RICOBLOG

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miércoles, 28 de noviembre de 2012

EROSIÓN EMOCIONAL



El término erosión últimamente bien adjetivado por el apellido emocional, lo que da forma a la expresión “erosión emocional” y es utilizado con frecuencia por los considerados gurús del management, pero… Lo que realmente nos quieren decir es: “Los líderes empresariales en la actualidad adolecen de un agotamiento silencioso que les resta energía para continuar ilusionando a sus equipos”. A mí, este mensaje me suena a una conclusión: Gestionar la bonanza es fácil, pero pueden no estar preparados para hacerlo en momentos de dificultad. Sí esto es así, la pregunta es obvia, ¿Hoy se cuenta con menos líderes en las empresas o es que una buena parte de los que contaban con dicho reconocimiento no lo eran?
Por otro lado parece que algo más de cuatro años de crisis han terminado por agotar el mensaje de “solo es cuestión de tiempo, todo volverá a ser igual” y habría que empezar a trabajar sobre el principio del cambio de modelo social y económico, es quizás ahí donde se acrecientan las dudas sobre la existencia de líderes preparados para ello, líderes que, por otro lado, se parapetan y excusan por el poco propicio escenario actual. Lo cierto es que durante mis 45 años como trabajador por cuenta ajena y una carrera profesional que ha recorrido desde “botones” a “Director General” he conocido muchos “jefes” y pocos “líderes”.
Pero reflexionando sobre todo esto me parece que “erosión emocional” es fundamentalmente una expresión acuñada desde una estrategia comercial propiciada por el marketing de una legión de consultoras a la caza de clientes, entre las que lamentablemente se encuentran mezcladas las que dominan y pueden proporcionar soluciones eficientes y aplicables y las que tratan de ampararse en envoltorios de apariencia milagrosa y parapetadas en pretendidos conocimientos cognitivos.
Sin embargo, si elimino lo que me parece una etiqueta comercial me viene a la cabeza la conocida expresión “tener la moral por los suelos”, lo que abre un ámbito nada privativo del patrimonio de los líderes sino de cualquier persona, razón por la que también aparece el dicho popular “Me crecen los enanos” y es que hay momentos en los que las dificultades se te acumulan, pequeñas o grandes decepciones, no importa su dimensión, generalmente es su coincidencia o acumulación la que acaba minando tu moral.
Es cierto que hay gente que cada día está presto para la pelea, que no permite que problema alguno le avasalle, que encara toda situación con actitud positiva y vaya para ellos mi admiración, pero nadie está libre de un bajón; aunque dicen que hay gente a la que nunca le pasa nada desafortunado o que su felicidad no se ve interrumpida con independencia de lo que suceda, no creo que esto sea así, me inclino más por pensar que son personas con una actitud positiva que impermeabiliza su moral, o que ocultan sus verdaderas emociones, el problema para este segundo grupo de personas es que la erosión emocional, la bajada de moral o el crecimiento de los enanos pueden desembocar en un proceso depresivo, al mantenerse bloqueada su espita de escape.
Volviendo a la erosión emocional del líder, que no niego, pienso que primero hay que cerciorarse de que se posee tal condición, la de ser jefe no basta, y desde luego no se puede ser líder si no te preocupas y ocupas de las inquietudes y vicisitudes que pueden acontecer a quienes pretendes liderar, evidentemente al margen de muchas otras condiciones del liderazgo que ahora no vienen al caso.
Confieso que esta entrada viene motivada por la confidencia de una persona que me comentó cierta indignación que le producía la actitud pasiva de sus colaboradores; tras una conversación al respecto con dicha persona solo se me ocurrían preguntas que evidentemente le trasladé, como: ¿Conoces las causas? ¿Qué nivel de indignación sientes respecto a ti mismo? ¿En tu supuesto liderazgo, orientas o mandas?... Espero que la respuesta silenciosa que recibí suponga una reflexión positiva para él y su equipo.

domingo, 25 de noviembre de 2012

MIS QUIMERAS:" El Camino"



