Me atrevería a
empezar con una sentencia: “Jamás nada se puede hacer a medias, se hace o no se
hace”, sin embargo, razones habrá para que el lenguaje coloquial haya acuñado
la expresión “hacer las cosas a medias”, seguramente para identificar y agrupar
todas aquellas acciones iniciadas y no acabadas.
Iniciar es fácil,
empezar es rápido y puede ser divertido; empezar transmite sensación de ocupación
y supone el inicio de una carrera incierta: ¿Llegaré hasta el final de la
acción iniciada?, ¿Será una nueva actividad inacabada?
Pero antes de
satanizar o beatificar el hecho en sí, tal vez sea prudente fijarse en las
razones que lo determinan. Dejar algo a medias puede resultar o no un problema
a la hora de empezar otras acciones, el que sea de una manera u otra dependerá
de haber tomado una decisión o una dejación.
Si decidimos desactivar
una acción por el convencimiento de que no nos conduce a ningún resultado
satisfactorio, lo que hacemos es liberar los recursos personales que estamos
dedicando a algo que no nos gusta o no deseamos, en beneficio de poder iniciar
otras que realmente queremos o aspiramos a hacer lo que nos convierte en
sujetos libres, podemos equivocarnos o no pero desde luego no es un abandono,
es un posicionamiento respecto a nosotros mismos.
La otra razón de
las actividades inacabadas es el desistimiento, es la rendición, no siempre
consciente, por falta de persistencia ante algo que nos exige algún tipo de
esfuerzo, en esta versión si hay toxicidad pues abandonamos cosas que no nos
abandonan, al menos no lo hacen fácilmente, y es que las tareas a medio acabar
se convierten en una carga, convirtiéndose en un lastre que nos proporciona el
agotamiento de un recuerdo permanente y machacón de aquello que aun tenemos
inconcluso.
Cuando la razón del
abandono pertenece al grupo de causas nocivas como la desidia, la comodidad, la
indecisión o la pereza, entre otras, aparece un sentimiento de culpabilidad que
te empuja a asociarte con aliadas como una naturaleza desorganizada e innata,
pretendidamente inevitable y corresponsable de tu actitud. Caer en el hábito
nada deseable de dejar las cosas a medias nos condena a caminar por tierras de
la mediocridad y gastar una energía que en otras circunstancias no sería
preciso consumir, además:
Divide nuestra atención: Tener cosas a medias e
intentar hacer otras nos dispersa.
Constituye un retraso disfrazado: Solo supone
diferir un problema con el que no hemos podido.
Produce sensación de bloqueo: Eliminando cualquier
sensación de progreso y dificultando el inicio de cosas nuevas.
Incrementa el agobio: Agobio y tal vez ansiedad y
estrés.
Te condiciona: Cómo cualquier hábito, la repetición
provoca acostumbramiento.
Cuando nos levantamos
por la mañana no hay un inversor dispuesto a financiar nuestro proyecto, nuestra
idea o nuestro sueño, al menos a hacerlo así porque sí; nosotros y solo nosotros
podemos propiciarlo, impulsándolo con todas nuestras fuerzas y con toda nuestra
ilusión. Las cosas no van venir hechas, tenemos que hacerlas nosotros y no
tiene ningún sentido hablar y hablar sobre lo que vamos a hacer para luego ni
iniciarlo o abandonarlo a medias.
Las cosas se dejan
a medias cuando se habla demasiado o alardea de ellas, evidenciando luego la
falta de consistencia para su ejecución.
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