RICOBLOG

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domingo, 18 de noviembre de 2012

EMPATÍA



(A petición expresa de mi amiga Arantxa a quién se lo dedico especialmente).

Según la RAE, empatía es la “identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimos de otro”; esta definición le confiere el carácter de destreza básica de la comunicación interpersonal, sin duda es una habilidad que facilita el entendimiento entre las personas y es que la empatía ayuda a reconocer los sentimientos y necesidades de los demás.
La falta de empatía es como una especie de sordera emocional que nos conduce a pensar que comprendemos a los demás desde lo que suponemos, pero esta superficialidad difícilmente nos permite salir de nuestro posicionamiento y aquí surge la gran pregunta, si esto lo hacemos desde nuestros pensamientos, sentimientos y necesidades ¿Qué nos garantiza que qué estamos cerca de nuestro interlocutor?
Empatía es un compromiso, es sensibilidad, es respeto ante las convicciones de otro y desde luego no exige abandonar las propias, empatía es ponderar las motivaciones e ideas de los demás desde el afianzamiento de las que uno mismo tiene, sin prepotencia, sin intolerancia y abierto a la posibilidad de concepciones diferentes. No es preciso estar de acuerdo con las ideas de alguien para ser empático, pero sí lo es aceptar la legitimidad de las posibles diferencias que se manifiesten.
La empatía nada tiene que ver con la simpatía o la antipatía, pues no es una cuestión afectiva, es una actitud reflexiva, es un ejercicio intelectual que nos permite comprender los sentimientos de otros y que pide un peaje, este no es otro que dar validez a los juicios y prejuicios de los demás, tal como hacemos con los nuestros. Consiste en abrir nuestra mente y tratar de captar a los demás desde su perspectiva y no desde la propia.
La empatía no viene de serie en nuestra carga genética, puede ser desarrollada si así se desea, pero este desarrollo exige desterrar algunas prácticas o conductas; quien aspire a ser una persona con comportamiento empático deberá evitar, entre otras cosas:

  •  Abordar una conversación desde sus ideas, permitiéndolas ser un escudo impenetrable a enfoques diferentes.
  •  Mostrar compasión.
  • Restar importancia a la preocupación o emoción del otro.
  • Evitar frases que impliquen reprobación, por ejemplo: ¿Así que vas a conseguir, es lo de siempre?
  • Erigirse como el modelo a seguir.

Pero no es suficiente evitar actitudes no favorables, también es preciso ser capaz de exponer y hablar de sentimientos propios, quien no puede hacerlo pone de manifiesto ciertas carencias en el terreno emocional ¿Cómo reconocer, con independencia de lo que uno siente, las emociones de los demás, si nos cuesta manifestar las nuestras?
Creo que a este tema no le vendría nada mal recuperar la frase de Mahatma Gandhi cuando decía: “Las tres cuartas partes de las miserias y malos entendidos en el mundo terminarían si las personas se pusieran los zapatos de sus adversarios y entendieran su punto de vista”.
Admito que no es fácil, pero pasa por entender qué mi verdad no es más verdad que tu verdad, ambas verdades se dan en el territorio legítimo de las experiencias y creencias de cada uno. La posibilidad de entendimiento, respeto y cercanía, pasa por la empatía y no por la confrontación.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

