RICOBLOG

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domingo, 15 de julio de 2012

EL HOMBRE Y LA FRUTA. ¿Con piel o sin piel?


La piel, es sin duda, el mayor órgano del cuerpo humano o animal y actúa como barrera protectora que aísla el resto del organismo del medio que le rodea, protegiéndolo y contribuyendo a mantener íntegras sus estructuras al tiempo que actúa como sistema de comunicación con el entorno.
Algo similar sucede en el mundo vegetal, por ejemplo la fruta, una importante fuente de nutrientes que se contienen no solo en la pulpa sino en su piel que llega a acumular hasta el triple de fibra y vitaminas que su parte mollar, por ello, y a menos que dicha piel nos resulte áspera, muy dura o desagradable, no hay duda de lo beneficioso que resulta comerla con piel.
Todos tenemos claro que en el mundo de la fruta y su consumo hemos de salvar un inconveniente, en general son tratadas con insecticidas y otros agentes químicos para protegerlas de plagas y enfermedades, esto hace necesario el lavarla de forma adecuada, solo con agua fría, si deseamos eliminar lo impropio y administrado por agentes externos.
Sin embargo, volviendo al ser humano, no quiero referirme a la piel como ese recubrimiento formado por la dermis (capa interna) y la epidermis (capa externa), sino a esa otra piel que vamos dando forma a lo largo de nuestra vida y con la que pretendemos proyectar la imagen que deseamos que los demás tengan de nosotros y es de esa piel, dentro de este paralelismo, sobre la que me formulo la pregunta ¿Esa piel no genética sino construida puede tener, como la fruta, plaguicidas y contaminantes?
Mi respuesta es afirmativa y sin paliativos, esa piel que hemos ido forjando año tras año puede y suele presentar elementos nocivos, evidentemente no son pesticidas ni agentes químicos; son nuestros prejuicios, nuestros miedos, nuestros complejos y una lista interminable de elementos perjudiciales que intoxican nuestra piel, en definitiva todo aquello que disfraza nuestra autenticidad y que nos permite exhibir con innegable artificiosidad una personalidad con apariencia engañosa, es algo así como aparentar lo que no se es.
Para aprovechar las ventajas que nos ofrece la piel de la fruta contamos con una doble solución, la ya comentada de lavarla convenientemente o consumir fruta que provenga de una agricultura ecológica, exenta de insecticidas, fungicidas, acaricidas o herbicidas, tampoco utiliza fertilizantes químicos y practica la rotación de cultivo para mantener la fertilidad del suelo, porque la repetición de un cultivo en un mismo sitio favorece la aparición de plagas, hongos o malas hierbas.
Un desarrollo “ecológico” del ser humano requeriría de la universalización de una serie de valores que se me antoja impensable y por tanto utópico y no creo que una buena ducha nos libere de esa costra o caparazón que hemos ido dando forma, cual armadillo, para defender ante los demás nuestra verdadera esencia o como mínimo mostrar una cierta inaccesibilidad.
Yo desde luego tengo clara la conclusión: La fruta con piel, sin olvidar las medidas preventivas y las personas ¡SIN PIEL!

miércoles, 11 de julio de 2012

¡NO HAY DOS SIN TRES! Más allá de "La Roja"


