Todos los seres humanos, en mayor o menor medida, nos vemos condicionados por la pretensión de causar una impresión favorable en los demás; el lograrlo implica asumir ciertas conductas o pautas de actuación, no siempre fáciles de lograr. Un camino, alternativo, es dibujar la imagen pretendida con palabras en lugar de con hechos; esta segunda alternativa nos conduce, con mayor o menor nivel de consciencia, a la mentira.
La mentira nos permite falsear la verdad pretendiendo la atención y aprecio de los demás por la vía del engaño, por lo que si lo logramos cometemos dos delitos: el secuestro de lo cierto y el robo de la verdad ajena, pues lo que mostramos no es cierto.
Existe una expresión popular, como la mayoría de ellas llena de sabiduría, que dice: “la mentira tiene las patas muy cortas”, frase que no hace sino reflejar el peligro o inestabilidad de la realidad creada desde la mentira, y sí leemos un poco más allá de su enunciado comprenderemos que es un aviso de que la mentira solo tiene como aliada a la memoria. Mientras que una persona sincera no tiene que preocuparse de la versión que dio sobre sus hechos o percepciones, quienes la enmascaran deben controlar en todo momento lo que dijeron y ante quienes lo hicieron, en caso contrario su incoherencia generará desconfianza destruyendo el crédito pretendido.
La mentira nos sitúa en un plano inestable e irreal, y al margen de signos externos acabará impidiendo la felicidad interior. La mentira suplanta el yo verdadero, aunque no elimina el “YO” auténtico y este no se identifica con los resultados falsos ni con los méritos recogidos, algo le dice que los elogios son deseados, pero… ¿merecidos? Puede que hayan permitido un precipitado disfrute de admiraciones “arrancadas”, pero nuestra realidad interior, tarde o temprano, nos recordará como se fundamentaron.
La dualidad entre los halagos recibidos y la percepción de que se deben a lo que uno aun no es y tal vez no se llegue a ser, puede desencadenar desequilibrios emocionales de carácter negativo y es que la realidad interior, tarde o temprano, nos acabará recordando quienes somos o peor aún, quién no queremos ser.
Gestionar quienes somos puede resultar un camino complicado, pero intentar parecer lo que no somos solo nos deja el camino de la mentira, el camuflaje de la realidad cierta a base de una realidad frágil que terminará quebrando la confiabilidad hacia nosotros, generando un sinfín de dudas y desconfianzas sobre nuestra verdadera personalidad, esto convertirá en estéril todo nuestro esfuerzo por construir nuestro pretendido “YO”, incluido su lado verdadero.
Pero si una actitud basada en la mentira, como la descrita, resulta censurable, lo es más aún cuando dicha actitud no se utiliza para el engrandecimiento personal sino para el empequeñecimiento o descrédito de otros, cuando pretendemos con nuestras “falsas verdades” que se nieguen a otros aplausos o respetos merecidos, de los que inapropiadamente queremos apoderarnos.
Debiéramos recordar que somos propietarios de nuestro pasado, presente y futuro, lo que nos exige elegir de forma permanente que pretendemos de nuestra vida y si es censurable o incomprensible ser irracional con uno mismo, lo que en absoluto es justificable es serlo con los demás.
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