con nuestro carácter religioso, todas las personas estamos vinculadas a nuestras creencias, estas pueden ser poderosas que nos ayuden a lograr objetivos o limitantes que consigan vetar el alcanzarlos. Pero siempre una creencia es una interpretación a la que le damos rango de hecho lo que la convierte en un filtro a través del que vemos la realidad.
El peligro de las creencias reside en el hecho de convertirse en juicios automáticos heredados en nuestra educación, las convertimos en juicios que hemos incorporado a nuestra existencia que las convierte en automatismos difícilmente controlables, por lo que actúan habitualmente y llegan a condicionarnos sin darnos cuenta.
Mi esfuerzo tras esta reflexión será: ¿En qué creo o en qué decido creer?...

domingo, 22 de abril de 2012

EL SUFRIMIENTO


En la 3ª entrega de Ricoblog Exprés Coaching realizaba una rápida y breve reflexión sobre el dolor y el sufrimiento, unos días después y tras algunos emails recibidos interesándose por el tema, creo que merece la pena ampliar dicha reflexión, al menos intentarlo.
El sufrimiento tiene su origen en la percepción de lo que admitimos como realidad, pero solemos olvidar que en numerosas ocasiones esa realidad la construimos desde nuestros deseos, nuestros miedos y prejuicios; no son los hechos que están ocurriendo sino lo que esperábamos de ellos lo que desencadena el sufrimiento, no se trata de un dolor físico, en todo caso sería un dolor psicológico, un determinado nivel de perturbación en nuestro subconsciente que podemos llegar a exteriorizar físicamente en forma de dolor en su más clásica concepción, el dolor lo sentimos en el cuerpo, el sufrimiento lo experimentamos a nivel mental y emocional.
Es bastante habitual que en nuestra inclinación natural por desprendernos del sufrimiento optemos por la resignación o el resentimiento:
La resignación es un estado paralizador de las personas ante el convencimiento de que, hagamos lo que hagamos, las cosas no van a cambiar, erróneamente podría equipararse a la “aceptación” cuando en realidad es una rendición.
El resentimiento nos convierte en víctimas y nos instala en el terreno de “la queja”, nos hace sentirnos como el blanco de la injusticia y el incumplimiento hacia nosotros.
Tanto la resignación como el resentimiento son estados de ánimo complejos, fundamentalmente porque nos llevan a mantener conversaciones distintas de forma interna y externa, con nosotros y hacia los demás, ante esa divergencia no resulta fácil lograr ese desprendimiento deseado.
Y aunque lo generemos desde una realidad con posibilidades de ser “irreal”, el sufrimiento no es una mera palabra o concepto, es una realidad y ni la resignación ni el resentimiento nos ayudarán a gestionarlo; lo que realmente nos puede ayudar es aprender a gestionar mejor nuestro ego, solo eso nos permitirá eliminar o cuando menos suavizar esa confrontación entre nuestras dos conversaciones, la que nos habla de cómo nos vemos y la que nos habla de cómo deseamos que nos vean los demás.
Todos nosotros tenemos algún aspecto propio que nos gustaría cambiar y desde luego nos gustaría hacerlo sin dolor y sin perjuicio de nuestra autoestima, sin embargo, desde nuestra individualidad el sufrimiento de no poder hacerlo puede resultarnos irracionalmente insalvable, no obstante, renunciamos a la mejor receta para lograrlo “la habilidad para pedir ayuda”; podemos carecer de dicha habilidad y eso nos aboca a conocernos a fondo y a estar dispuestos a sufrir, pero incluso en esa situación, deberemos tratar de hacerlo con mesura, evitando, en la medida de lo posible la desproporción de ese sufrimiento, acrecentado por los temores que nos provoca.
Sé que es difícil alcanzar el nivel que elimine nuestra propia confrontación, entre como nos vemos y como deseamos ser vistos, y aunque es una meta que yo no siempre logro ¡La recomiendo! Es lo que te permite eludir o renunciar a presumibles soluciones de huida que solo consiguen enfatizar tu vacío, tu posible soledad y con ello tu sufrimiento.

miércoles, 18 de abril de 2012

REC 8. ¿EXPECTATIVA O PROMESA?


