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miércoles, 25 de junio de 2014

Y LOS SUEÑOS, SUEÑOS SON



Calderón de la Barca, allá por el siglo XVII, escribió probablemente el soliloquio más famoso del drama español poniéndolo al final del primer acto, lo hace en boca de Segismundo y sus reflexiones sobre la vida y su suerte, que reproduzco parcialmente:


Sueña el rico en su riqueza,
que más cuidados le ofrece;
sueña el pobre que padece
su miseria y su pobreza;
sueña el que a medrar empieza,
sueña el que afana y pretende,
sueña el que agravia y ofende,
y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende.

Yo sueño que estoy aquí
destas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.

A veces sueño y no precisamente dormido sino despierto; no sé si cuando lo haces despierto es un sueño o una ambición, tal vez sea un deseo de difícil logro. Al hacerlo: ¿Estás en brazos de lo onírico o de la pretensión? ¿Estás entrando en el terreno de lo posible, de lo imposible, de lo probable o de lo improbable?

Hay quienes aseguran que somos uno de los factores fundamentales en la gradación de los fenómenos que nos suceden; sin duda, ciertamente es más que probable que las emociones y conductas dibujen ciertos resultados, pero no debemos ignorar que existen elementos ajenos a uno mismo que también condicionan o definen esos resultados, al menos los visibles.

Es evidente que entre los acontecimientos o sucesos que nos afectan podríamos establecer al menos tres categorías: “Aquellas que propiciamos desde quienes somos o creemos ser, las que nos condicionan pero provienen de lo demás y de los demás, y finalmente, como podrían ser las formas o conductas ajenas si las propias fueran diferentes”.

La reflexión me empuja a pensar que me encuentro ante un abanico de posibilidades, admitir que no existe lo absoluto y que las cosas son relativas, es decir, discutibles y por consiguiente susceptibles de ser puestas en cuestión.

También he de confesar que lo que entiendo como realidad me asusta, me empuja y me condiciona. A veces me presento como mártir, otras me considero el motor de lo que me sucede y no faltan las ocasiones en las que opino que podría haber sido diferente si yo lo hubiese hecho de otra manera.

Mi mayor rédito ha sido lo que todo esto ha significado para mí; en adelante seré más cauto al etiquetar lo que me afecta, ahora tengo claro que no todo me resulta imputable, también he comprendido que lo que me ocurre no es todo responsabilidad de lo que me rodea, y sé también qué al final tengo bastante que ver en todo ello, lo que me exige meditar antes de actuar y hacerlo en función de lo deseado.

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