Entre nuestras
expresiones es fácil encontrar términos como “fuerza de carácter”, “fuerza de
voluntad”, “fuerza mental”, “fuerza mayor”, “a fuerza de…”, etc., parece que el
elemento fuerza está llamado a ser algo importante en nuestras vidas, tan
importante que incluso llegamos a hablar de “pegarse con uno mismo” ¿Es
autolesión, autoagresión, falta de amor por uno mismo,..? Se trata de
reflexionar sobre ello.
Para empezar yo
creo que se da una fuerte contradicción, tenemos miedos pero peleamos, nos
adornamos pero nos evaluamos negativamente, gritamos pero enmudecemos, es como
si viviéramos en una frágil armonía con nosotros mismos. No es contradictorio y
por tanto no supone pegarse con uno mismo el hecho de subir unas veces y bajar
otras, correr o descansar en ocasiones, estos son simplemente turnos, no puede
mantenerse una misma actividad de forma permanente.
Es bastante
probable que la autoagresión que supone el pegarse con uno mismo sea motivada
por un determinado nivel de depresión, aunque no necesariamente, en cualquier
caso todo apunta a que existen dos claras situaciones: la agresión auto lesiva
y la agresión pasiva.
La primera de ellas
es sin duda punible, demuestra abiertamente el deseo de ocasionarse un
perjuicio, de provocarse o infringirse un daño, de herirse, de transformar el
dolor y la tristeza en ira, aunque haya que matizar que el que fue educado y
ejemplar seguirá siéndolo aunque de una forma airada, por el contrario quién ya
tuvo dificultades previas con su carácter antes de su autoagresión, no solo las
mantendrá sino que las acentuará.
La otra de las
situaciones era la agresión pasiva, si buscáramos algunos adjetivos para esta
conducta deberíamos acordar el ser una conducta indirecta e inadecuada, una
conducta que nos quita más que nos da, que nos inhibe de nuestra verdadera
responsabilidad enterrándola u ocultándola y que nos presenta como verdaderos
“castigados” junto a nuestro sacrificio y a nuestro dolor.
Ni la punitiva ni
la no-deseada son conductas ansiadas, de una u otra manera ambas te llevan a la
irritación y esta no deja de ser una respuesta desmesurada, en ambas, tal vez
más en una que en otra, se muestra la carencia de ciertos frenos a la rabia y
la ira, dando paso a la alteración de la forma habitual de comportamiento, lo
que hace que ninguna de ellas sean deseables.
La punitiva ¡No y
con mayúsculas! La no-deseada ¡No y con mayúsculas mayores que la anterior”! Si
la punitiva resulta recriminable, que lo es, la no-deseada resulta peligrosa, es
como si la punitiva la vieras venir porque viene de fuera, pero la no-deseada
como indirecta actúa a escondidas, desde dentro, tú no la notas y a los demás
les sorprende.
Curiosamente ante
el doble problema la solución es triple: Proponerte luchar contra la agresión
punitiva, clara, directa y en busca de infringirte un perjuicio, desear una
pelea contra lo indefinido o agresión no-deseada que atenta contra tu propia
personalidad y por último evitar ambas agresiones.
Lo que es cierto es
que resulta absolutamente falso suponer que la mejor de las soluciones reside
en entregarse a la pelea, también admito que la dificultad reside en evitarla,
esa es la verdadera pelea, la otra es artificiosa y nos conduce al disimulo.
Si de verdad
quieres pelear hazlo contigo mismo y
no con tus circunstancias, se tú y no lo que dicten los demás.
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