Decidí escribir una
obra de teatro que reflejase mi vida futura, una obra que debía ser corta y
sencilla, una obra fácil para todo el mundo, pero pronto me di cuenta de que
desde luego no sería fácil para mí, me iba a ser más complicado de lo que
imaginaba, ¿Cuantos actos tendría? ¿Cómo se titularía?
Mi elección pasó
por escribir tres actos y el título dependería del desarrollo y contenido de
dichos actos, el cual no tenía nada claro para cada uno de ellos salvo que
hablaría de mis ansiedades y mis miedos.
De lo único que fui
consciente es que no podía seguir dando vueltas y más vueltas así que comencé
mi propósito de escribir la que sería “mi obra”, dando forma al primer acto. En
el escenario aparecerían mis circunstancias o aquellas que yo denominada como
tales, mis deseos y mi entusiasmo.
La escena cumbre se
basó en mi intención de abrazar todo aquello que anhelaba y desprenderme de los
hábitos que me lastraban y me impedían progresar en la vida. El acto breve y
sencillo como me había propuesto, finalizaba en una danza de pasión y frenesí
por afianzar mis preferencias.
Con el segundo acto empiezan a surgir nuevos personajes como los retos, luchas, amenazas y situaciones confusas, junto a las emociones o pensamientos que provocan y que no son otros que la incertidumbre, la perplejidad o la indecisión.
Todos juntos en una
alborotada coreografía cierran el acto recordándome machaconamente mis
desafíos, mejor dicho mi inconsistencia ante los desafíos propuestos, ¿Un tú
quieres o un tú puedes ser?
El tercer y último
acto no es sino un desenlace de los dos anteriores que establecen y encaran la
trama, es la consecuencia o conclusión de las premisas enunciadas en los dos
primeros actos y el tercero me dice que no es por aquí las cosa y que de esta
manera no voy a lograr lo proclamado en el primer acto.
Escrita la pauta o
guión de “mi obra” llega el momento de ponerle título, aunque ante el supuesto
desenlace se merece uno del tipo “Compañero de la mala suerte”, “No esperes más
de mi vida”, “Yo y mis circunstancias”, etc., pero yo quiero un título
positivo, no quiero pertenecer a ese grupo de personas que lo viven y repiten
una y otra vez, desde la frustración hasta la desesperación.
La única solución
que me queda es la de reescribir “mi obra”; una obra en la que el primer acto
lleno de esperanza y de lucha puede ser básicamente el mismo que escribí
originalmente, sin embargo, el nuevo segundo acto difiere ostensiblemente.
Desaparecen la
incertidumbre, la perplejidad y la confusión, apareciendo en escena la “no
cesión” que nos acerca más a nuestra libertad y al poder, y la “no resignación”
que te hace aun más dueño de tu energía, ambas te llevan más allá de tu mente y
tus dudas, solo sabes que te son desconocidos con antelación los cómo, los
dónde y los cuándo.
La resolución del
tercer acto es inmediata, viene inferida por la conducta desplegada en el
segundo acto, es positiva, sin miedos, primero actúas y después miras los
resultados obtenidos, te reafirmas en el incuestionable entusiasmo y mérito de
la experiencia adquirida. ¡Ahora sí!, ahora puedo buscar para “mi obra” un
título que exprese mi estado de ser, optimista y lleno de vida.
La mejor conclusión
que obtuve es que “mi obra” será lo que yo decida y que la clave reside en mi
forma de escribir el segundo acto, Al fin y al cabo solo he escrito dos
versiones, con un primer acto idéntico y un tercero que es el desenlace del
segundo, solo tengo un acto que escribir que se adapte a mis deseos y a mis
retos.
¡Sé que si escribo
mi segundo acto tendré “mi obra”!
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