Desde niños se nos educa en el esfuerzo por “ser los mejores”, una formación que se orienta fundamentalmente hacia la obtención de resultados y en la mayoría de las ocasiones para satisfacción de otros (padres, profesores, jefes, etc.)
Quienes se comprometen con la exigencia tienen serias dificultades para discernir entre “lo que es” y “lo que hace” por lo que cuando el resultado obtenido no se considera óptimo lo viven como un fracaso, lo que les hace impermeables a otros puntos de vista, críticas o sugerencias.
Quienes asumen el compromiso con la excelencia se centran más en el camino que en la meta, si algo sale mal, no es él, es que algo de lo que hace puede ser mejorado y eso conduce al aprendizaje; al no presentir amenazas personales es fácil admitir otros puntos de vista, críticas o sugerencias.
La excelencia permite conectar con lo que uno quiere de verdad, lo que incrementa de forma notable las posibilidades de lograrlo.
¿Tú compromiso es con la exigencia o con la excelencia?...
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