Rousseau ya dijo hace muchos años: “Si es la razón la que hace al hombre, es el sentimiento quién lo dirige”.
Si hemos de centrarnos en el sentimiento entonces deberemos hacerlo también en las emociones, al fin y al cabo son éstas las que nos hacen sentir. Sin embargo, no debiéramos olvidar que las emociones son sentimientos que nos enseñaron a reprimir en el pasado (¡no llores!, ¡no rías!, ¡no saltes!...) que nos cuesta gestionar en el presente porque las entendemos como aspectos que ante los demás nos hacen mostrarnos vulnerables y que a veces (muchas) tememos a futuro. Lo que fue, lo que es y lo que nadie sabe que será puede generar situaciones de estrés o ansiedad en más ocasiones de las que nos gustaría.
Y es que las emociones afectan a nuestras decisiones por lo que irán dando forma cada día a nuestra vida pues cada decisión que tomamos desencadena consecuencias de las que somos el primer responsable.
Esto nos llevaría a la simplificación de que hay emociones positivas porque me potencian y negativas porque me lastran, aunque creo que no sería fácil hacer una lista con unas u otras, seguramente la educación recibida, las experiencias vividas y en definitiva los valores de cada uno nos dificultarían el acuerdo.
Sin embargo, parece aceptable que decisiones tomadas desde una emoción de venganza o resentimiento pueda generar consecuencias más negativas que si el estado emocional en la toma de decisiones es de optimismo o de serenidad.
La fórmula a aplicar no resulta fácil, pero consiste en trabajar con nuestras emociones, primero y de forma reflexiva reconociendo nuestros sentimientos, después admitiéndolos y finalmente tratando de reducir las que entendamos que nos pueden lastrar y posibilitando las que nos resulten potenciadoras.
No quiero alargar más aquí esta entrada pero soy consciente de que sería una frivolidad darlo por terminado, por ello, me comprometo a abordarlo nuevamente en alguna otra entrada.
caca de caballo feo culiao
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