DECISIÓN E INDECISIÓN



En la vida hay dos tipos de decisiones: Las que tomamos continuamente de forma mecánica y sin necesidad de tomar consciencia de ellas, que generalmente identificamos como hábitos y las que nos exigen un plus de voluntad, estas últimas nos resultan más fácil de formular que de llevar a cabo, pero…, unas y otras forman parte de nuestra vida: La vida que llevo hoy es el resultado de las decisiones que tomé en el pasado y la vida que llevaré en el futuro tendrá mucho que ver con las decisiones que tomo cada día.
No voy a negar que toda toma de decisiones implica un riesgo, pero solo nuestros miedos nos niegan el derecho a equivocarnos; un derecho que acuña y moldea nuestro carácter a través de los aciertos o errores, pues de todo se puede aprender, disfrutando de la grata sensación del acierto o poniéndonos a prueba ante la necesidad o conveniencia de la rectificación.
El reverso de la decisión es la indecisión y si la primera nos genera ciertos niveles de incertidumbre e incluso de posible zozobra, la segunda siempre nos empujará hacia caminos desconocidos, incluso puede que hacia caminos no deseados. La indecisión no refleja nada más que una parálisis vital, ¡Pero si algo no se para es el tiempo!, tu indecisión obligará “al tiempo” a tomar decisiones por ti y sean las que sean no te pertenecen y sus resultados tampoco y da igual si son buenos o malos, solo serán fruto de la suerte o del infortunio, ¿Dónde estabas tú?
¿Qué hay detrás de la indecisión? ¿Vacilación, timidez, inseguridad…? Sea lo que sea acaba suponiendo un menoscabo en lo que solemos reconocer como personalidad, un apocamiento que evita que podamos considerarnos nuestro propio “álter ego”, es como la necesidad de que alguien nos aporte la decisión correcta, como si nos prescribiese la receta adecuada, la gran cuestión es: ¿Pretendemos traspasar la responsabilidad de la decisión, supuestamente nuestra, a quién nos aconseja? Es como un “bueno me dijo…”,  “yo no estaba convencido…”, “me dejé llevar…”
Las personas indecisas temen tanto equivocarse que viven en la equivocación, se refugian en eludir la toma de decisiones. En mi proceso de educación se me inculcó que la quietud era una forma de afrontar el riesgo o la duda del resultado, hoy se que era una doctrina errónea, la vida me ha enseñado que ante la duda lo primero a vencer es la paralización y pasar a la acción.
Desde luego no me he vuelto loco y por supuesto que no promulgo un “hacer por hacer”, creo que la toma de decisiones que merece ser rápida, libre y con buenas dosis de pasión, no puede olvidar que ha de ser reflexiva y responsable. Es preciso definir lo que quiero y asumir un compromiso con la forma de conseguirlo.
Quisiera dejar claro que mi apuesta no pasa por un ejercicio de frivolidad, ni por una conducta aventurera; admito que el terreno de las decisiones nos conduce frecuentemente por territorios inéditos, por lo que nos debe obligar a potenciar el autocontrol y la responsabilidad personal, pero nunca a escamotear nuestra propia realidad. Quienes somos, lo que somos y lo que pretendemos ser, es un espacio de exigencia que obliga a tomar decisiones.
Todo objetivo en la vida, y la decisión que su logro nos pide, conlleva algo de riesgo, tratar de evitar ese riesgo al negarnos la opción de decidir, solo permitirá diferir las consecuencias y el riesgo no se desvanecerá ¿Qué nos depararán las decisiones que no hemos tomado?

