Este fin de semana,
como desde hace muchos años, nos hemos visto avocados una vez más a cambiar la
hora, del sábado al domingo y por arte de birlibirloque las 02,00 hs se
convertían en las 03,00 hs; y todo porque en algún momento alguien decidió que nuestros relojes debían
ganar una hora durante algunos meses (concretamente en 1974). Es evidente que
el cambio tiene sus argumentos favorables, pero ni elimina ni entierra los desfavorables ni los detractores.
¿Aporta beneficios
económicos?, ¿Mejora el día a día?, ¿Perjudica la salud de las personas?, estas
son algunas de las preguntas que la medida saca a la luz (expresión sin duda
oportuna), bueno seguramente estas y unas cuantas más. ¿Es bueno o malo?,
¿Merece la pena o perjudica?, desde luego y a pesar de los años aun no he
conseguido tenerlo claro y desconozco si merece o no la pena tal medida.
Para empezar hemos
de tener en cuenta que nos encontramos en un uso horario que no es el que nos
corresponde en función del meridiano que ocupamos, pero hace ya muchos años que
“alguien” ejerció su poder para imponer su preferencia de coincidir
horariamente con Alemania y no con El Reino Unido.
Independientemente
de si sí o de si no, de si deberíamos tener un horario diferente al que tenemos,
algunos ven ventajas donde otros solo encuentran inconvenientes, mi opinión es
que las cosas no son blanco o negro, pero también es cierto que según qué caso
un color puede pesar más que otro.
Es evidente que el
cambio horario implica una modificación en las horas de luz y oscuridad, al
menos en la franja horaria más común o habitual y es en esta modificación donde
reside la discrepancia de sus efectos, por ejemplo: ¿Realmente se obtiene un
ahorro energético? ¿Afecta a la salud de las personas?, etc.
Una corriente
doctrinal se afianza en que el pretendido o posible ahorro energético de forma
incuestionable representa una disminución del consumo de energía lo que se
traduce en una menor contaminación, tal situación supone una menor liberación
de CO2 así como de otros gases contaminantes, lo que favorece el
funcionamiento de las vías respiratorias y del sistema nervioso.
Esta corriente a su
vez defiende que se trata de un cambio pequeño que en pocos días el cuerpo
puede nuevamente regular, lo que abre otras interrogantes, ¿Todos los cuerpos
disponen de la misma capacidad de respuesta?, ¿La posible adaptación no viene
condicionada por otras variables?
Esto abre la puerta
a otra corriente doctrinal distinta y opuesta a la mencionada, la que considera
que hay elementos nocivos en tal medida, sobre todo en niños, enfermos y
ancianos y no porque puedan ser la causa de sus posibles trastornos, que ya
podían existir, pero sí su detonante para que las consecuencias se presenten
más notorias.
Esta segunda
corriente habla de ansiedad, de insomnio, de irritabilidad, de angustia,
incluso de alteración de ritmos cardiacos, y aunque otros digan que una hora es
un cambio pequeño para ellos es muy grande, al fin y al cabo el año se toma 365
días para ir modificando su espectro luminoso y permitiendo una adaptación
progresiva, un cambio brusco siempre afectará fundamentalmente a personas “más
sensibles”.
Lo cierto es que he
leído diferentes técnicas o remedios para combatir los posible efectos nocivos
del cambio horario, de todo ellos me quedo con el más simple que consiste en
mantener los hábitos, acostarse a la misma hora de siempre y no caer en la
trampa de “Todavía hay luz”, su argumento era que el sueño es muy aburrido y
precisa de rutina y monotonía; pero no todos los cerebros juegan en la misma
división.
No estoy a favor ni
en desacuerdo del cambio horario, simplemente ignoro si nos merece la pena.
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