Esa mañana cuando me levanté y decidí iniciar el camino tuve la sensación de encontrarme ante un nuevo sendero, las malas experiencias y sinsabores vividos quedaban atrás, pero a la vez también lo hacían los buenos consejos recibidos, esperanzas y momentos de satisfacción. En un giro del sendero percibí una sombra alargada detrás de mí que me perturbó, presentí que intentaba alcanzarme logrando hacer flaquear la firmeza de mis piernas, era él, ¡Mi ayer!, pero también sentí una sensación de alivio al observar que arrastraba un bulto de apariencia muy pesada.
Esa imagen me hizo suponer que venía cargado  de mis frustraciones, desencantos, sueños rotos, anhelos perdidos y todo aquello que prefería no recordar, esto me proporcionó un soplo de esperanza, no necesitaba retroceder para intentar frenarlo, lo más probable es que no pudiese mantener mi ritmo y cada metro me proporcionaría algunos centímetros de ventaja.
Sin embargo, algo sucedió en aquel momento, de repente me pareció que el sendero se empinaba, que las piedras y baches se multiplicaban bajo mis pies, lo que me llevó a plantearme si la mejor solución no sería sentarme al borde del camino y permitir que “mi ayer” llegase hasta mí.
¡Sucumbí ante la tentación y lo hice! Pero… en esos momentos sucedió algo, delante de mí apareció una luz, que parecía proceder del final del sendero y que me preguntaba: ¿Sabes que la mochila que te está lastrando es un equipaje emocional? ¿Sabes que dicho exceso te limita ante sensaciones nuevas? Para después decirme ¡Las piedras no están en el sendero, están en tu equipaje! ¿Por qué no son esas las que dejas al borde del camino y continúas de forma más ligera en busca de nuevos destinos?
Cuándo esa luz inició su desvanecimiento, el claroscuro del sendero desde sus barreras y dificultades, también me habló: “No niegues tus recuerdos pero no permitas que te impidan avanzar, ¡Progresa hacia tus nuevas metas!, y si no las tienes entonces si puedes sentarte al borde del camino, tu ayer hará el resto. Si el pasado no ha supuesto haber aprendido  y asimilado la necesidad de avanzar mediante nuevos retos, el camino no es el sendero a recorrer, el camino es la espera de que una y otra vez te atrape el pasado.
El mensaje final que recibí fue a coro, la luz que se desvanecía y el claroscuro del camino que avanzaba sin freno, de forma coral sentenciaron: “Dado que la vida es un permanente viaje, no siempre es fácil hacer el equipaje más adecuado”.
Me puse en marcha de nuevo, como si esas luces hubiesen sido un linimento analgésico y emprendí la búsqueda de un lugar apacible que calmase mis expectativas, tal vez un lago plácido o un valle repleto de colores y aromas llenos de vida nueva, en ese momento creí ser consciente de haberme liberado del exceso de peso de mi mochila, notaba un paso más ligero, por fin había admitido que mi ayer siempre formaría parte de mí, pero que no podía permitir que fuese el protagonista de mi presente.
Admito que las piedras del camino no desaparecieron, que las rampas continuaban ahí, pero entendí que la nostalgia a veces nos impide el control del compromiso y la responsabilidad de crearnos a nosotros mismo.
Después de esto solo puedo decir: Tú eliges el equipaje emocional que te acompañará en tu sendero.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

EL BALANCÍN DEL ¿SON QUIÉN SON?