No es difícil escuchar y en estos últimos días lo hemos padecido de forma intensa, incluido en versión musical, la expresión “No hay dos sin tres” cuando de forma estricta debería formularse de manera inversa, es decir, “No hay tres sin dos”, pero yo nunca la he escuchado en lo que considero serían sus términos correctos. ¿Por qué? No debiera parecer difícil admitir que nunca existiría el tres sino hubiera previamente “uno y dos”.
La expresión “No hay dos sin tres” para generaciones de corta edad y conforme a los recientes días vividos, podrían entenderla como un eslogan acuñado desde una campaña marketiniana para promocionar a nuestra selección de futbol cara a la Eurocopa 2012 “La Roja”; pero no, esta expresión proviene de la escuela Pitagórica, formulada hace cientos de años y que en forma de refrán trata de establecer el teorema de que una dualidad es un ciclo inacabado.
En este axioma se identifica el “uno” como la causa y el “tres” como el efecto, el “dos” es sencillamente la reacción de  la causa de la que inevitablemente surge el efecto. La escuela Pitagórica integrada fundamentalmente por astrónomos, músicos, matemáticos y algunos filósofos creía que todas las cosas eran, en esencia, números y que ninguna manifestación existía si en ella no había una trinidad, o dicho de otra manera todo es resultante de una dualidad generadora, por lo que si hay dos inevitablemente surge el tres.
Si este principio fuese cierto tendríamos que admitir que cuando dos personas forman una pareja, de forma inevitable, deberán tener un hijo o uno de ellos tendrá un amante “No hay dos sin tres”, pero en la pelea dialéctica del refrán también encontramos: “Tres son multitud”, “A la tercera va la vencida”, “No le busques tres pies al gato” o “A vivir que son dos días”, seguro que rebuscando se pueden encontrar algunos ejemplos más, pero creo que estos son suficientemente ilustrativos de la arbitrariedad de opinión.
Expresiones, como las que nos ocupa desde el principio, presentan la suficiente vaguedad como para admitir diferentes interpretaciones; pero si hemos sido capaces de inventar la ambigüedad también hemos descubierto su antídoto para cuando alguna de las frases hechas no nos funciona: “¡La excepción confirma la regla!”, que originalmente en latín decía “exceptio probat regulam” cuyo significado es: “la excepción pone a prueba la regla” y que desde luego no la confirma, pero es evidente que su significado original no podía cumplir con la pretensión de justificar un juicio inexacto y la fuimos adaptando a nuestra conveniencia.
También es cierto que contamos con la SEMÁNTICA como ciencia que estudia el significado de las palabras, pero no lo es menos que estas cambian con los hábitos y adoptan nuevas formas; estas desviaciones, que modifican el sentido original de las mismas, en ocasiones envían un mensaje que difiere del original o que llegan a desdibujarse tanto que permiten un sinfín de interpretaciones.
Y no digamos nada de esas “frasecitas” que a veces construimos, en apariencia sencillas pero que resultan ser de lo más artificiosas. Frases como:
“…O algo así”: Tu le dices a alguien “llevo un par de días con un fuerte dolor en la espalda” y te responde “puede ser un golpe o algo así”, ¿Qué es “o algo así”? Algo es un pronombre que implica una causa no determinada o que se pretende no determinar y que desde la preocupación de tu malestar te puede generar una considerable incertidumbre ¿Pretende decirte que puede ser algo grave?
“¿Sí o qué?”: Le comentas a otra persona “Este fin de semana no estaré en Madrid” y su comentario es ¿Sí o qué? Puede estar admitiendo que realmente no estarás en Madrid o se está cuestionando que puedes tener otros planes distintos a los que expresas. ¿Desconfianza…, por qué?
“Si eso…”: Sientes una inclinación especial por alguien y en un arrebato de atrevimiento le dices, “Me gustaría invitarte a cenar” y te responde, “Genial, si eso ya te llamo yo”. Madre mía, suena a frase lapidaria ¡Sí eso ya te llamo yo! ¿Qué es “si eso…”? Después de una respuesta así mis expectativas de ir a cenar se situarían bajo mínimos.
Muletillas o expresiones frecuentes en nuestro día a día que probablemente respondan a la voluntad de no ser totalmente sinceros, de no decir abiertamente lo que pensamos. Abrirse de verdad puede hacernos pensar que facilita nuestra vulnerabilidad, pero no hacerlo nos impide percibir a los demás como son, o al menos como creemos que son.
Yo acabo de decidir excluir de mi vocabulario expresiones como: “La excepción confirma la regla”, “No hay dos sin tres”, “…O algo así”, “¿Sí o qué?” o “Sí eso…” y cualquier otra que me parezca perteneciente a la misma familia.