Una expectativa se mueve siempre en el terreno de la posibilidad y de la esperanza, es como una falsa promesa que nadie nos ha hecho pero que abrazamos como cierta, algo que confiamos se produzca y si no es así nos genera frustración y hasta enfado, porque la expectativa nos coloca en manos del azar, es como una ruleta que no podemos controlar pero que esperamos nos sea propicia.
Una promesa requiere de un compromiso explícito, no simplemente deseado; una promesa precisa que se haga una petición o una oferta que debe ser aceptada por la persona a quién se dirige, esa aceptación es fundamental; pero para que una petición u oferta obligue a ambas partes es preciso que sus condiciones sean claras y suficientes, no solo que esperamos sino cómo y cuando lo esperamos, pues una indefinición de las condiciones nos puede devolver al mundo de las expectativas.
¿Es posible que si damos por hecho que los demás actuarán conforme a nuestros deseos, estemos construyendo una realidad inconsistente que tan solo nos será confortable hasta que contrastemos que no se produce lo que esperamos?
¿Esperas o pides y ofreces?...

domingo, 15 de abril de 2012

MIS QUIMERAS. "Decidiendo mi Epitafio"


Cada mañana el calor del emergente sol sobre mis párpados era el que marcaba el inicio de mi actividad, era como una señal para desperezarme y ponerme en marcha, sin embargo, esa mañana parecía distinto, era como si el calor sobre mis párpados pesara, como si los rayos solares me llegasen cargados de un sinfín de partículas de plomo que, a cada momento, me proponían un esfuerzo adicional para abrir mis ojos. Me sentía rígido y atenazado por las sábanas, mi cuerpo cada vez pesaba más, pero, mi racionalidad me impedía admitir la posibilidad de que la noche me hubiese proporcionado una sobredosis de pesimismo, consiguiendo sensaciones a las que no estaba acostumbrado.
Esa percepción provocó que mi tendencia natural al optimismo iniciase una pelea frente a esa situación de abandono o desgana personal que empezaba a oprimirme y ante la que deseaba rebelarme, sin embargo, poco a poco, presentía que mi pretendida entereza  iba debilitándose y me empujaba a lo que me parecía una rendición, me hundía inevitablemente en el colchón que me abrazaba como un depredador lo hace con su presa.
Dado que mí cuerpo no respondía a los estímulos físicos que trataba de imprimirle, decidí racionalizar una situación que empezaba a resultarme inmanejable. ¡Craso error!, mi desconcierto solo conseguía debilitarme y acercarme al derrumbamiento. Me sentí tan mal que cada vez lo tenía más claro, aun sin saber por qué, presentía que aquello me acercaba al final.
Entonces decidí que una persona que siempre ha pretendido dejar su huella debía dejar una última, la que solemos conocer como epitafio (aunque no suene demasiado bien), lo cierto es que un epitafio suelo recogerse en una lápida, pero también puede hacerse en una placa o en un simple recuerdo, esto unido a una vertiginosa sensación de “puenting emocional”, que me hacía sentir un tremendo vacío, hizo volar hasta mi adormecida conciencia, algunos epitafios famosos que siempre me llamaron la atención:
Marqués de Sade: “Si no viví más fue porque no me dio tiempo”.
J. B. Moliere: “Aquí yace el rey de los actores. En estos momentos lo hace de muerto y de verdad que lo hace bien”.
Groucho Marx: “Disculpe que no me levante”.
Miguel Miura: “Ya decía yo que este médico no valía mucho”.
Johann Sebastian Bach: "Desde aquí no se me ocurre ninguna fuga"
Anónimo: “Vivió mientras estuvo vivo”.
Epitafios que sin duda tratan la trascendencia de un hecho irreversible con gran ingenio y cierta apariencia de frivolidad, algo que decidí emular hasta comprobar que mi ingenio no se mostraba como tal y los resultados se me antojaban más patéticos que frívolos:
J. L. Rico: “Fui lo que los demás deseaban” (me pareció demasiado pretencioso).
J.L. Rico: “Antes que en mí, pensé en otros” (¿Alguien puede creerlo?).
Y un montón de ellos más que tampoco me satisfacían.
Entonces pensé que sí el epitafio pretende ser la imagen que perdura de ti cuando tú no estás, lo lógico es que lo escribiesen los demás, los que continúan y conforme a cómo te recuerdan, no obstante, decidí consumir lo que me parecía mi última oportunidad para testimoniar lo importante que para mí son los demás, o mejor dicho, lo que mis conductas podrían suponer para ellos; estiré temblorosamente mi mano alcanzando un papel y con una letra impropia de mi cuidada caligrafía, alcancé a escribir:
J. L. Rico: “Me gustaría haber dado a cado uno lo que esperaba de mí”.
Poco a poco mi malestar fue desapareciendo, y desde la serenidad que iba recuperando leí el epitafio que había escrito, después de leerlo, releerlo, y recuperar lo que consideraba la normalidad, pensé que tal vez me había precipitado, pero me quedo con lo que alcancé a escribir, creo que responde a lo más íntimo y sincero que pretendo, aunque no siempre lo consiga. ¡Tal vez mande el SMS!

miércoles, 11 de abril de 2012

REC 7. ¿MIRAS O VES?

