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domingo, 1 de abril de 2012

¡ES EL ANSIAAAAA...!


La “avidez” viene definida por la RAE como ansia o codicia y a su vez identifica el “ansia” como congoja o fatiga que causa en el cuerpo inquietud o agitación violenta y la “codicia” como un afán excesivo de riquezas o el deseo vehemente de algunas cosas buenas; cuando aplicamos el adjetivo vehemente, por ejemplo a un discurso, su sentido nos habla de que tiene una fuerza impetuosa, pero si lo aplicamos a una persona, estaremos hablando de alguien que actúa de forma irreflexiva, dejándose llevar por los impulsos.
Seguramente no soy el único que ha escuchado referirse a la avidez como una ambición sana por progresar, por crecer, etc., pero resulta fácil ver como este concepto no encaja en su verdadero significado que sin duda nos presenta la avidez como algo negativo, entre otras cosas por ser un elemento desestabilizador de la mente y del espíritu, generador de emociones que solo pueden ser destructivas. La avidez que va más allá de aspectos físicos y materiales nos lleva a ambicionar lo que no es legítimamente propio, a desear más de lo que tenemos, lo que nos provocará insatisfacción, envidia, celos y que se yo cuantas perturbaciones más en nuestro estado emocional.
Es muy probable que todo esto tenga algo que ver con la educación que recibimos en las cuestionablemente denominadas “sociedades avanzadas” en las que desde niños se nos obliga a la comparación permanente. No estoy en contra de la comparación como concepto, pero si lo estoy en cuanto a los parámetros o elementos que elegimos para ser comparados, lo habitual es comparar resultados y olvidarse de los esfuerzos que cada uno ha de realizar para intentar lograrlos.
El permanente afán por compararnos nos puede conducir a la desdicha, lo normal es encontrar personas que en unos u otros aspectos obtengan “mejores” resultados que nosotros (aunque también los tendrán peores, en los que no nos fijamos) y antes que recordar que “mejor o peor” son percepciones de lo que pensamos y en consecuencia de las etiquetas que les ponemos a las cosas, nos dejamos ganar por el deseo de poseerlas, llegando a codiciarlas y eso es vehemencia y por tanto avidez.
En mi opinión, el mejor antídoto contra la avidez es la aceptación, si somos capaces de aceptarnos como somos nos proporcionaremos serenidad y dejaremos de codiciar lo que no tenemos, no obstante me gustaría dejar claro que no predico una actitud propia del conformismo, opino que el deseo de mejorar es legítimo, sano y recomendable, pero solo si se hace desde la aceptación, sin prisas y dispuestos a trabajar por lo que se desea, porque la aceptación no quiere decir que no exista un deseo de mejorar y desde luego no tiene nada que ver con la resignación o el estancamiento.
La aceptación nos permite vivir satisfactoriamente el presente, admitiendo que hay cosas por mejorar pero poniendo los medios para ello, entendiendo que todo requiere de un proceso en el que no cabe la avidez, de lo contrario nos veremos privados de tranquilidad y satisfacción para disfrutar y vivir en nuestro presente. Además la no aceptación desde la no acción niega la naturaleza evolutiva del ser humano, es decir, no solo no se aceptan las circunstancias sino que no se ponen los medios para cambiarlas.

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