domingo, 8 de julio de 2012

TOMAR DISTANCIA


Hace unos días al leer la expresión “tomar distancia” vino a mi cabeza algo que tenía prácticamente olvidado, o cuando menos adormecido, me refiero a ese odiado ejercicio que debíamos ejecutar a diario en el patio del colegio a la voz de “alinearse”; puestos en fila debíamos poner el brazo estirado y los dedos de la mano derecha sobre el hombro del de adelante, sin hablar, sin reír y completamente derechos, como en formación militar no era sino un ejercicio de orden, disciplina y respeto a la autoridad. Recuerdos de una época en la que el compromiso social, las ganas de un mundo más abierto y el no callarse a tiempo podían pasar una elevada factura. No juntarse, no hacerse notar, no correr riesgos, ser prudentes y… ¡Tomar distancia!
Hoy, unos más o menos canosos, otros más o menos calvos y todos con mayor o menor presbicia, lo vemos como una época oscura y que se ha tornado bastante borrosa, pero recuerdo que todo era blanco o negro, esta puede ser la causa de mi pasión por los infinitos matices del color; la única preocupación que me queda de aquella época es si aquel dichoso ejercicio diario de “tomar distancia” se ha quedado de alguna manera impregnado en nuestra conducta actual, impidiéndonos abrazar sin condicionantes ciertos cambios y mantenerlos allí, donde apenas podemos rozarlos con los dedos y un brazo estirado.
Pero el texto que me provocó estos recuerdos no tenía nada que ver con ellos, pues trataba sobre la conveniencia de tomar distancia psicológica respecto de los problemas para afrontarlos con mayor eficiencia; recuerdo una frase que me hizo tomar interés por el texto y que sentenciaba: “Aunque los humanos se esfuerzan por ser sabios, con frecuencia no logran serlo cuando razonan sobre temas que tienen implicaciones personales profundas”.
La conclusión que obtuve de esta lectura es la de que si tienes una perspectiva egocéntrica procesas la información de forma distinta a si tu perspectiva es más universal, y es que el egocentrismo te priva de la humildad intelectual que resulta precisa para reconocer los límites del conocimiento propio. Sí aceptamos que el egocentrismo te proporcionará opiniones más polarizadas, tomar distancia de dicho eje puede acercarte a reflexiones menos absolutas y exentas de condicionantes personales.
También “tomar distancia” te puede proporcionar moderación y aunque para algunos la moderación pueda resultar un síntoma de suponer insulso, aburrido o poco entusiasta, lo cierto es que te va a proporcionar cierta inocuidad ante la solemnidad, la rigidez y los excesos que surgen tantas veces de quienes están convencidos de que lo que piensan siempre es la verdad.
Yo apuesto por la apertura y la elegancia de los que son capaces de ponerse en el lugar de los otros, creo que los que entienden de estas cosas lo llaman empatía, de los que saben relativizar e imaginar diferentes percepciones o puntos de vista.
En este aspecto el sentido del humor me parece importante porque hay en él cambios de perspectiva y sutileza. Hay agudeza, ingenio, capacidad para salirse de lo obvio, para operar pequeños giros y descolocar con gracia, en definitiva para “tomar distancia”.

miércoles, 4 de julio de 2012

COMO SER UN CASPOSO. PARA SÍ O PARA NO


Cuando decimos de alguien que es un personaje “casposo” sin duda estamos manifestando la desaprobación que nos sugiere su conducta. El verbo popular los etiqueta como “frikis” o “borderline” aunque a mi juicio un casposo resulta ser aquel que “sin ejercer ningún oficio obtiene un beneficio”.
Si apartamos, aunque sea temporalmente, la discusión ética sobre el postulado de que “el fin justifica los medios”, todo apunta a que el fin para todos ellos es el mismo y muchos de ellos lo alcanzan ¡Fama y dinero! Te gusta o te disgusta pero lo conoces; puede incluso que te enerve, pero se permite licencias que tu presupuesto te niega.
El casposo es más inteligente de lo que nuestros parámetros de lo correcto nos permiten admitir, lo que nos conduce a su descalificación; ser un buen casposo exige un método y por tanto disciplina, sacrificio y constancia, valores que siempre reconoceríamos como virtudes deseables si no se utilizasen para algo que nos parece rechazable. Pero el “poder de la caspa” les proporciona lo que para la mayoría de nosotros siempre ha sido un sueño más o menos oculto y nunca hemos logrado ¡Ganar pasta sin dar un palo al agua!
Lo primero que necesita alguien para ser casposo es crearse un rol, un alter-ego o segunda personalidad que llaman los psicólogos; ilustraré este requisito con el ejemplo de Paco Porras quién estudió Filosofía y Teología además de Fitoterapia, Botánica, Homeopatía y Naturopatía y creó su alter-ego como vidente frutícola que lee el futuro mediante las frutas y verduras.
El segundo paso es crear una imagen pública reconocible, deber ser única, inconfundible y coherente con el alter-ego diseñado, podríamos citar como ejemplos a Carlos Jesús o Arlequín.
A continuación necesitamos acuñar una coletilla propia y única, una expresión que se oiga donde se oiga, establezca una conexión inmediata con el casposo al que corresponde, por ejemplo:
            “¡Te voy a poner dos velas negras!” (La Bruja Lola).
            “Yo por mi hija… ¡Mato!” (Belén Esteban).
            “Poooo-ziiiii” (Manuel Reyes “Pozí”).
Un refuerzo importante para el casposo es el de una madre, sea real o contratada, pero capaz de generar una simbiosis que potencie de forma importante el alter-ego del casposo. Nadie dudará que el ejemplo que voy a utilizar en este punto sea Margarita Seisdedos, la madre de todos de los casposos, pero sobre todo “La Madre” de Yurena, antes conocida como Tamara.
Hay dos aspectos más que no resultan desdeñables aunque no imprescindibles. Uno es su capacidad interpretativa y al no tenerla al menos simularla, el otro aspecto tiene que ver con la cirugía plástica, tentación que se acentúa con el ascenso en el ranking de los casposos.
Quién siga estos pasos y logre encaramarse al muro de los casposos puede que llegue a sentir satisfacción por el logro alcanzado, sin llegar a ser consciente de que ha abierto una válvula de escape de lo más íntimo de su ser real ¿Cuánto tiempo se puede mantener lo que no eres mientras te vacías de lo que eres? ¿Qué alimento emocional puede esperar un casposo cuando empieza a perder popularidad?
Lamento que mi pronóstico de futuro para los casposos, a medio o largo plazo, no sea nada halagüeño, pero me preocupa aun más quienes los hacemos posibles. La razón: ¿Divertimento o atracción? Sí es puro divertimento solo se me antojan como mal menor, serían como caricaturas relajantes en una sociedad condenada a una competitividad permanente y a veces agresiva que provoca cierto cansancio, en caso contrario, y espero que así no sea, la conclusión sería mucho más preocupante.
Tú eliges entre el oropel del casposo o el tesoro auténtico de ser tu mismo.

