RICOBLOG

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miércoles, 29 de enero de 2014

LOS COACHES DE PAPEL



El coaching es una técnica de desarrollo personal y profesional basado en la evolución de la persona y por ello resulta ser una técnica de gran potencia que igual puede conducirte al éxito que al fracaso.

En la actualidad hace coaching cualquiera, los profesionales, los oportunistas y los cándidos, pero hay grandes diferencias de unos a otros.

El coach oportunista no voy a considerarlo un elemento de distracción para mi texto, solo decir que es aquel que se beneficia de una situación propicia más que de una capacidad personal adecuada. El cándido es aquel que por haber terminado un curso, certificado o no, le confiere la condición de coach y se considera como tal sin verificar si su trabajo le concede tal vitola. El coach profesional precisa de una comunicación interpersonal adecuada y entender que sus valores o creencias no son únicos en el universo, que la persona con quién trata es un ser completo y que está para acompañar y no para decidir.

Un coach profesional huye de las medias aritméticas para diagnosticar, de hecho no diagnostica, por el contrario lo que hace es interpretar, indagar, sacar conclusiones, discutir impresiones con el coachee buscando su reflexión y en todo momento apoyándolo, motivándolo y acompañándolo.

Un asesor, un consultor, no son un coach (aunque algunos digan que prácticamente es lo mismo), un coach auténtico basa su esfuerzo por encima de todo en la idea de servicio, ha de tener criterio suficiente para identificar a un cliente dependiente y renunciar a él si considera que ha de ser atendido por otro tipo de profesional. Un coach auténtico ha de ser fundamentalmente sincero y altruista.

Definitivamente, el coaching está de moda. Solamente hay que mirar la parrilla de programación de nuestra televisión para darse cuenta. El coaching no es una terapia, no es un método, sino un entorno en el que una parte necesita mejorar un aspecto de su vida, conocido como "coachee" y la otra parte, es el "coach", o entrenador, que es el profesional que le intenta ayudar a mejorar.

Mientras no se saque una ley que diga lo contrario, el coaching no es una profesión regulada, es decir, cualquiera puede ser coach profesional. Da igual la titulación universitaria que se posea o que no se tenga ninguna, que simplemente se haya hecho un par de cursos de fin de semana de coaching para ser legalmente un coach y poder vender tus servicios a otras personas o empresas u organizaciones...

Mi padre, fruto de la postguerra, fue mi “primer coach”, el me decía lo que debía ser mi vida profesional con frase como: “Nunca me he dado de baja”, “Nunca he llagado tarde”, “No he desobedecido jamás a mi jefe”, etc., pero no era mi coach, era la proyección de lo que él pensaba, entendiendo que eso era lo mejor para mí y eso es lo que les sucede a los coaches oportunistas o a los cándidos.

Los falsos coaches te muestran un camino de progreso y de éxito si abrazas sus consignas, sus recomendaciones. Un coach auténtico te ofrece una duda, una incertidumbre, ¡Si tus formas actuales te aportan unos resultados no deseables, ¿Qué sucede si las cambias?!

Coach, coaching, coachee, palabras que hoy suenan a solución pero no son milagrosas, no resultan ser situaciones extraordinarias y maravillosas que modifiquen las leyes naturales.

Si decides contratar, para ti o para tu empresa, un coach, no le preguntes por lo que ha estudiado o donde lo ha hecho, algo que sin duda puede ser importante, pero sobre todo pregúntale cual es su experiencia siendo coach o aun no siéndolo, hay coach que lo son incluso sin saberlo.

La palabra mágica es acompañamiento, quién en lugar de ofrecerte compañía te ofrece soluciones te está aportando sus soluciones, la pregunta es ¿Por qué sus soluciones han de ser las tuyas?

miércoles, 22 de enero de 2014

¿VACILACIÓN, DUDA...?



Llámalo vacilación, duda, perplejidad, irresolución o cualquier otra denominación que exprese claramente un estado de incertidumbre, porque con independencia del adjetivo que elijamos nos estamos refiriendo a la indeterminación que experimenta una persona cuando se le presenta la situación de tener que escoger entre diferentes juicios, hechos o decisiones.


“La duda” elimina cualquier posibilidad de certeza, “la duda” cercena el terreno de la confianza estableciendo límites a la veracidad de lo que se nos propone, “la duda” mina nuestra seguridad ante la inevitable exigencia de la decisión.


