RICOBLOG

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domingo, 30 de junio de 2013

DETERMINACIÓN



El concepto “Determinación” nos proporciona un variado abanico de usos diferentes y aunque es evidente que esto mismo sucede con múltiples palabras de nuestro idioma, es decir misma palabra y distintos significados, sin aun saber por qué, hoy es esta la que ha despertado mi interés y curiosidad.
Es posible que uno de los usos más extendidos sea el que nos transmite que ha sido tomada una decisión sobre algo, generalmente con el objetivo de resolver algo, una resolución para alcanzar un logro, ej.: Tomé la determinación de no fumar más, para no perjudicar mi salud.
La “Determinación” también puede expresar la osadía, valor o atrevimiento con el que se actúa, reflejar un comportamiento o conducta ante los hechos, un estilo de afrontar el devenir de los acontecimientos, ej.: O le demuestras mayor determinación a tu jefe o tendrás problemas.
Es utilizable para acotar, definir o especificar algo haciendo referencia a “determinada situación”, “determinado artículo”, “determinado día” etc.
Podemos “Determinar” o fijar los términos o los límites que deberán ser observados en preservación de un interés, ya sea particular o colectivo, ej.: Conviene “Determinar” normas mínimas de comportamiento para garantizar un evento sin problemas.
Y algunos usos más que he decidido obviar por presentar una relevancia menor.
Una vez liberado de academicismos y anclajes lingüísticos veo la “Determinación” como ese valor o principio que caracteriza a una persona que moldea sus definiciones y limitaciones como elementos claves en la toma de decisiones y aunque naturalmente puede errar, transmite seguridad y confianza.
También la veo como la simbiosis de diferentes características personales que forjan ese valor al que me refería en el párrafo anterior, características como:
Decisión: (resolución, firmeza de carácter) entendiendo que nace de un juicio propio que no incluye a los demás. Ha de ser el producto final de un proceso mental en el que se toma una resolución mediante una elección consciente. Si no se da esa firmeza surgirá la indecisión o dificultad a la hora de tener que resolver sobre algo.
Valentía: (esfuerzo, aliento, vigor, sacrificio) no se puede hablar de valentía cuando no te arriesgas a nada importante; cuando puedes afrontar una situación sin temor a nada y confiado por dominar claramente las opciones posibles no es valentía, debe existir el riesgo de perder ante el beneficio de ganar algo.
Responsabilidad: (deber, compromiso) una vez que determinas hacer algo te auto asignas la carga de acometer la tarea precisa para llevar a cabo la acción, es imprescindible dicha exigencia para hacerlo desde la eficiencia y la calidad. La responsabilidad ha de estar en la conciencia de la persona que le permita reflexionar, administrar, orientar y valorar las consecuencias de sus actos.
Convicción: (fe, confianza) es preciso creer en el paso que se va a dar, confiar en que alcanzarás el propósito final, y hacerlo sin dudas y con confianza. Quién tiene una convicción posee razones que le permiten sostener un determinado pensamiento o acción.
Una variante o derivación como doctrina filosófica la encontramos en el “Determinismo” que afirma que los acontecimientos están causalmente determinados por una cadena de causa y consecuencia, distinguiendo entre el “determinismo fuerte” que no cree en ningún suceso aleatorio y que, por lo tanto, sostiene que el futuro es potencialmente predecible desde el presente y el “determinismo débil” que admite la influencia de sucesos impredecibles.

