Pongamos en marcha nuestra imaginación y especulemos sobre la posibilidad de un equipo de futbol o balonmano sin portero, una orquesta sinfónica sin instrumentos de cuerda, un proyecto empresarial nuevo sin plan financiero o una “peli” sin el malo; es evidente que en la mejor de las hipótesis podrían llegar a funcionar, pero estarían dejando fuera un aspecto de mejora por incorporar, ¿O alguien lo duda?
Sin portero, sin
instrumentos de cuerda, sin plan financiero, sin el malo de la “peli” o sin la
presencia posible y plausible de la mujer en los diferentes estamentos sociales,
estaremos renunciando a ese potencial de mejora que su inclusión nos
proporcionaría.
Dejemos la
imaginación y aterricemos en el día a día, con sus contradicciones y con sus
disparidades entre “el digo y el hago”; en el terreno de la autenticidad hay
algo que no tiene sentido negar, cuando se plantea la presencia femenina en el segmento
social más amplio posible surgen aspectos, que personalmente odio, como la
“cuotas” o las “diferencias entre hombres y mujeres”, cuestiones que algunos
llaman soluciones y argumentos, pero para mí son parches y justificaciones.
¿Por qué hablar de
porcentajes donde hay que hablar de capacidades? Y si las diferencias son
cualidades que distinguen unas cosas o personas de otras es evidente que solo
procuramos resaltarlas entre semejantes, lo que convierte las diferencias en
diversidad, y en ese orden no deberíamos hablar de hombres y mujeres sino de
personas, pues cada ser es único e irrepetible, ¿Por qué tratar de meter a todo
el mundo en dos sacos, uno para mujeres y otro para hombres?
Lo cierto es que se
mantiene un frente abierto y abundan los argumentos en uno y otro sentido ante
lo que sigue siendo un claro desequilibrio de género, yo he tratado de
confeccionar una lista de protagonistas sospechosos y me salen unos cuantos:
Políticos, empresarios, directivos, hombres en general y lo más llamativo, las
propias mujeres.
También creo que
existen modelos y roles avalados exclusivamente por convencionalismos
trasnochados que poco, por no decir nada, ayudan al cambio, por ejemplo:
La condición
biológica de la mujer para la maternidad suele inexplicablemente ser uno de los
principales caballos de batalla y lo de inexplicable lo digo porque
pertenecemos a un país con una de las tasas de natalidad más bajas del mundo y
dudo seriamente que el peso específico de un embarazo, ocasionalmente dos, deba
ser determinante en una carrera laboral, que de existir igualdad de
oportunidades y condiciones, podría extenderse a 30 años o más.
Después viene lo de
llevar los niños al médico, a la salida y regreso de las excursiones escolares,
a los cumpleaños de los “amiguitos” y a las reuniones del APA, pero si tenemos
en cuenta que tenemos una media de 252 días laborables al año, lo que supone
unas 1.800 horas, estamos hablando de una exigencia que generalmente no
alcanzará el 5% de la presencia requerida y que podríamos reducir a la mitad
mediante un reparto equitativo con la pareja en esas necesidades de
acompañamiento.
Pero lo que peor
llevo es la existencia de esos hombres maravillosos, plenos de generosidad que proclaman
a las cuatro vientos ¡Yo ayudo en casa!, una bandera que enarbolan orgullosos y
sin rubor alguno ignorando o pretendiendo ignorar que las responsabilidades son
inherentes a la pareja, por lo que ante dichas responsabilidades la actitud no
puede ser la de ayudar sino la de asumir. Y es que mientras ayudar es “auxiliar
o prestar cooperación”, asumir es “hacerse cargo o responsabilizarse”.
La igualdad no
implica uniformidad sino diversidad, sería bueno tener en cuenta que los
antecedentes lingüísticos, raciales, nacionales o económicos, ser hombre o
mujer, mayor o joven, puede aportar facultades físicas y mentales diferentes,
pero no diagnostican ni determinan superioridad o inferioridad respecto al
resto.
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