Dado que el término
“simplejos” no pasa de ser una frivolidad personal al carecer de toda
consistencia lingüística, solo me queda centrarme en el otro cincuenta por
ciento del título, es decir, “complejos”, algo que disminuye nuestra seguridad,
atenta a nuestra autoestima y nos resta personalidad. Sin duda consecuencias
poco gratificantes porque representan sentimientos que nos empequeñecen
debilitando nuestra fortaleza personal y capacidad de decisión.
Hace falta llegar
hasta la sexta acepción del diccionario de la RAE para encontrar como
definición de complejo: “Conjunto de ideas, emociones y tendencias generalmente
reprimidas y asociadas a experiencias del sujeto, que perturban su
comportamiento”. No puedo obviar las expresiones que utiliza como represión y
perturbación, porque me parecen nocivas para un desarrollo sano del perfil
personal.
Suelen distinguirse
varios tipos de complejos: “los físicos” propiciados por una sociedad volcada
excesivamente en el culto a la apariencia, “los psíquicos” que suelen derivar
de carencias culturales y “los sociales” que tiene que ver con el ámbito del
dinero, de la profesión o de los orígenes.
Los complejos
generalmente se originan en la infancia, se afianzan en la adolescencia y, si
no se superan, manifiestan toda su toxicidad en la etapa adulta. Pueden ser
innatos o adquiridos, con los innatos nacemos y conforman lo que llamamos
“nuestra personalidad”, los adquiridos son fruto del entorno social y cultural,
un fruto que recogemos cuando estamos demasiado pendientes del “qué dirán”.
En el terreno de
los complejos, y aunque no son los únicos, existen dos focos o factores
determinantes que nos remiten a nuestra infancia, la familia y la escuela;
seguro que todos conocemos casos de sobreprotección, falta de apoyo o
frecuentes reproches a determinados comportamientos del niño que formarán parte
de su formación y la gran capacidad del resto de compañeros del “cole” para la
mofa y elección de apodos sangrantes. La burla escolar y la percepción de una posible
falta de cariño, valoración o respeto son el aliño perfecto para cocinar una
nada deseable disminución de la autoestima.
Otra dimensión
preocupante de una persona acomplejada es cuando decide disfrazar su problema
adoptando actitudes defensivas que pueden llevarle a mostrar desde la
altanería, la insolencia y sobre todo la falta de respeto hacia los demás.
Podríamos interpretarlo como una conducta o serie de conductas que se abrazan
para ocultar otras que causan malestar, incomodidad e incluso dolor. Es el
juego de simular un estado para disimular otro, sin reparar en que no va más
allá de ser un disfraz que proporciona una falsa autoestima y que los demás
perciben; el resultado final siempre suele coincidir, las relaciones
interpersonales se alteran y desgatan.
El denominador
común en los complejos es la desvalorización, un sentimiento de haber perdido
la batalla comparativa entre quién eres realmente y el ideal que tú mismo o tu
entorno han logrado forjar; resulta que no eres tan alto ni tan estilizado, que
no eres tan brillante ni exitoso, que tus ocurrencias no resultan tan graciosas,
en definitiva que tu esfuerzo no te aproxima a ese ideal soñado o pretendido.
Ante los complejos
es muy importante ser realista y saber lo que cada uno tiene y a dónde puede
llegar y no obsesionarse con ellos para poder asimilarlos. Nada fácil pero
fundamental, es conseguir que nuestra propia escala de valores fluya desde el
interior hacia el exterior, evitaremos así una realidad utópica que no siempre
podremos alcanzar y es que la autoestima no debe venir alentada por modelos
impuestos desde fuera.
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