De lo que no hay duda es sobre el abanico conceptual de “la duda”, este resulta ser amplio y de contenidos dispares, asignándole una múltiple familia de socios, aunque no siempre consideraríamos que fuesen los deseables.


Existen corrientes filosóficas que consideran “la duda” como una fuente de conocimiento que permite reafirmarte en tu decisión inicial, o modificar la que previamente habías tomado, y ello como fruto de la reflexión; en esta línea “la duda” te aportaría una madurez que equilibra tu decisión y un camino hacia el crecimiento personal.


Pero también existen los que apelan como socios de “la duda” al miedo, la falta de autoestima, la ansiedad, la indecisión…, en definitiva elementos que pueden quebrantarnos o deprimir.


Nos puede hacer dudar el miedo a lo que podemos considerar incontrolable y que llegamos a etiquetar de destino, responsabilizándole de todo aquello que podría proporcionarnos unos resultados distintos a lo que hubiésemos deseado.


Nos puede hacer dudar un bajo nivel de autoestima que nos presione con la sensación de que nuestra forma de actuar no es merecedora de la aceptación y reconocimiento de los demás.

La duda puede llegar a atraparnos en un mundo de indecisión y ansiedad, a sumergirnos en un proceso de ambivalencias; la duda genera nuestra desconfianza y eso es precisamente lo que nos convierte en no confiables ante los demás.


¿Pero qué nos lleva a la duda? Tal vez el temor de poner a prueba nuestras capacidades, puede que nos preocupe la posibilidad de sentir rechazo o simplemente el mostrarnos diferentes a la apariencia que hemos tejido año tras año, como tela de araña, de quienes somos o anhelamos ser.


Sin embargo, la duda no siempre es un freno o elemento negativo en el devenir de las personas, también es un exponente de la libertad individual, es la posibilidad de actuar conforme al albedrío personal aunque no siempre esté gobernado por la razón. La duda también puede ser una pausa en la carrera trepidante que nos impone una sociedad acelerada como la actual.


La sociedad nos impone, o como mínimo plantea, una serie de estereotipos o costumbres que tienen que ver con el horario, los alimentos, vestimenta y múltiples patrones que no siempre nos encajan y pueden generar cierto nivel de duda.


Todo esto me hace pensar en “la duda” como un concepto complejo, y no “dudo” que lo sea. Veo la duda como el pretil de un pozo que nos sumerge en la inacción o como el umbral de una puerta hacia la libertad, una libertad con mayúsculas que nos confiere la capacidad de pensar y decidir.

Goethe dijo: “Solo es digno de la libertad, quién sabe conquistarla cada día” y evidentemente eso exige decidir y decidir exige vencer dudas.

miércoles, 15 de enero de 2014

TU VIDA (O LA MÍA)



Supón por un momento que eres una persona octogenaria y que, por alguna desconocida razón, una editorial te propone publicar tu biografía aunque para ello te pone una condición: “La biografía no podrá exceder de 300 páginas” al que deberías añadir tu propio límite, lo que podríamos llamar un tiempo razonable para escribirla, pues a esas edades resulta difícil pensar en disponer de una eternidad por delante.

En ese momento tomas consciencia de que como la gran mayoría de las personas, careces de un bloc de notas o de un diario, aspecto que no califico de importante pero que sin duda, de tenerlo, ayudaría a realizar el dibujo retrospectivo de lo que ha sido tu vida; esperemos que al menos mantengas una memoria activa y saludable que te ayude en el empeño.

Por otro lado, parece que muy vacía debiera estar una vida para tener suficiente con un espacio biográfico no superior a 300 páginas. Al no ser este un ejercicio que en algún momento de mi vida me haya planteado, no puedo saber cómo reaccionaría ante él, sin embargo, tengo la sensación de que las primeras imágenes que vendrían a mi mente serían las que en su momento me resultaron altamente placenteras o gratificantes, quizás las más cómodas pero no por ello las más interesantes o productivas.

Tras el primer torbellino de ideas, supongo que aparecerían los primeros síntomas de serenidad con la recomendación de aplicar criterios de cautela y selectividad, debía tener claro que cada espacio utilizado en afanes inútiles, en aquello que perseguí porque brillaba por fuera aunque hueco por dentro, disminuiría las opciones de incluir otros momentos, precisamente aquellos que verdaderamente dotaron mi camino.

