En mis largos años
de experiencia empresarial siempre tuve que convivir con un espécimen tan
peculiar como poco deseable y a la vez parece que inevitable. Unos los llaman
caraduras y otros jetas, en mi opinión son verdaderos “pájaros” que se adornan
con un plumaje de desfachatez, descaro o desvergüenza.
Lejos de ser una
especie en extinción parece que se trate de un biotipo que se reproduce por
generación espontánea o contagio, por lo que aunque algunos terminen desapareciendo,
siempre hay otros que ocupan su lugar; su capacidad de supervivencia les puede
sobrevenir de condiciones innatas o de técnicas y habilidades adquiridas
mediante la observación, pero su mayor mérito les proviene de su capacidad de
escaqueo.
El hábitat más
habitual o probable de estos personajes, amparados en su capacidad mimética,
son los aseos, máquinas de café, dispensadores de agua o cualquier otro
recoveco de empleo frecuente y usuarios que cambian a menudo; la gente tiene
desde una ligera sospecha hasta una certeza absoluta de con quién conviven,
pero puede y surgen dudas sobre la conveniencia de evidenciarlo, es como un
¿Servirá para algo?
La invisibilidad y
escaqueo ante la responsabilidad y objetivos de su área de trabajo deja tras de
sí un rastro de “marrones” con los que alguien deberá “apechugar”, realmente la
especie de caraduras o jetas son una especie parásita de la buena voluntad o
carácter manipulable de a quienes llama cínicamente compañeros, que preferirán
rellenar el hueco que ellos dejan, en un intento de evitar problemas y
contratiempos mayores.
El “inevitable” es
un depredador del tiempo y el esfuerzo de los demás, pero, no todos los
inevitables muestran el mismo comportamiento sino que presentan diferentes
especializaciones para alcanzar un mismo objetivo, eso les hace conformar una
compleja familia dentro de la fauna empresarial en la que se integran distintas
subespecies; seguro que a más de una le puedes poner cara (por supuesto dura)
de entre los siguientes ejemplos:
Puede que entre las
más comunes pudiésemos reconocer la integrada por los que adoptan una
estrategia opuesta a la invisibilidad; cuando llegas a la empresa ¡Ya está
ahí!, cuando te vas ¡Sigue ahí!, ante su máquina o su ordenador, magnifica lo
poco que hace iniciando sus frases con expresiones como “yo hago”, “yo
pienso”…, y no le caben en su solapa más medallas al mérito no merecido.
Otros inevitables,
más que de la invisibilidad hacen uso del escapismo y es que siempre que un
proyecto precisa que todo el mundo esté implicado al máximo, el caradura estará
disfrutando de unos días de asueto que consiguió le concediera su superior, su
lema preferido es: “no des ideas, no vaya a ser que tengas que llevarlas a
cabo”.
Otra estrategia, en
este caso utilizada por los que además ostentan el rango de “jefes” es el uso
frecuente del plural mayestático: “hemos hecho”, “hemos optimizado”…, cuando
realmente es su segunda línea y no él quienes diseñan y ejecutan las acciones
que al “inevitable” le permiten apuntarse el tanto, además de tener la espalda
cubierta al poder responsabilizar a otros de los resultados si no son los
esperados o deseados.
El “inevitable
absentista” es otra distinción dentro de la variopinta tipología de
inevitables, su fuerte reside en la habilidad para obtener bajas médicas que
por puro azar del destino suelen solaparse con vacaciones, puentes y todo tipo
de festivos. La compasión que pueden despertar al principio siempre acaba
convirtiéndose en un ¡Vaya jeta!
El excursionista,
inevitable que se pasa el día recorriendo la empresa como si de un safari se
tratase, con su carpeta llena de papeles en ristre, este resulta ser doblemente
caradura. De un lado la capacidad de escaqueo propia de la especie y de otro la
habilidad de sablear a los compañeros que hacen una pausa para tomar un café o
fumarse un cigarrillo, al que siempre termina autoinvitándose.
Seguro que estos
ejemplos no agotan la lista de los posibles caraduras o jetas, incluso seguro
que quedan aun subespecies por descubrir, pero todos ellos presentan una
increíble capacidad de adaptación, no importa que las condiciones del entorno
cambien, ellos evolucionan con asombrosa sincronía, aunque difícilmente cambian
su estrategia.
El lado oscuro de
los inevitables está en su incompetencia y falta de responsabilidad, algo que
los demás reconocen y padecen, y que las empresas, aunque casi siempre más bien
tarde, acaban por no soportar.
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