Una rana se preguntaba cómo podría alejarse un poco del clima frío del invierno de su tierra. Unos gansos le sugirieron que emigrara con ellos hacia el sur. El principal problema era que la rana no sabía volar. “Dejadme que piense un momento, dijo la rana, tengo un cerebro privilegiado”. Pronto tuvo una idea. Pidió a dos gansos que le ayudaran a buscar una caña lo suficientemente ligera y fuerte. Les explicó que cada uno tenía que sostener la caña por un extremo, y que ella iría en medio, fuertemente agarrada a la caña por la boca.
Cuando llegó el momento, los gansos y la rana comenzaron su travesía. Todo iba según lo previsto cuando, al poco rato, pasaron por encima de una pequeña población. Los habitantes de aquel lugar salieron para ver el inusitado espectáculo. Alguien preguntó: “¿A quién se le ocurrió tan brillante idea?”. Esto hizo que la rana se sintiera muy orgullosa, y fue tal su sensación de importancia, que no pudo evitar que se le escapara la inmediata respuesta: “¡A mí!”. Su vanidad fue su ruina, porque en el momento en que abrió la boca, se soltó de la caña y cayó al vacío desde una considerable altura.
Un exceso de “Ego” proporciona unas buenas dosis de vanidad, egocentrismo y prepotencia, pero… ¿Cuáles son las consecuencias?
¿Qué queremos decir cuando sentenciamos que alguien tiene el “Ego” subido?, sencillamente que tiene una idea de sí mismo por encima de la realidad; supone una forma distorsionada de vivir; Es una expresión que refleja poseer una vanidad exacerbada. Estamos en una cultura en la que a la mayoría de las personas no les interesa “lo que es”, sino “cómo se ven”. Les interesa la imagen más que la objetividad. Y así, el hombre de la sociedad actual se lanza a participar en esa carrera de las apariencias, en el típico afán de “quién engaña a quién”, de cómo lograr mejor impresión. Jugamos a las etiquetas, a los estatus sociales y exhibiciones económicas para competir por la imagen social, un combate en el que a los seres humanos no les interesa ser, sino parecer.
El egocéntrico cree que sus opiniones e intereses son más importantes que las de los demás y cree que todos buscan o deben buscar lo que él busca. Jean Piaget sostuvo que los niños pequeños son egocéntricos. Esto de ninguna manera significa que sean egoístas, sino que no tienen todavía la suficiente habilidad mental para entender a otras personas que puedan tener diferentes opiniones y creencias con respecto a la de ellos. Habilidad, que por otra parte, se supone han debido desarrollar al llegar a su edad adulta.
Cuando esa habilidad no se desarrolla, se acaba en la prepotencia, dando paso a personas aparentemente muy seguras pero que en realidad suelen ser inseguras y nada sinceras, eso sí, se creen superiores respecto a los demás y tienen facilidad para darle la vuelta a las situaciones para tener siempre razón y que el resto del mundo vea que son mejores que los demás. Este tipo de persona no sabe aceptar un “no” por respuesta, aunque parezca que la puede asimilar; realmente casi nunca la acepta, ni tampoco que el resto de la gente no piense como ella.
Nuestra vida se rige por muchos valores, uno de ellos es el poder de decisión para elegir nuestras preferencias, pero para estas personas este poder de decisión no existe, sólo existen sus propias decisiones e ideales y quieren que el resto de la gente sea igual.
Para mí, si todos pensáramos igual e hiciéramos lo mismo seríamos clones y considero que una gran cualidad de esta vida es poder ser uno mismo, aunque eso signifique opinar y ser diferente de los demás, por supuesto con respeto hacia el resto, sin discriminar ni criticar la opinión de otros porque no piensen ni crean lo mismo.
En coaching manejamos un concepto que denominamos “Egoless” que es precisamente lo contrario a todo lo anterior y que se sustenta en aspectos como la humildad, naturalidad, sencillez y franqueza. Lo ideal es que pudiese adquirirse en las farmacias y tomar “una pastillita de Egoless500” antes de cada comida, seguro que el mundo sería distinto.
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