No me cabe duda que para ver es preciso mirar, pero, mientras que mirar es dirigir la vista hacia algo o alguien, ver exige percibir.
Miras de forma permanente a tú alrededor, hacia un lado y otro, hacia adelante o hacia atrás, pero no siempre ves lo que tienes al lado, tu mente está ocupada, o peor aun preocupada, por lo que se disocia de tu visión y no ves todo lo que miras: Miras al rio pero no ves el puente que te permitiría cruzarlo, miras el paso a nivel pero no ves el tren que se aproxima a toda velocidad.
Tal vez miras desde una especie de indiferencia relajada; miras hacia ningún sitio y por ello no ves nada.
¿Cuándo miras tienes la mente tan abierta como tus ojos?...

domingo, 8 de abril de 2012

EL JUEGO PELIGROSO DE LA MENTIRA


Todos los seres humanos, en mayor o menor medida, nos vemos condicionados por la pretensión de causar una impresión favorable en los demás; el lograrlo implica asumir ciertas conductas o pautas de actuación, no siempre fáciles de lograr. Un camino, alternativo, es dibujar la imagen pretendida con palabras en lugar de con hechos; esta segunda alternativa nos conduce, con mayor o menor nivel de consciencia, a la mentira.
La mentira nos permite falsear la verdad pretendiendo la atención y aprecio de los demás por la vía del engaño, por lo que si lo logramos cometemos dos delitos: el secuestro de lo cierto y el robo de la verdad ajena, pues lo que mostramos no es cierto.
Existe una expresión popular, como la mayoría de ellas llena de sabiduría, que dice: “la mentira tiene las patas muy cortas”, frase que no hace sino reflejar el peligro o inestabilidad de la realidad creada desde la mentira, y sí leemos un poco más allá de su enunciado comprenderemos que es un aviso de que la mentira solo tiene como aliada a la memoria. Mientras que una persona sincera no tiene que preocuparse de la versión que dio sobre sus hechos o percepciones, quienes la enmascaran deben controlar en todo momento lo que dijeron y ante quienes lo hicieron, en caso contrario su incoherencia generará desconfianza destruyendo el crédito pretendido.
La mentira nos sitúa en un plano inestable e irreal, y al margen de signos externos acabará impidiendo la felicidad interior. La mentira suplanta el yo verdadero, aunque no elimina el “YO” auténtico y este no se identifica con los resultados falsos ni con los méritos recogidos, algo le dice que los elogios son deseados, pero… ¿merecidos? Puede que hayan permitido un precipitado disfrute de admiraciones “arrancadas”, pero nuestra realidad interior, tarde o temprano, nos recordará como se fundamentaron.
La dualidad entre los halagos recibidos y la percepción de que se deben a lo que uno aun no es y tal vez no se llegue a ser, puede desencadenar desequilibrios emocionales de carácter negativo y es que la realidad interior, tarde o temprano, nos acabará recordando quienes somos o peor aún, quién no queremos ser.
Gestionar quienes somos puede resultar un camino complicado, pero intentar parecer lo que no somos solo nos deja el camino de la mentira, el camuflaje de la realidad cierta a base de una realidad frágil que terminará quebrando la confiabilidad hacia nosotros, generando un sinfín de dudas y desconfianzas sobre nuestra verdadera personalidad, esto convertirá en estéril todo nuestro esfuerzo por construir nuestro pretendido “YO”, incluido su lado verdadero.
Pero si una actitud basada en la mentira, como la descrita, resulta censurable, lo es más aún cuando dicha actitud no se utiliza para el engrandecimiento personal sino para el empequeñecimiento o descrédito de otros, cuando pretendemos con nuestras “falsas verdades” que se nieguen a otros aplausos o respetos merecidos, de los que inapropiadamente queremos apoderarnos.
Debiéramos recordar que somos propietarios de nuestro pasado, presente y futuro, lo que nos exige elegir de forma permanente que pretendemos de nuestra vida y si es censurable o incomprensible ser irracional con uno mismo, lo que en absoluto es justificable es serlo con los demás.