Calderón de la Barca,
allá por el siglo XVII, escribió probablemente el soliloquio más famoso del
drama español poniéndolo al final del primer acto, lo hace en boca de
Segismundo y sus reflexiones sobre la vida y su suerte, que reproduzco
parcialmente:
Sueña el
rico en su riqueza,
que más cuidados le ofrece;
sueña el pobre que padece
su miseria y su pobreza;
sueña el que a medrar empieza,
sueña el que afana y pretende,
sueña el que agravia y ofende,
y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende.
que más cuidados le ofrece;
sueña el pobre que padece
su miseria y su pobreza;
sueña el que a medrar empieza,
sueña el que afana y pretende,
sueña el que agravia y ofende,
y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende.
Yo sueño que estoy aquí
destas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.
destas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.
A veces sueño y no
precisamente dormido sino despierto; no sé si cuando lo haces despierto es un
sueño o una ambición, tal vez sea un deseo de difícil logro. Al hacerlo: ¿Estás
en brazos de lo onírico o de la pretensión? ¿Estás entrando en el terreno de lo
posible, de lo imposible, de lo probable o de lo improbable?
Hay quienes
aseguran que somos uno de los factores fundamentales en la gradación de los
fenómenos que nos suceden; sin duda, ciertamente es más que probable que las
emociones y conductas dibujen ciertos resultados, pero no debemos ignorar que
existen elementos ajenos a uno mismo que también condicionan o definen esos
resultados, al menos los visibles.
Es evidente que
entre los acontecimientos o sucesos que nos afectan podríamos establecer al
menos tres categorías: “Aquellas que propiciamos desde quienes somos o creemos
ser, las que nos condicionan pero provienen de lo demás y de los demás, y
finalmente, como podrían ser las formas o conductas ajenas si las propias
fueran diferentes”.
La reflexión me
empuja a pensar que me encuentro ante un abanico de posibilidades, admitir que
no existe lo absoluto y que las cosas son relativas, es decir, discutibles y
por consiguiente susceptibles de ser puestas en cuestión.
También he de
confesar que lo que entiendo como realidad me asusta, me empuja y me
condiciona. A veces me presento como mártir, otras me considero el motor de lo
que me sucede y no faltan las ocasiones en las que opino que podría haber sido
diferente si yo lo hubiese hecho de otra manera.
Mi mayor rédito ha
sido lo que todo esto ha significado para mí; en adelante seré más cauto al
etiquetar lo que me afecta, ahora tengo claro que no todo me resulta imputable,
también he comprendido que lo que me ocurre no es todo responsabilidad de lo
que me rodea, y sé también qué al final tengo bastante que ver en todo ello, lo
que me exige meditar antes de actuar y hacerlo en función de lo deseado.