Yo (Y): ¿Sí, quién me llama?
R: Soy yo, tu receptor de radio.
Y: ¿Pero cómo puedo oírte?, no te he conectado.
R: ¡Ya!, disculpa, ha sido una iniciativa mía, quería decirte algo.
Y: Bien, ¿Y de que se trata viejo cacharro?
R: Eh, eh, que no soy viejo, ni siquiera antiguo aunque lo parezca.
Y: No te enfades, era simplemente un entrañable saludo en concordancia con tu aspecto.
R: Es verdad que soy una magnífica réplica de una auténtica Daklin 9989, lo que me da ese aspecto retro, pero soy una radio moderna, incluso estoy provista de reproductor de CD, aunque a primera vista no se pueda ni sospechar.
Y: Es cierto que tienes un aire retro, de hecho en más de una ocasión he recibido elogios por tenerte, aunque siempre revelo que en el fondo eres solamente una imitación, eso sí, una gran imitación de una valiosa posesión, como aparentas y la gente admira.
R: Bueno, dejemos de hablar de lo que soy y de lo que parezco, pues me estoy convirtiendo en la protagonista de una conversación que deseo gire en torno a ti.
Y: ¡Vale, vale!, pues tu me dirás.
R: Lo cierto es que más que decirte, lo que deseo es hacerte un reproche: Cuando te levantas enciendes la “tele”, cuando llegas a casa enciendes la “tele” y rara vez soy yo la elegida, es como si nunca te acordaras de mí.
Y: ¡Tocado!, admito que puede haber una buena dosis de hábito en mi comportamiento y por ello actúe de forma inconsciente y automática, pero tú tienes que admitir que la “tele” me proporciona imágenes que puedo visualizar de forma cómoda y directa, y ese no es tu caso.
R: En eso te equivocas, las distintas cadenas de televisión te hacen llegar imágenes “enlatadas” anulando tu participación y limitándote a procesar solo aquellas que te proporcionan.
Sin embargo, las diferentes emisoras de radio estamos diseñadas para dirigirnos a tu campo emocional, a despertar tu imaginación y ayudarte a crear tus propias imágenes. Y así ha sido desde finales del s. XIX.
Y: La verdad es que suena bien, pero… ¿En qué apoyas esas afirmaciones?
R: Mira, te voy a dar una prueba, y dada tu edad seguro que no te va a resultar una experiencia ajena; durante una buena época del siglo pasado las madres se reunían con vosotros, sus hijos, a media tarde, para escuchar los cuentos radiados. ¿Cómo veíais los niños lo pequeño que era Pulgarcito, o las harapientas ropas que vestía Cenicienta? ¿Cómo veíais los niños lo guapo y valiente que era el príncipe, o lo vieja y arrugada que era la malvada madrastra?...
Y: Supongo que con imaginación.
R: Por supuesto, pero una imaginación estimulada por nuestras formas de hacer; nuestras imágenes están en lo que decimos y cómo lo decimos, pero el toque final lo has de poner tú.
Y además no te engañes, muchas veces la “tele” es como una radio “pobre” para ti, pues no está preparada para no ser mirada y tú la pones pero no le prestas atención, suena y suena mientras tú haces otras cosas; claro que es peor aún si no las haces por no perderte las “enlatadas” imágenes.
Y: ¡Vale! Creo que tu reprimenda me ha convencido y aunque confieso que no tengo intención de prescindir de la “tele”, te prometo una consideración diferente. Desde ahora, tengo “tele” y “radio”.
R: ¡No te arrepentirás!
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