Cada día te levantas de tu descanso nocturno y acudes a tu trabajo, a tus estudios o inicias tus tareas cotidianas; en todos los casos tarde o temprano te das cuenta ¡No estás solo!, a diario has de compartir tu vida con otras personas. Estas personas que te rodean se pueden agrupar en dos categorías: Las ocasionales o infrecuentes y las habituales; las primeras terminan desdibujándose con independencia del impacto que te puedan provocar, no va más allá de una percepción que se debilita progresivamente, que se desvanece en el tiempo, al encontrarse fuera de tu esfera diaria, las segundas te condicionan y dejan una huella en tu vida, quieras o no van a formar parte de tu realidad, están en tu día a día.
Estas personas con las que habitualmente te encuentras y de una u otra manera exigen compartir una parte de tu espacio emocional terminarán formando parte de ti, pero más que las personas mismas, lo que queda en ti es la imagen que construyes de ellas, esto nos lleva a preguntarnos como construimos la imagen de quienes nos rodean; si conocemos el proceso siempre tendremos un mayor radio de acción y por tanto una mayor capacidad de respuesta.
Las personas, a veces de forma consciente y a veces no tanto, tratamos de proyectar lo que deseamos ser y no lo que somos, para alcanzar ese resultado es posible llegar a mezclar verdades con medias verdades e incluso, en ocasiones, con mentiras, es frecuente actuar en la forma en que entendemos que seremos más aceptados y reconocidos por los demás.
Pero el dibujo que tenemos de todas las personas que forman parte de nuestro entorno tiene un trazo más, no sé si es el trazo más grueso, pero desde luego puede ser determinante y no depende de ellas sino de nosotros mismos, me refiero a las expectativas que nosotros albergamos, lo que presumimos de cada una de ellas; nuestro juicio diferirá de que la percepción que recibimos esté más o menos próxima a lo que esperamos, una persona nos puede decepcionar por no ser como creíamos; en una situación así el error es nuestro.
La posibilidad de conjunción de ambas situaciones recomienda tener cautela: Hemos de tener confianza en la gente pero sin caer en la ingenuidad, su “ser quién es” ha de reflejar regularidad y coherencia en su comportamiento y, por otro lado, controlar nuestras expectativas que no siempre se fundamentan en conductas observadas, sino en la esperanza de que se encontrarán cercanas a lo que más nos agrada o deseamos que sea.
Reconozco que esto puede plantearnos algunas situaciones complicadas de asimilar y que van a precisar de templanza; deberemos actuar con sobriedad, moderación y cierto grado de benignidad, pero firmes, buscar el equilibrio entre lo que percibimos y lo que nos gustaría. Es preciso aprender que las cosas y las personas pueden ser diferentes a lo que pensábamos o a lo que esperábamos, pero eso no les hace necesariamente censurables.
Y como en el circo, aparece el ¡Más difícil todavía!, las diferentes redes sociales constituyen vehículos que posibilitan la construcción de un “yo virtual”, son como un escaparate en el que nos mostrarnos como deseamos ser vistos.  A diferencia de todo lo anteriormente comentado, en estos casos existe premeditación y alevosía elaboradas metódicamente.
Todo esto resulta ser como un peculiar balancín con tres puntos de balanceo: en un extremo lo que son, en otro lo que pretenden o les gustaría ser y en el tercero lo que esperábamos; en ese inevitable vaivén se produce un flujo de sensaciones que llegan hasta ti; en ese balancín eres el punto medio, el apoyo central y sobre quién recae la responsabilidad de regular el equilibrio de lo que decides al respecto.

domingo, 18 de noviembre de 2012

EMPATÍA



(A petición expresa de mi amiga Arantxa a quién se lo dedico especialmente).

Según la RAE, empatía es la “identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimos de otro”; esta definición le confiere el carácter de destreza básica de la comunicación interpersonal, sin duda es una habilidad que facilita el entendimiento entre las personas y es que la empatía ayuda a reconocer los sentimientos y necesidades de los demás.
La falta de empatía es como una especie de sordera emocional que nos conduce a pensar que comprendemos a los demás desde lo que suponemos, pero esta superficialidad difícilmente nos permite salir de nuestro posicionamiento y aquí surge la gran pregunta, si esto lo hacemos desde nuestros pensamientos, sentimientos y necesidades ¿Qué nos garantiza que qué estamos cerca de nuestro interlocutor?
Empatía es un compromiso, es sensibilidad, es respeto ante las convicciones de otro y desde luego no exige abandonar las propias, empatía es ponderar las motivaciones e ideas de los demás desde el afianzamiento de las que uno mismo tiene, sin prepotencia, sin intolerancia y abierto a la posibilidad de concepciones diferentes. No es preciso estar de acuerdo con las ideas de alguien para ser empático, pero sí lo es aceptar la legitimidad de las posibles diferencias que se manifiesten.
La empatía nada tiene que ver con la simpatía o la antipatía, pues no es una cuestión afectiva, es una actitud reflexiva, es un ejercicio intelectual que nos permite comprender los sentimientos de otros y que pide un peaje, este no es otro que dar validez a los juicios y prejuicios de los demás, tal como hacemos con los nuestros. Consiste en abrir nuestra mente y tratar de captar a los demás desde su perspectiva y no desde la propia.
La empatía no viene de serie en nuestra carga genética, puede ser desarrollada si así se desea, pero este desarrollo exige desterrar algunas prácticas o conductas; quien aspire a ser una persona con comportamiento empático deberá evitar, entre otras cosas:

  •  Abordar una conversación desde sus ideas, permitiéndolas ser un escudo impenetrable a enfoques diferentes.
  •  Mostrar compasión.
  • Restar importancia a la preocupación o emoción del otro.
  • Evitar frases que impliquen reprobación, por ejemplo: ¿Así que vas a conseguir, es lo de siempre?
  • Erigirse como el modelo a seguir.

