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miércoles, 13 de noviembre de 2013

COMPLEJOS O SIMPLEJOS



Dado que el término “simplejos” no pasa de ser una frivolidad personal al carecer de toda consistencia lingüística, solo me queda centrarme en el otro cincuenta por ciento del título, es decir, “complejos”, algo que disminuye nuestra seguridad, atenta a nuestra autoestima y nos resta personalidad. Sin duda consecuencias poco gratificantes porque representan sentimientos que nos empequeñecen debilitando nuestra fortaleza personal y capacidad de decisión.

Hace falta llegar hasta la sexta acepción del diccionario de la RAE para encontrar como definición de complejo: “Conjunto de ideas, emociones y tendencias generalmente reprimidas y asociadas a experiencias del sujeto, que perturban su comportamiento”. No puedo obviar las expresiones que utiliza como represión y perturbación, porque me parecen nocivas para un desarrollo sano del perfil personal.

Suelen distinguirse varios tipos de complejos: “los físicos” propiciados por una sociedad volcada excesivamente en el culto a la apariencia, “los psíquicos” que suelen derivar de carencias culturales y “los sociales” que tiene que ver con el ámbito del dinero, de la profesión o de los orígenes.
Los complejos generalmente se originan en la infancia, se afianzan en la adolescencia y, si no se superan, manifiestan toda su toxicidad en la etapa adulta. Pueden ser innatos o adquiridos, con los innatos nacemos y conforman lo que llamamos “nuestra personalidad”, los adquiridos son fruto del entorno social y cultural, un fruto que recogemos cuando estamos demasiado pendientes del “qué dirán”.

En el terreno de los complejos, y aunque no son los únicos, existen dos focos o factores determinantes que nos remiten a nuestra infancia, la familia y la escuela; seguro que todos conocemos casos de sobreprotección, falta de apoyo o frecuentes reproches a determinados comportamientos del niño que formarán parte de su formación y la gran capacidad del resto de compañeros del “cole” para la mofa y elección de apodos sangrantes. La burla escolar y la percepción de una posible falta de cariño, valoración o respeto son el aliño perfecto para cocinar una nada deseable disminución de la autoestima.

Otra dimensión preocupante de una persona acomplejada es cuando decide disfrazar su problema adoptando actitudes defensivas que pueden llevarle a mostrar desde la altanería, la insolencia y sobre todo la falta de respeto hacia los demás. Podríamos interpretarlo como una conducta o serie de conductas que se abrazan para ocultar otras que causan malestar, incomodidad e incluso dolor. Es el juego de simular un estado para disimular otro, sin reparar en que no va más allá de ser un disfraz que proporciona una falsa autoestima y que los demás perciben; el resultado final siempre suele coincidir, las relaciones interpersonales se alteran y desgatan.

El denominador común en los complejos es la desvalorización, un sentimiento de haber perdido la batalla comparativa entre quién eres realmente y el ideal que tú mismo o tu entorno han logrado forjar; resulta que no eres tan alto ni tan estilizado, que no eres tan brillante ni exitoso, que tus ocurrencias no resultan tan graciosas, en definitiva que tu esfuerzo no te aproxima a ese ideal soñado o pretendido.

Ante los complejos es muy importante ser realista y saber lo que cada uno tiene y a dónde puede llegar y no obsesionarse con ellos para poder asimilarlos. Nada fácil pero fundamental, es conseguir que nuestra propia escala de valores fluya desde el interior hacia el exterior, evitaremos así una realidad utópica que no siempre podremos alcanzar y es que la autoestima no debe venir alentada por modelos impuestos desde fuera.

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