Todos hemos recibido en ocasiones un halago, la
cuestión es ¿Por qué a veces nos produce bienestar y otras puede llegar a
resultarnos desagradable? Sí el halago es un elogio, es decir, una alabanza de
las cualidades y méritos de alguien o de algo ¿Por qué entonces es posible esa
dicotomía?
La razón reside exclusivamente en el móvil del
halago, y es que puede venir desde el reconocimiento o desde la adulación.
El reconocimiento es una declaración sincera sobre
la legitimidad que se otorga a la cualidad o cualidades de otra persona; la
adulación es la expresión, generalmente exagerada, de lo que se cree que puede
agradar a otro, con el objetivo único e interesado de obtener una prebenda o
favor.
Mientras que la práctica del reconocimiento es
propia de personas de elevados valores éticos por lo que genera el bien en
otros, la adulación lo es de los conocidos a lo largo de su vida como “pelotas”
o “egoístas” que solo persiguen el bien propio.
Buscar el reconocimiento es humano y es lícito,
buscar la adulación es, simplemente, estúpido. Practicar el reconocimiento es
saludable, practicar la adulación envilece.
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