miércoles, 26 de junio de 2013

COBARDÍA



Es evidente que la condición de cobarde tiene muy mal cartel, que te asigna el papel de ser una persona pusilánime, sin valor, ni espíritu; pero por ejemplo ser pusilánime implica la falta de ánimo y valor para tolerar las desgracias o para intentar cosas grandes. Eso me hace pensar que la cobardía más que una condición es una carencia.
Al menos así nos lo presenta la RAE al definir la cobardía como falta de ánimo y valor, es decir la ausencia o carencia de dichos elementos, esto me sugiere que la pelea hemos de enfocarla no en el destierro de la cobardía, que es un resultado, sino en el fomento del ánimo y el valor para superarla.
El ánimo “de acometer” sin duda exige esfuerzo, energía, intención y voluntad y el valor precisa de la resolución de acometer nuevas empresas incluso afrontando ciertos riesgos y dudas, la cuestión es ¿Qué nos impide desprendernos de lo que nos condiciona y coarta?
Todo ello me conduce a un nuevo concepto limitante que nos paraliza o condiciona, este no es otro que el miedo, pero… ¿Qué causa el miedo que te aboca a la cobardía? El miedo es una perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño que puede ser real o imaginario. El miedo es un recelo o aprensión que alguien tiene de que le suceda algo contrario a lo que desea.
Como ya describí en una entrada anterior, el miedo es una emoción dolorosa, motivada por la sensación de proximidad de un peligro, un peligro que efectivamente puede ser real o imaginario; el miedo es un instinto común a todas las personas del que nadie está totalmente libre y viene acompañado del deseo de evitarlo para escapar de una amenaza. Estos temores que brotan de nuestro interior van a condicionar nuestras actitudes ante la vida, yendo desde la simple timidez hasta el pánico exacerbado, pasando por la alarma que puede llegar a atenazar nuestro ser y hacer.
Sentir miedo no es ser cobarde, ser cobarde es no hacerle frente. Cuanto antes empieces a suministrarte el antídoto, mayores serán las posibilidades de parar el proceso de paralización y aumenta la probabilidad de romper las cadenas que te impiden avanzar ante las cosas, ante los demás y, lo más importante, ante ti mismo.
El antídoto se llama determinación, alimenta la firmeza de carácter y tonifica nuestra voluntad, la determinación es algo así como la vitamina que afianza nuestra capacidad para tomar decisiones incluso ante temerosos casos de duda.
Si hay cobardía es porque hay un miedo, si hay miedo es porque hay un recelo o aprensión de lo que pueda suceder y ese es el momento de elegir entre quedarte atrapado en el inmovilismo o de tomar una decisión, de afrontar las consecuencias de nuestra elección y sin obsesionarnos por el posible resultado, pues sea cual sea, si somos capaces de gestionarlo siempre nos dejará un legado.
El proceso de sanación, bueno mejor utilizaré el de superación para evitar connotaciones que puedan parecer exotéricas, es un proceso que requiere dos fases de terapia, una inicial de choque a base de determinación para impulsar la toma de decisiones y una preventiva de mantenimiento, consistente en aplicar sobre los resultados la reflexión desde la humildad y la autocrítica y no solo analizando lo que hemos hecho o no, sino si las expectativas eran razonables.
Las personas no nacemos cobardes, no es una herencia genética, la cobardía es una conducta que nos sobreviene por una u otra razón y toda conducta es modificable, pero modificar una conducta exige modificar hábitos lo que a su vez precisa de compromiso y esfuerzo.

domingo, 23 de junio de 2013

MORDERSE LA LENGUA



Sin duda podemos entender el silencio como la ausencia de ruido, sin embargo yo quiero circunscribirme al silencio como la abstención del acto de hablar, con un fin que no es el de eludir dar nuestra opinión, sino con el propósito de máxima receptividad hacia lo que nuestro interlocutor nos esté diciendo.
Para “mojarme” desde el principio diré que en el transcurso de una conversación el adecuado manejo del silencio es una ventaja, a la vez es un arte por lo que requiere aprendizaje y entrenamiento, la pena es que se está convirtiendo en un arte perdido, incluso entre los que tendrían hacer mayor gala de él, como es el caso de los tertulianos televisivos y ello con independencia de su condición, ya sean políticos, sean periodistas, sean “personajillos”, en definitiva y sean lo que sean parecen más gallos de pelea que conversadores.
Precisamente los que deberían responsabilizarse de transmitir una imagen ejemplar del arte de la comunicación son sus mayores transgresores, verdaderos activistas de otro arte, pero lamentablemente del arte de cómo no hacer las cosas y del desencuentro, verdaderos virtuosos del “no escuchar”; en mi opinión tal posicionamiento obedece a dos circunstancias: Un triste desconocimiento del poder del silencio y un desmedido afán de protagonismo.
Esto sucede porque quién habla suele recibir el reconocimiento de mantener una postura activa y protagonista, por el contrario al que escucha se le percibe en actitud pasiva que aminora o elimina ese protagonismo. Desde luego eso es una conceptualización errática, escuchar es una conducta activa y exigente, consiste en recibir la información de nuestro interlocutor, entenderla y demostrar que hemos comprendido lo que se nos ha dicho y para mayor dificultad, hacerlo sin la necesidad de compartir o estar de acuerdo con lo que nos dicen.
El pretendido protagonismo de un comportamiento activo como es hablar, frente al error de considerar la escucha como una actitud pasiva, termina convirtiéndose en el motor de grandes equivocaciones en el ámbito de la comunicación y no olvidemos que “comunicación” no es un concepto abstracto sino una necesidad y actividad permanente del ser humano.
Pero… ¿Cuáles son esas equivocaciones a las que nos empuja el querer hablar por encima de los demás?