¿Un camino plano, cómodo y seguro? ¿Un camino empinado, abrupto y tortuoso? Sin duda el camino de una vida no es de una u otra manera sino de ambas, pero no es la carretera plácida y como recién pavimentada la que desde su comodidad más me ha aportado, por el contrario han sido los caminos complicados los que realmente me han puesto a prueba, los verdaderamente significativos, los que me han obligado a compartir y a intimar y en los que he tenido diferente suerte, pues no siempre supe afrontarlos adecuadamente, pero todos ellos me enseñaron algo.

En el camino de mi vida hay cientos de cosas que les pasan a la mayoría de las personas y por tanto resulta fácil encontrarlas en sus caminos, pero hay otras, muchas o pocas, que son como muy exclusivas y que difícilmente estarán en un camino que no sea el mío, pienso que son esos los que deberían formar parte de mi biografía, sin escatimar el componente descriptivo que pudiese ayudar a que los demás visualicen mejor esas experiencias elegidas.

Con estas pautas es probable haber decidido descartar como materia biográfica, o no dedicar más de unas breves líneas a aquellos fastidios, rabietas, frustraciones y desencantos molestos aunque atemporales, que pertenecen a nuestro pasado, que relegaríamos a un triste y oscuro capítulo de nuestra biografía, pero que incomprensiblemente permitimos que algunos de ellos estén demasiado vigentes en nuestro presente.

Por otro lado, es seguro que dedicásemos los mejores capítulos a nuestros valores, a nuestras convicciones, a nuestros deseos y a nuestras mejoras intenciones, pero ¿Por qué aplazamos parte de todo eso? ¿Por qué no empezamos, desde ya, como en las mejores páginas de nuestra biografía?

Mientras te llega, o no, el momento de escribir tu biografía, crea tu propia vida, vívela y hazlo desde el gozo y el disfrute de su autenticidad, evita que el deseo se disfrace de necesidad que te obligue a pelear por algo que una vez conseguido simplemente dará paso a un deseo nuevo.

miércoles, 8 de enero de 2014

UN AÑO NUEVO



Sí, un año nuevo, en este caso el 2014, lo que nos hace compartir unas fechas en los que mucha gente aprovecha para desear felicidad y salud a todos sus familiares y amigos, incluso en aquellos casos en que dudosamente sean deseos sinceros pero que la costumbre y protocolo del momento imponen.

Desde luego, en estos momentos, no es mi intención añadir mis “parabienes” a tan saturado espacio de buenos deseos y no porque no me encuentre identificado con ellos, y aunque es frecuente oír eso de que “lo que abunda no daña”, no es mi intención “abundar”.

Lo que si pretendo es hablar de esa pujanza que nos hace sentir todo principio de año, es como una fuerza que transmite el convencimiento de que por fin estamos ante la oportunidad de que nuestros anhelos vayan tomando forma. Se trata de una energía potente que nos hace vibrar ante la posibilidad de alcanzar los resultados deseados, y que este año así será.

De pronto sientes la capacidad de poder comportarte como esos productos milagrosos que denominan “multiacción”, ¡Te aplicas, como ellos, y el resultado surge! Es como un “Zaaassss” y todo sucede según lo esperado. Sientes la potencia de esos productos prodigiosos que sin esfuerzo alguno eliminan a fondo cualquier suciedad.

Si hablamos de un detergente para ropa elimina las manchas, suaviza las prendas y protege los colores, puede ser un producto que desinfecte, desengrase y abrillante, y en todo caso y haga lo que haga siempre nos ofrecerá un resultado final convenientemente perfumado, vamos que si te crees toda la publicidad hay casos en que solo es preciso enseñar la etiqueta para lograr el portento.

Volviendo a nosotros mismos, la confianza de que por fin este será el año esperado nos transmite tal energía que se nos escapa la euforia por los poros, desaparecen nuestras reservas y discreciones y gritamos a los cuatro vientos las excelencias que vamos a lograr. Se lo contamos a todo tipo de familiares, supuestos amigos, vecinos, compañeros de trabajo e incluso a gente que nos cae bien, que sabemos que confiarán en nosotros y que nos ayudarán si lo consideran preciso.

Esto nos hace contraer una deuda con quienes confían en nosotros y nos apoyan, pero también con nosotros mismos y en especial con nuestra propia autoestima, es ahí donde empiezan a pesar nuestras responsabilidades y surgen los primeros temores: ¿Habré sido demasiado ambicioso? ¿Mi locuacidad fue pertinente o impertinente?