domingo, 1 de julio de 2012

"EL BUEN PRESUMIR" ¿ARROGANCIA O GENEROSIDAD?


Sí prescindimos de la primera acepción que nuestro Diccionario aplica al término presumir y que le define como la sospecha, juicio o conjetura de algo por tener indicios, encontraremos que se refiere a presumir como la conducta de la persona de vanagloriarse, tener alto concepto de sí mismo o cuidar mucho su arreglo personal para parecer atractiva. En mi opinión, el único término que dentro de este concepto presenta cierta toxicidad es el de vanagloriarse si le entendemos como la autoalabanza excesiva y presuntuosa.
Por otro lado creo que podremos estar de acuerdo en que la vergüenza no es lo que consideraríamos una virtud; desde luego en la más benévola de sus acepciones representa un encogimiento o cortedad de ánimo, sin embargo, el vergonzoso suele despertar ciertas dosis de simpatía, mientras que el presumido, por lo general, resulta antipático y probablemente esto sucede porque se asocia con el exceso, pero curiosamente no siempre consideramos el exceso como algo descalificante, por ejemplo: a quién muestra exceso de valor termina por considerársele un héroe y al que muestra exceso de bondad le elevamos a la categoría de santo, o como mínimo a la de persona desprendida y de gran corazón.
A mí me gustaría proponer el concepto de “buen presumir”, por supuesto sería un concepto sujeto a determinadas exigencias como desterrar tanto la fanfarronería como la falsa modestia; mientras que la fanfarronería refleja un alarde personal que se te va de las manos, la falsa modestia pretende autoalimentar el ego bajo un pretendido manto de humildad, pero a mí se me antojan, ambas, más cerca de la soberbia que de otra cosa.
La fanfarronería implica hacer alarde de lo que no se es, es como cubrirse de un manto de apariencia y hojarasca que oculte lo que probablemente uno no acepta de sí mismo, por otro lado, si modestia es la actitud tendente a moderar las acciones externas, lo que implica contenerse en ciertos límites, de acuerdo con las conveniencias sociales, junto a la cualidad de humilde, de falta de vanidad o de engreimiento, ponerle delante la calificación de “falsa” la convierte en algo inventado, forzado o falsificado.
El “buen presumir” sería la conducta que apadrinada por la sencillez, tendría como fin fundamental mostrar a los demás las mejores galas que uno cree poseer con la intención y compromiso de compartirlas. Este concepto exigiría matizar que presuntuoso y presumido no son sinónimos, el presuntuoso está lleno de presunción y de orgullo y por tanto de arrogancia y vanidad y aunque el presumido puede correr los mismos riesgos, basta para evitarlos la determinación de controlar su fatuidad, algo imposible para el presuntuoso.
No hay duda de que la conducta del presuntuoso es ofensiva, pues lejos de responder a una intención de mostrarse a sí mismo “tal cual” de forma veraz, se reviste de un falaz y ampuloso encubrimiento, que no puede ser sino una falta de consideración y respeto hacia los demás. El “buen presumir” podría llegar a ser una virtud si viene desprovisto de arrogancia y cargado de generosidad, una generosidad que pretende poner, a disposición de los demás, aquello que se considera lo mejor de uno mismo.
Y es que mientras la arrogancia se engalana a base de altanería y soberbia, la generosidad lo hace mostrando su inclinación hacia la utilidad e interés de los demás.