  • Estar pensando en lo que vas a decir, en cuanto puedas, en lugar de centrarte en la información que te transmiten, esto suele suponer una desconexión con el núcleo de la conversación llegando a provocar la paradoja de que ambos interlocutores no conversen sino que discutan aun defendiendo la misma tesis.
  • Deleitarte más escuchándote a ti mismo que escuchando a los demás, en este caso no hay conversación, estas tan engolado contigo mismo que el universo gira a tu alrededor.
  • Adelantarte e imaginar lo que tu interlocutor pretende decir, lo que te va a llevar a terminar sus frases y al 99,9% de las veces a equivocarte.
  • Evidenciar ante tu interlocutor que no tiene ningún interés para ti todo aquello que pueda decir, esa falta de interés te lleva a centrarte en aspectos más gratificantes y en ese terreno tú y tus ideas ocupáis el primer lugar.

No deja de ser chocante que un fenómeno de desconexión comunicativa como este se acreciente en plena era de la comunicación y de la información, escuchar al otro siempre es una oportunidad de aprendizaje, ¿Qué nos lleva a la ingratitud de desperdiciarlo?, ¿Qué nos hace perder el respeto hacia la opinión de los demás? Solo se me ocurre una respuesta ¡La soberbia!

miércoles, 19 de junio de 2013

MI DIARIO



En ningún momento de mi vida llegué a sucumbir a la tentación de escribir “Mi Diario” un ejercicio que desde luego ni censuro ni critico, tampoco lo considero una costumbre arcaica o propia de adolescentes enamorados, por el contrario me parece un ejercicio de máxima intimidad y si se realiza de forma absolutamente sincera, supone un dialogo profundo con uno mismo lo que pasa por la aceptación de las emociones propias.
También es cierto que las tecnologías actuales pueden haber desvirtuado el concepto tradicional de “Diario”, ese cuaderno desgastado por el uso diario en el que cada día, con bolígrafo en ristre, uno se confiesa de forma reservada sobre lo más importante o destacable que le ha sucedido en el día. Los Blogs de dominio público o las redes sociales como dominios semi-públicos a veces sobrepasando fronteras personales que preferiblemente sería conveniente mantener, son utilizados de forma que encajarían más en esas páginas íntimas de un “Diario”.
Si tu impulso es escribir “Tu Diario” ¡Hazlo!, si deseas escribir en un Blog o en una Red Social ¡Hazlo también!, pero en todos los casos recuerda un importante axioma a la hora de escribir: Cuando lo hagas no pienses en quién te puede leer, es más, hazlo como si nadie te fuera a leer. Sin embargo, reconozco que sería bueno alguna matización si el vehículo de expresión es un “Diario” o un “Blog”.
Si lo que vas a escribir es “Tu Diario” solo necesitas dejar que fluyan las palabras, pues con independencia de cómo lo escribas, un diario es un libro por y para uno mismo, es una visión retrospectiva de los acontecimientos de cada día y como te has sentido en cada momento en ellos, un diario sincero es un documento de autoconocimiento.
Sin embargo, un Blog es un espacio diseñado para compartir, lo conviertes en algo que no te pertenece, al menos en su totalidad, no pierde su facultad de autoconocimiento pero pretendes llegar hasta otros, buscas que los demás participen en lo que sientes y piensas, lo que aconseja preservar ciertas normas, observar ciertas pautas; acertadas o desacertadas no tengo ningún inconveniente en revelar las mías.
Yo suelo elegir un tema, a veces una sola palabra, desde ahí paso a la reflexión sobre la elección que he realizado, ¿Qué pienso, que siento?, busco información al respecto, tomo notas, configuro un esquema que desarrollar y después de hacerlo reviso el resultado para hacer las correcciones que el texto me sugiera, por lo general el primer texto suelo escribirlo sobre papel utilizando alguna de mis plumas y la revisión la realizo conforme voy transcribiéndolo al ordenador.
Pero este no es el final del proceso, está prohibido enamorarse de lo que acabas de escribir, es fundamental archivarlo y volver a él unos días después, ganada esa distancia respecto al texto archivado, es más que probable que haya aspectos que te pidan ser revisados o modificados. Admito que en ocasiones altero mis propias pautas pero nunca me permito eliminar el paso del desenamoramiento respecto al texto.
Tus textos no siempre han de ser geniales, incluso habrá días en que el resultado será pobre o que no seas capaz de escribir nada, pero eso no es importante, junto a las luces siempre hay sombras y también habrá días brillantes.
Te recomiendo no resistirte a la práctica de escribir pensando que no es lo tuyo, hacerlo puede proporcionarte buena ortografía, capacidad de análisis y de síntesis, vocabulario, objetividad y relajación, pero el culmen llega si, como a mí me sucede con Ricoblog, aprendes a disfrutarlo.

