RICOBLOG

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sábado, 9 de julio de 2011

MIS QUIMERAS. "El mensaje de un lienzo"

Como suele suceder, mi despertador sonó cuando más dulce era mi sueño, al menos es la percepción que muchos tenemos, en ese momento, de que así es. Me fui desperezando lentamente y tras una tibia y prolongada ducha me dispuse a desayunar: Un Danacol (no es publicidad es cierto que lo tomo cada día), un zumo de naranja, un café y unas galletas, pocas dos o tres.

Tenía mi ropa preparada desde la noche anterior: Unos pantalones cortos “Coronel Tapioca”, mis calcetines y deportivos Nike, un Lacoste verde caqui para conjuntar, un chaleco paramilitar multibolsillos y un gorro de campo que me trajeron los Reyes Magos hace un par de años, cuando me vi ante el espejo pensé que parecía un catálogo de moda, pero me sentí cómodo y apropiado.

Mi equipo también estaba preparado: Un taburete plegable, un caballete portátil, un lienzo a estrenar y un estuche con pinceles y unos tubos de acrílico; doy por sentado que a estas alturas todo el mundo ya es consciente de que mi aventura consistía en una escapada al campo con la intención de pintar un cuadro.

Coloqué todo en el coche y tras ponerme mis gafas de sol (graduadas), pues era una mañana muy brillante, inicié mi camino hacia la gran obra, algo me decía que iba a ser un cuadro memorable, que cambiaría mi vida y mi forma de ver las cosas en un mundo que, sin serme incómodo, me gustaría cambiar.

Aproximadamente una hora después, conduciendo de nuevo a 120 Km/hora, me pareció llegar al lugar idóneo: Tranquilo, solitario, con mucha luz y todos los elementos deseables, mucha vegetación, agua abundante y un cielo limpio y luminoso que engrandecía el paisaje.

Desplegué y afiancé mi caballete en una ladera que me pareció un promontorio privilegiado por las vistas que me ofrecía y en una posición que evitaba que sombra alguna se proyectase sobre el lienzo. Unos segundos después surgió la preocupación, en mi estuche tan solo había tres pinceles, uno fino que desde luego utilizaría para perfilar mi obra, otro grande solo utilizable para espacios abiertos y trazos muy gruesos y uno intermedio que, sin duda, debería convertirse en el verdadero artífice de mi obra. Por el contrario, la gama de colores que comprobé en mi estuche me pareció más que suficiente, tenía blanco, negro, amarillo cadmio y oro, verde, azul y solo se me antojaba un tanto corta la gama de colores de tierra.

Preparé mi lienzo con mi sellador al agua para tapar los poros de la tela y me dispuse a iniciar mi “gran expresión”. La pintura empezó a brotar de los tubos, respondiendo a la leve presión que mis dedos ejercían sobre ellos y los pinceles la abrazaban sutilmente para depositarla de forma acariciadora sobre el lienzo, testigo de mis anhelos. Me alivió comprobar que no había olvidado a mis grandes ayudantes como el gel retardador del secado (me había decidido por el glazing al agua)  y la paleta húmeda.

Tras iniciar los primeros trazos comenzó mi pesadilla, con zozobra contemplaba como los azules se tornaban rojizos, los verdes adquirían un tono violáceo, los amarillos tendían hacia ocres oscuros y emergían blancos y negros, sobre todo negros, donde no los necesitaba. Era como una rebelión cromática, los colores, las luces y las sombras se autodefinían. El resultado fue un efecto espectacular, pero no entendía nada, admito que era una especie de danza colorida, pero ajena a mis intenciones, el resultado no tenía nada que ver con mi visión, ni con mi deseo.

En esos momentos sucedió; el cuadro me hizo pensar: ¿Y si el cielo no fuese azul? ¿Y si el agua no mojase? ¿Y si la hierba no fuese verde? ¿Y si la brisa del viento no te acariciase? ¿Y si los árboles creciesen hacia abajo? ¿Y si tu sombra te abandonara? ¿Y si tantas cosas fuesen de otra manera? ¿Y si las personas fuesen más sinceras?

Desde luego el cuadro no lo colgaré en mi salón, pero lo que me hizo pensar siempre irá conmigo, sobre todo la última pincelada: ¿Y SI LAS PERSONAS FUESEMOS MÁS SINCERAS?

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