domingo, 11 de noviembre de 2012

LA GRATITUD



Hace algunos años, seguramente menos de los que nuestra mente crea que han transcurrido, el concepto de patrimonio se refería al conjunto de bienes propios y eso no ha cambiado, pero mientras que originariamente se refería a bienes propios de esencia espiritual, el tiempo se ha encargado de capitalizar dicho concepto, lo que nos lleva a identificar el patrimonio como un conjunto de bienes materiales que pueden ser adquiridos o enajenados.
Esta variación conceptual sobre el patrimonio termina siendo un desencadenante de deseos: comprar, acumular, poseer…, todo tipo de signos externos que sea posible y nos permitan mostrarnos ante los demás como afortunados, o más aún como privilegiados; dignos de admiración como si lo único loable fuese la capacidad o suerte de adquisición o acumulación material, casas, coches, ropa, restaurantes, clubs y cualquier otro tipo de lujo.
Posiblemente un antídoto ante tal fiebre consumista, que hoy nos presiona a diario, sea “La Gratitud”, entendiendo esta como ese estado emocional favorable hacia lo que la vida nos proporciona y que nos permite disfrutarla sin los ambages de la presunción social. Yo veo la gratitud como uno de los elementos más enriquecedores y gratificantes del patrimonio personal. Está en conexión con la famosa frase: “No es más feliz el que más tiene, sino el que menos necesita”, (creo que la versión original utilizaba el término “rico” pero yo prefiero el de “feliz”).
Desde luego no pretendo sucumbir ante la tentación ingenua de esperar que la gratitud sea la fórmula de obtener la felicidad de lograr todo aquello que uno quiere, pero tampoco la concibo como un estado de ánimo que suponga la entrega o conformismo con lo que hoy se tiene y con lo que hoy nos sucede. Tampoco tiene sentido no reconocer que no todas las metas resultan al final logros alcanzados, como tampoco lo tiene dejarse abatir por una ambición desmedida y no lograda.
En mi opinión en eso reside la grandeza de la gratitud, es como un puente en busca de la felicidad deseada, sin caer en la infelicidad que solo te atenaza e inmoviliza. No es preciso ignorar todo aquello que nos acontece y no responde a nuestros deseos, de todo se aprende, pero es recomendable recordar que al lado de decepciones y frustraciones también suceden cosas positivas. Hoy no obtengo lo que pretendo. ¿Pero mientras tanto, que me está sucediendo?
La ambición por nuevos logros es lícita y siempre será valorada por quienes te rodean, en la medida en que sea mesurada, es decir, proporcionada a la meta que se persigue. La gratitud es el sentimiento que nos obliga a estimar el beneficio o favor que se nos ha hecho o ha querido hacer, y a corresponder a él de alguna manera. Esta sensación está vinculada al agradecimiento y afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato. La gratitud, en definitiva, puede expresarse mediante palabras u objetos. Se trata de un sentimiento de reconocimiento.
Piensa y reflexiona continuamente sobre las cosas que te suceden, no todas apuntan a lo que deseas, no todas te satisfacen, pero… ¿Por qué olvidas todas esas que también suceden y te son favorables? ¡El secreto está en no renunciar!, no renunciar a los objetivos y no renunciar a los acontecimientos. Y es que el sentimiento de gratitud es un sentimiento de acompañamiento, acompañamiento a las personas y cosas que te rodean.
El perfume de una flor, la frescura de un bosque o el rumor del agua de un río solo se percibe si te acercas lo suficiente; acércate a lo que sucede en tu vida y tus sentidos se verán estimulados, persigue tu mañana, no renuncies a tus sueños, pero disfruta y agradece tu presente.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

ESAS PEQUEÑAS COSAS



Yo lo llamo paradoja, es decir, “una idea que se presenta como extraña ante la opinión más frecuente y común de las personas”; pero lejos de pensar qué el éxito se obtiene como resultado de actos aislados de trascendencia sobresaliente, creo que el éxito es el premio o recompensa a la sucesión de muchos pequeños actos, metódicos, secuenciados y fundamentalmente coherentes con una meta personal.
Admito que un acto espectacular puede proporcionar ciertas dosis de éxito, pero si dicho acto es aislado, como suele suceder, el éxito será efímero; un éxito personal sólido se basa en lo cotidiano, es el día a día lo que sostiene a la persona en su ámbito de éxito, o lo que es más importante, como yo lo entiendo, en un estado de auto-reconocimiento de realización personal.
Una persona de, lo llamaré “éxito personal”, requiere actuar desde la autocrítica y hacerlo con valentía, buscando siempre en que terreno puede mejorar, reconociendo sus propios límites, no para aceptarlos sin más sino para tratar de superarlos, con disposición a negociar siempre que sea preciso y abierta a nuevos conocimientos.
Pero todo esto que puede sonar grandilocuente no es así, o no debe serlo, las personas vivimos día a día, y el día a día está repleto de pequeñas cosas y solo ellas son las que nos hacen ser lo que somos, sin embargo, las personas tendemos a no valorar esas pequeñas cosas, cosas cotidianas que solo valoramos cuando percibimos su ausencia, como cuando perdemos un amigo o un familiar, ya sea una pérdida física o afectiva.
Salvando todas las distancias que requiere el caso, pero como ilustración de lo que quiero decir, apelo a recordar la frustración que nos produce quedarnos sin luz por un apagón general o sin agua por un corte en la zona. Solo en esos momentos tomamos consciencia de lo que supone disfrutar de algo que está instalado en nuestro día a día, pero que por habitual no le damos el valor del bienestar que nos proporciona.
Si esas pequeñas cosas las clasificamos como rutinarias y las negamos el valor que realmente juegan en nuestra vida, nos exponemos a un peligro: cifrar nuestras posibilidades de éxito al gran acontecimiento que cambie nuestra vida, una visión que nos impedirá percibir los múltiples y contínuos mini-acontecimientos que protagonizamos día tras día, hora tras hora, minuto tras minuto, mientras estos y solo estos forjan nuestra realidad. Por ello, si no aprendemos a disfrutar de esas pequeñas cosas, si no somos capaces de vivir con intensidad ese día a día ¿Qué nos queda? ¿El gran milagro? ¿Y si no se produce?
Creo que el riesgo es demasiado alto para confiar que en algún momento de nuestra vida se presente el “gran milagro”, el improbable o cuando menos incierto “gran milagro” que nos ha de proporcionar el anhelado éxito. Desde luego he llegado a pensar que todo ser humano tiene ante sí ese “gran milagro” y este consiste en ser capaz de disfrutar de las muchas pequeñas cosas que todos los días nos proporciona la vida. Sí, eso es lo que creo, al “gran milagro” se llega mediante la suma de “pequeños milagros”, esos que forman parte de nuestro día a día y a los que raramente concedemos el valor y la importancia que tienen.
Si de verdad deseas el “gran milagro” deja de perseguir el sueño vago y abstracto del triunfo ocasional, es la suma de esas pequeñas cosas lo único que puede hacerte feliz y solo desde la felicidad se alcanza el éxito.

