Llámalo vacilación,
duda, perplejidad, irresolución o cualquier otra denominación que exprese
claramente un estado de incertidumbre, porque con independencia del adjetivo
que elijamos nos estamos refiriendo a la indeterminación que experimenta una
persona cuando se le presenta la situación de tener que escoger entre diferentes
juicios, hechos o decisiones.
“La duda” elimina
cualquier posibilidad de certeza, “la duda” cercena el terreno de la confianza
estableciendo límites a la veracidad de lo que se nos propone, “la duda” mina
nuestra seguridad ante la inevitable exigencia de la decisión.
De lo que no hay
duda es sobre el abanico conceptual de “la duda”, este resulta ser amplio y de
contenidos dispares, asignándole una múltiple familia de socios, aunque no siempre
consideraríamos que fuesen los deseables.
Existen corrientes
filosóficas que consideran “la duda” como una fuente de conocimiento que
permite reafirmarte en tu decisión inicial, o modificar la que previamente
habías tomado, y ello como fruto de la reflexión; en esta línea “la duda” te
aportaría una madurez que equilibra tu decisión y un camino hacia el
crecimiento personal.
Pero también
existen los que apelan como socios de “la duda” al miedo, la falta de
autoestima, la ansiedad, la indecisión…, en definitiva elementos que pueden
quebrantarnos o deprimir.
Nos puede hacer
dudar el miedo a lo que podemos considerar incontrolable y que llegamos a
etiquetar de destino, responsabilizándole de todo aquello que podría
proporcionarnos unos resultados distintos a lo que hubiésemos deseado.
Nos puede hacer
dudar un bajo nivel de autoestima que nos presione con la sensación de que
nuestra forma de actuar no es merecedora de la aceptación y reconocimiento de
los demás.
La duda puede
llegar a atraparnos en un mundo de indecisión y ansiedad, a sumergirnos en un
proceso de ambivalencias; la duda genera nuestra desconfianza y eso es
precisamente lo que nos convierte en no confiables ante los demás.
¿Pero qué nos lleva
a la duda? Tal vez el temor de poner a prueba nuestras capacidades, puede que
nos preocupe la posibilidad de sentir rechazo o simplemente el mostrarnos
diferentes a la apariencia que hemos tejido año tras año, como tela de araña,
de quienes somos o anhelamos ser.
Sin embargo, la
duda no siempre es un freno o elemento negativo en el devenir de las personas,
también es un exponente de la libertad individual, es la posibilidad de actuar
conforme al albedrío personal aunque no siempre esté gobernado por la razón. La
duda también puede ser una pausa en la carrera trepidante que nos impone una
sociedad acelerada como la actual.
La sociedad nos
impone, o como mínimo plantea, una serie de estereotipos o costumbres que
tienen que ver con el horario, los alimentos, vestimenta y múltiples patrones
que no siempre nos encajan y pueden generar cierto nivel de duda.
Todo esto me hace
pensar en “la duda” como un concepto complejo, y no “dudo” que lo sea. Veo la
duda como el pretil de un pozo que nos sumerge en la inacción o como el umbral
de una puerta hacia la libertad, una libertad con mayúsculas que nos confiere
la capacidad de pensar y decidir.
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