domingo, 16 de junio de 2013

LA CUERDA FLOJA DE LA MEDIOCRIDAD



Cuando oímos el término “mediocre” deberíamos pensar que se refiere a algo de calidad media, o tal vez y como mucho, de mérito insuficiente o tirando a malo; esto habría que entenderlo como una alusión a algo o a alguien situado en una posición media y no interpretarlo como un término peyorativo que refleja una situación que no ha llegado a donde cabía suponer, por sus recursos, por las circunstancias y en una gran mayoría de casos por nuestras propias expectativas de lo que esperamos que suceda.
Si fijamos los extremos máximos y opuestos en el fracaso y en la excelencia, la mediocridad gozaría de un amplio espacio que ocupar, sin caer en uno u otro de los citados extremos y sin merecer el descrédito que nos sugiere lo mediocre.
Si entendemos por fracaso el acaecimiento de un suceso lastimoso, inopinado y funesto podemos afirmar que no todo intento acaba en fracaso y en el inaceptable caso de que así fuese el término fracaso no habría sido acuñado, pues todo final sería natural.
Algo similar ocurre con la excelencia; si todo proyecto o intento deslumbrase por sus resultados no existiría lo excelso, ningún logro brillaría por encima de otros, pero todo apunta a que estos hechos sobresalientes se dan.
En mi opinión, como suele suceder con todos los extremos los resultados que acaban en fracaso o excelencia son minoritarios, esto nos condenaría a admitir que la mayoría de nuestros actos caen en el terreno de la mediocridad, algo que no puedo aceptar y me empuja a encontrar razones que contradigan esta afirmación.
Tras un largo periodo de reflexión he llegado al convencimiento de que los  resultados posibles pueden ser decepcionantes, excelentes, mediocres o neutros, pero son resultados y el grado de su logro viene definido por la actitud con la que se acometen.
Los resultados de fracaso suelen venir acompañados de conductas pesimistas e inseguras, los excelentes provienen de comportamientos comprometidos y sacrificados sin excluir la creatividad y el ingenio, los neutros están exentos de unas y otras condiciones pero queda eximirles de las propias de la mediocridad, podemos no ser fracasados ni excelentes pero tampoco mediocres, simplemente comunes o habituales.
La actitud de la mediocridad tiene un sello propio, representa todo aquello que responde a un esfuerzo menor del que la persona está capacitada para realizar; conduce al “ser menos bueno pudiendo ser mejor”, fruto de una ambición sana de crecimiento, la pereza, la indiferencia, la ceguera o la sordera del verdadero potencial propio.
La mediocridad no implica el fracaso total pero llega a ser más peligrosa que este, te sitúa en la cuerda floja y presa fácil de todas tus debilidades, el mediocre se convierte en un ser temeroso e inseguro, refugiado en una pretendida satisfacción rutinaria dibujada por los límites auto impuestos y que sustituyen la exigencia por la excusa.
El mediocre no lucha, no goza del reto sino del confort desmedido y de placeres efímeros, el mediocre asume que los modelos sociales son de una determinada forma que nunca cambiará, lo que le lleva a rendirse antes de la batalla; no ser mediocre exige ser como somos y liberados de las cadenas de las apariencias sociales.
Pero… ¿Quién soy yo para definir la mediocridad de los demás, desconociendo si yo mismo soy mediocre?