domingo, 4 de noviembre de 2012

LA SOBERBIA



(En febrero de 2011, editaba una de mis primeras entradas al Blog, bajo el título de “LA SOBERBIA”, en mi opinión de temática muy próxima a “LA ARROGANCIA” por lo que he decidido reeditarla):

Hace poco leí: “La soberbia consiste en concederse más méritos de los que uno tiene. Es la trampa del amor propio: estimarse muy por encima de lo que uno vale. Es falta de humildad y por tanto, de lucidez. La soberbia es la pasión desenfrenada sobre sí mismo. Apetito desordenado de la propia persona que descansa sobre la hipertrofia de la propia excelencia. Es fuente y origen de muchos males de la conducta y es ante todo una actitud que consiste en adorarse a sí mismo: sus notas más características son prepotencia, presunción, jactancia, vanagloria, situarse por encima de todos los que le rodean”.
Esto que leí me hizo pensar que también es el factor desencadenante de la “Broncemia”.
¿Pero de qué se trata eso de la Broncemia? Pues es el depósito o acumulación de bronce en el cuerpo.
Un polímero, el hipersulfato de bronce (o algo que pueda resultar similar), va adueñándose poco a poco del sujeto hasta que la persona cree ser una estatua olímpica e inmarcesible. La lesión da comienzo en los pies, dificultando la marcha, por lo que el paciente se traslada con lentitud, con solemnidad. El individuo broncémico no camina: se desplaza majestuosamente. Dado que el bronce va depositándose desde los pies hasta la cabeza, con cierta sagacidad se puede descubrir el nivel que ha alcanzado la afección mediante un suave papirotazo que produce un “retintín” metálico característico. Paso por alto los signos y síntomas de la presencia de bronce en los distintos órganos, que dejo a la viva imaginación de cada uno.
Al comprometer las cuerdas vocales, la voz se torna engolada y el lenguaje también.
Cuando el bronce invade los ojos, estos adquieren la “mirada interestelar” dirigida al infinito, imposibilitando al paciente distinguir lo que le rodea. En la cadena de huesecillos del oído se produce la “sordera valvular”: se oye sólo desde adentro y se rechaza el sonido exterior, en particular las opiniones distintas a las propias. Al llegar al cerebro, el bronce ataca difusamente todas las neuronas, con lo que el enfermo se cree prócer, soberano, infalible.
Cuando el grado alcanzado por la Broncemia es total, la persona pasa a ser útil solo en dos circunstancias. Una puramente ornamental, si la estética del broncémico lo permite, o cómo receptor del excremento colombófilo, es decir, “¡qué le caguen las palomas!”.
Esta dolencia es grave e incurable. Y lo peor, hay quienes afirman que es altamente contagiosa en círculos cerrados. Sin embargo, un tratamiento intensivo podría, al menos, detener la marcha de la enfermedad.
¿Cómo prevenirla? Hay que estar atentos a su síntoma más precoz: la pérdida de la capacidad de sonreír.