Supón por un
momento que eres una persona octogenaria y que, por alguna desconocida razón,
una editorial te propone publicar tu biografía aunque para ello te pone una
condición: “La biografía no podrá exceder de 300 páginas” al que deberías
añadir tu propio límite, lo que podríamos llamar un tiempo razonable para
escribirla, pues a esas edades resulta difícil pensar en disponer de una
eternidad por delante.
En ese momento
tomas consciencia de que como la gran mayoría de las personas, careces de un bloc
de notas o de un diario, aspecto que no califico de importante pero que sin
duda, de tenerlo, ayudaría a realizar el dibujo retrospectivo de lo que ha sido
tu vida; esperemos que al menos mantengas una memoria activa y saludable que te
ayude en el empeño.
Por otro lado,
parece que muy vacía debiera estar una vida para tener suficiente con un
espacio biográfico no superior a 300 páginas. Al no ser este un ejercicio que
en algún momento de mi vida me haya planteado, no puedo saber cómo reaccionaría
ante él, sin embargo, tengo la sensación de que las primeras imágenes que
vendrían a mi mente serían las que en su momento me resultaron altamente
placenteras o gratificantes, quizás las más cómodas pero no por ello las más
interesantes o productivas.
Tras el primer
torbellino de ideas, supongo que aparecerían los primeros síntomas de serenidad
con la recomendación de aplicar criterios de cautela y selectividad, debía
tener claro que cada espacio utilizado en afanes inútiles, en aquello que
perseguí porque brillaba por fuera aunque hueco por dentro, disminuiría las
opciones de incluir otros momentos, precisamente aquellos que verdaderamente
dotaron mi camino.
¿Un camino plano,
cómodo y seguro? ¿Un camino empinado, abrupto y tortuoso? Sin duda el camino de
una vida no es de una u otra manera sino de ambas, pero no es la carretera
plácida y como recién pavimentada la que desde su comodidad más me ha aportado,
por el contrario han sido los caminos complicados los que realmente me han
puesto a prueba, los verdaderamente significativos, los que me han obligado a
compartir y a intimar y en los que he tenido diferente suerte, pues no siempre
supe afrontarlos adecuadamente, pero todos ellos me enseñaron algo.
En el camino de mi
vida hay cientos de cosas que les pasan a la mayoría de las personas y por
tanto resulta fácil encontrarlas en sus caminos, pero hay otras, muchas o
pocas, que son como muy exclusivas y que difícilmente estarán en un camino que
no sea el mío, pienso que son esos los que deberían formar parte de mi
biografía, sin escatimar el componente descriptivo que pudiese ayudar a que los
demás visualicen mejor esas experiencias elegidas.
Con estas pautas es
probable haber decidido descartar como materia biográfica, o no dedicar más de
unas breves líneas a aquellos fastidios, rabietas, frustraciones y desencantos
molestos aunque atemporales, que pertenecen a nuestro pasado, que relegaríamos
a un triste y oscuro capítulo de nuestra biografía, pero que
incomprensiblemente permitimos que algunos de ellos estén demasiado vigentes en
nuestro presente.
Por otro lado, es
seguro que dedicásemos los mejores capítulos a nuestros valores, a nuestras
convicciones, a nuestros deseos y a nuestras mejoras intenciones, pero ¿Por qué
aplazamos parte de todo eso? ¿Por qué no empezamos, desde ya, como en las mejores
páginas de nuestra biografía?
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