A veces estamos tan acostumbrados a que las cosas sean de una determinada manera que no nos planteamos que podrían ser de otra. Justificamos muchas de las cosas que nos suceden con un “como siempre” y lo peor es cuando lo proyectamos hacia nuestro futuro, es como renunciar al protagonismo que debiéramos ocupar en el papel de cómo podrán ser las cosas y las condenáramos de antemano con la desalentadora sentencia de “como siempre”, sentencia que solemos utilizar exclusivamente para todo aquello que nos proporciona resultados insatisfactorios, incluso aunque sea algo que nos sucede por primera vez. Es como un canto a la mala fortuna.
En mi opinión, esta
actitud nada plausible ni deseable no refleja rendición ni entrega aunque nos
reste posibilidades, más bien quién la experimenta es víctima de un secuestro,
alguien que se ha convertido en rehén de lo que solemos llamar “costumbre” aunque
tal vez debería decir “malas costumbres” ya que las “buenas” nos proporcionan
sensaciones diferentes.
No debemos olvidar
que una costumbre es un hábito adquirido por la práctica frecuente de un acto y
que muchas costumbres se van transmitiendo de generación en generación hasta
convertirse en tradiciones. Por otro lado, teniendo en cuenta que toda persona,
en unión de sus costumbres y tradiciones, responde a una determinada estructura
mental, emocional y física, vinculadas en estrecha relación, los cambios no
resultan cosa fácil.
La costumbre,
cualidad simple y sencilla del ser humano, no es igual para todos, cada uno
tiene sus costumbres y vive con ellas, para bien o para mal, también atesoramos
ciertos automatismos para no volvernos locos, pero sí de nuestra colección de
costumbres decidiésemos cambiar cualquiera de ellas nos resultará fatigoso; una
vez que ha asumido la consistencia de rutina nos obligará a prestar atención a
todo lo que estamos haciendo, y con la disposición y decisión de afrontar
cambios en función de aquello que deseemos.
También resulta
fácil observar que determinadas costumbres cuentan con aprobación social y
otras no aunque sean relativamente comunes, pero también es frecuente que en
determinados momentos de nuestra vida deseemos cambiar algo aunque finalmente
no lo hagamos y lo dejemos pendiente para “mejor ocasión”, sin duda esta es una
situación que deberemos afrontar más de una vez en nuestra vida con idéntico
resultado, estamos centrados en la dificultad de cambiar y no en la
insuficiencia del empeño que ponemos para lograrlo.
La posibilidad de
valernos de la rutina para tratar de economizar tiempo y esfuerzo nos puede
llevar a extenderlo a todos los ámbitos de nuestra existencia, pues es más
cómodo.
Nuestro cuerpo y
nuestra mente son de tendencia rutinaria y tal práctica a veces nos ayuda y
otras, incluso, nos beneficia, esto me lleva a que no es necesario pretender
desterrarlas totalmente de nuestra vida, pero nos aconseja ser selectivos y
utilizar las rutinas que nos resultan propicias y no en función de todas las
que nos condicionan como si funcionásemos en modo de piloto automático.
La costumbre es
hacer…, hacer…, hacer…, siempre de modo similar lo que nos proporciona, una y
otra vez, resultados parecidos, pero es más tóxico aun la costumbre de no
hacer…, no hacer…, no hacer…, implica dejar todo para después; puede aparecer
ante la duda o miedo a equivocarse ante las diversas elecciones que hemos de
realizar. Los que dicen entender de esto lo llaman “procrastinación” y aunque
solo sea por la palabra elegida para identificar esta actitud, no me extraña
que sea tóxica.
Cuando la rutina
nos agobia, es la señal de la conciencia que nos indica que hay que empezar a
ser más creativo y cuidadoso, también con lo cotidiano.
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