Poco a poco empezamos a comprobar que enseñar la etiqueta no es suficiente, que los resultados no llegan sin esfuerzo, ¡Vamos que hay que restregar!, y no poco, que los objetivos que anunciamos a “bombo y platillo” pueden llegar a suponer un delirio de grandeza que formulamos desde momentos de optimismo desmesurado e irreflexivo.

Menos mal que nos quedan atenuantes como la mala suerte, lo inadecuado del momento, circunstancias inesperadas, un siempre pensé que sería de otra manera, etc., etc., etc. ¿Argumentos o justificaciones?, ¿Razones o disculpas?, ¿Convencen a los demás?, ¿Te convencen a ti?

Nuestros motivos pueden llegar a ser convincentes ante los demás, incluso pueden suponer razones suficientes ante nuestro propio ego, pero hay algo nada fácil de convencer como es nuestra mayor intimidad, eso que solemos llamar autoestima. Lo cierto es que se me ocurren unos cuantos argumentos de apariencia irrefutables, al menos ante los demás, ¿Cuáles se te ocurren para hacerlo ante ti mismo?

jueves, 2 de enero de 2014

LO EXCEPCIONAL



Sí como en tantas ocasiones acudo a mi gran aliado, que no es otro que el Diccionario de la RAE, podré constatar lo que académicamente hemos de entender como:

EXCEPCIÓN: Persona o cosa que se aparta de la regla común o condición general.

EXCEPCIONAL: Que se aparta de lo ordinario, o que ocurre rara vez.

Es evidente que ambos significados apuntan en la misma dirección, y que etiquetan todo aquello que no es lo habitual, la primera dificultad se centraría en definir el rango de lo que podemos considerar usual o inusual, y desde un punto más moralista, ¿Qué prácticas debemos entender como deseables y cuáles no?

Una de las características de lo excepcional es que ocurre rara vez, sin embargo, lo no excepcional transcurre en un espacio que denominamos “normalidad”, pero la “normalidad” de un comportamiento está vinculada a la conducta de las personas que no muestra diferencias significativas respecto a la conducta del resto de la comunidad a la que pertenece. Por ejemplo el uso de falda por parte de los hombres es visto con normalidad en ciertas regiones de Escocia, pero anormal en muchas otras sociedades.

Una fórmula prudente para mantenerse en el terreno de la normalidad la encontramos en el proverbio popular que nos recomienda “Donde quiera que fueres, haz lo que vieres”, y es que los comportamientos excepcionales son causa y origen de emociones de toda clase, desde las más nobles, hasta las más bajas; el proverbio lo que hace es invitarnos a no destacar y mantenernos dentro de los patrones de normalidad asumidos.

Sin embargo, el adagio citado debe tomarse con ciertas cautelas, pues ¿Qué sucede si hacer lo que vieres contraviene tus principios? ¿Qué pasa si estás, por ejemplo, en un entorno hostil, despótico o cínico, mientras que tus criterios y convicciones no lo son? ¿Haces lo que ves o haces lo que crees? ¿Decides ser normal o excepcional?

Por otro lado, el concepto “excepción” es claramente bipolar y no en su conceptualización pues siempre hace referencia a lo que se aparta de lo normal, pero sí en su aplicación ya que podemos utilizarla para expresar nuestra desaprobación o ensalzar nuestra admiración.

Cuando alguna de mis conductas se muestra reprobable no tengo la menor duda de calificarla como excepcional pues no forma parte de mi bagaje conductual, cuando el ser o hacer de otros merece el reconocimiento colectivo tampoco tengo reparos en etiquetarlo de excepcional.

La excepción no es buena o mala de forma intrínseca, simplemente es diferente a lo habitual, lo que la convierte en una condición que puede situarse en un rango que va desde muy buena a muy mala. Pero la excepcionalidad puede resultar caprichosa si la utilizamos según conveniencia: “Mis meteduras de pata son una excepción, los aciertos de otros también lo son”.

A veces acudir a la excepción es simplemente una justificación, es como “¡El mejor escribano echa un borrón!” lo que trata de establecer que no es lo habitual; desde luego no estaré en contra de la “excepción justificativa” siempre que no represente un freno y pase a minimizar el entusiasmo y empuje personal por hacer las cosas conforme a los principios y no a los convencionalismos.

Aparte de lo dicho, el mayor enemigo de la excepcionalidad es la frecuencia e intencionalidad con que dicho término se utiliza y quiero mojarme al respecto. Creo que echar mano de la expresión “Excepción” para salvar una conducta reprobable es una bajeza, y hacerlo cuando el comportamiento de alguien es habitualmente meritorio es una vileza.