Lo que os voy a contar puede haceros pensar que he perdido la cordura, no me extraña, yo mismo llegué a pensar que me estaba volviendo loco, pero las cosas sucedieron de esta manera y necesito compartirlo.
Llevaba un par de días buscando el último “polo” que me había comprado, de un blanco precioso, pero no había manera de encontrarlo, ni en el cesto de la ropa sucia, ni el de la ropa de plancha, ni en las últimas maletas utilizadas; removí una y otra vez el armario sin resultado alguno, sin embargo, la última vez que lo hice tuve una rara sensación, aunque no sabría explicarlo, se que no tiene sentido pero esa sensación fue que el resto de mi ropa estaba rara.
No sé que me empujó a hacerlo, pero decidí no cerrar totalmente las puertas del armario sino entornarlas y estar atento a lo que pudiera suceder; reconozco que sentí un escalofrío y agité repetidas veces mi cabeza, a la vez que palmeaba mis sienes, como hacemos con un aparato viejo pensando que es posible eliminar interferencias y malas señales, pero nada cambiaba así que decidí prestar atención al interior del armario y esto es lo que escuché:
“Está buscando al nuevo” decían algunos jerséis, la sudadera, única en el armario sentenció: “después de su primera salida ya no ha regresado, cuando le habíamos acogido como uno más, no lo puedo entender”. El grupo de vaqueros, al unísono, decían no entender tampoco su ausencia, el más veterano de ellos, un vaquero rozado y descolorido, argumentaba: “No puede ser porque se sintiese inferior, era un igual para todos nosotros, en este armario nadie es Ralph Lauren, ni Lacoste"; las camisas se apresuraron a intervenir, por aquí nunca hemos visto prendas Burberry, Armani o Gucci y hasta los bóxers matizaron que ni los Calvin Klein habían sido vistos por allí. Las corbatas se volvieron todas a mirar a una de ellas, pero inmediatamente una precisó: “de acuerdo ellas es una Hummer que regalaron a nuestro propietario, pero es muy sencilla y desde el principio se integró perfectamente en el grupo”.
Desde el fondo del armario escuché una voz ronca que identifiqué como procedente del viejo y vetusto gabán: “Estos jóvenes no saben apreciar lo que tienen, siempre andan tras cosas diferentes, ¡No volverá!”. Los trajes en un intento de aportar cierta serenidad, le recriminaron cariñosamente: “Anda viejo gruñón no seas así, no sabemos si se ha extraviado, o simplemente haya sido olvidado, puede que nos esté echando mucho de menos aunque su estancia entre nosotros haya sido corta; los calcetines, acostumbrados a estar más cerca del suelo que el resto de las prendas del armario, trataron de imponer calma: “¿Por qué no esperamos unos días a ver qué sucede?"
Tras cerrar cuidadosamente las puertas del armario y conseguir recuperarme del estado de shock que aquello me había producido, empecé a pensar donde había estado por última vez llevándole incluido en mi equipaje. Por fin lo recordé y me apresuré a llamar al hotel preguntando si lo habían encontrado. ¡Bingo!, la respuesta fue afirmativa y se ofrecieron a hacérmelo llegar, cosa que les agradecí.
Unos días después recibí un sobre grande con mi “polo nuevo”, lo lavé y planché con cierto mimo antes de reintegrarlo al armario. Ante la posibilidad de que tuviese lugar un acontecimiento similar al de días atrás, decidí entornar en lugar de cerrar las puertas y permanecer a la expectativa. Pronto pude escuchar:
¿De dónde vienes? ¿Qué ha sucedido? ¡Cuenta, cuenta! Todos estaban nerviosos e inquietos, fue el propio novato el que debió pedir calma para explicarse: “La verdad es que ha sido duro pero sencillo, fui olvidado en la habitación de un hotel, pase a una bolsa con el número de habitación de la que procedía, al parecer alguien me reclamó por lo que me han enviado a través de un mensajero y aquí estoy, pero a pesar de mi corta estancia en este armario, os he echado mucho de menos”.
Y en ese momento pude contemplar cómo se produjo la explosión:
Los vaqueros iniciaron una serie de contorsiones rozando sus ásperas telas y costuras entre sí, creando un ritmo que invitaba a bailar, los demás no se hicieron esperar y pantalones y jerséis, camisas y trajes empezaron a emparejarse entregándose a una alegre danza de bienvenida, las corbatas revoloteaban como nerviosas y coloridas serpentinas, era toda una fiesta, los tirantes se entretejieron dando forma a una especie de cama elástica sobre la que brincaban bóxers y calcetines, ¡El nuevo había vuelto! El blanco novato se acercó hacia el fondo del armario para saludar al viejo y vetusto gabán, quién con su voz ronca sentenció. “Ya les dije que volverías, no sé porqué dudaban de tu regreso”.
Con cautela y desde mi anonimato me uní a la fiesta descorchando una botella de cava y aunque momentos después la calma volvió al armario, yo ya no podría olvidarlo, ¡Mi armario tenía vida propia! ¡Su vida! Y yo debería tenerlo en cuenta a la hora de cuidar a cada uno de sus componentes.
¡Muy buena!
ResponderEliminarGracias Alfredo.
ResponderEliminarTu opinión tiene bastante crédito para mí.