Pero no es suficiente evitar actitudes no favorables, también es preciso ser capaz de exponer y hablar de sentimientos propios, quien no puede hacerlo pone de manifiesto ciertas carencias en el terreno emocional ¿Cómo reconocer, con independencia de lo que uno siente, las emociones de los demás, si nos cuesta manifestar las nuestras?
Creo que a este tema no le vendría nada mal recuperar la frase de Mahatma Gandhi cuando decía: “Las tres cuartas partes de las miserias y malos entendidos en el mundo terminarían si las personas se pusieran los zapatos de sus adversarios y entendieran su punto de vista”.
Admito que no es fácil, pero pasa por entender qué mi verdad no es más verdad que tu verdad, ambas verdades se dan en el territorio legítimo de las experiencias y creencias de cada uno. La posibilidad de entendimiento, respeto y cercanía, pasa por la empatía y no por la confrontación.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

DECISIÓN E INDECISIÓN



En la vida hay dos tipos de decisiones: Las que tomamos continuamente de forma mecánica y sin necesidad de tomar consciencia de ellas, que generalmente identificamos como hábitos y las que nos exigen un plus de voluntad, estas últimas nos resultan más fácil de formular que de llevar a cabo, pero…, unas y otras forman parte de nuestra vida: La vida que llevo hoy es el resultado de las decisiones que tomé en el pasado y la vida que llevaré en el futuro tendrá mucho que ver con las decisiones que tomo cada día.
No voy a negar que toda toma de decisiones implica un riesgo, pero solo nuestros miedos nos niegan el derecho a equivocarnos; un derecho que acuña y moldea nuestro carácter a través de los aciertos o errores, pues de todo se puede aprender, disfrutando de la grata sensación del acierto o poniéndonos a prueba ante la necesidad o conveniencia de la rectificación.
El reverso de la decisión es la indecisión y si la primera nos genera ciertos niveles de incertidumbre e incluso de posible zozobra, la segunda siempre nos empujará hacia caminos desconocidos, incluso puede que hacia caminos no deseados. La indecisión no refleja nada más que una parálisis vital, ¡Pero si algo no se para es el tiempo!, tu indecisión obligará “al tiempo” a tomar decisiones por ti y sean las que sean no te pertenecen y sus resultados tampoco y da igual si son buenos o malos, solo serán fruto de la suerte o del infortunio, ¿Dónde estabas tú?
¿Qué hay detrás de la indecisión? ¿Vacilación, timidez, inseguridad…? Sea lo que sea acaba suponiendo un menoscabo en lo que solemos reconocer como personalidad, un apocamiento que evita que podamos considerarnos nuestro propio “álter ego”, es como la necesidad de que alguien nos aporte la decisión correcta, como si nos prescribiese la receta adecuada, la gran cuestión es: ¿Pretendemos traspasar la responsabilidad de la decisión, supuestamente nuestra, a quién nos aconseja? Es como un “bueno me dijo…”,  “yo no estaba convencido…”, “me dejé llevar…”
Las personas indecisas temen tanto equivocarse que viven en la equivocación, se refugian en eludir la toma de decisiones. En mi proceso de educación se me inculcó que la quietud era una forma de afrontar el riesgo o la duda del resultado, hoy se que era una doctrina errónea, la vida me ha enseñado que ante la duda lo primero a vencer es la paralización y pasar a la acción.
Desde luego no me he vuelto loco y por supuesto que no promulgo un “hacer por hacer”, creo que la toma de decisiones que merece ser rápida, libre y con buenas dosis de pasión, no puede olvidar que ha de ser reflexiva y responsable. Es preciso definir lo que quiero y asumir un compromiso con la forma de conseguirlo.
Quisiera dejar claro que mi apuesta no pasa por un ejercicio de frivolidad, ni por una conducta aventurera; admito que el terreno de las decisiones nos conduce frecuentemente por territorios inéditos, por lo que nos debe obligar a potenciar el autocontrol y la responsabilidad personal, pero nunca a escamotear nuestra propia realidad. Quienes somos, lo que somos y lo que pretendemos ser, es un espacio de exigencia que obliga a tomar decisiones.
Todo objetivo en la vida, y la decisión que su logro nos pide, conlleva algo de riesgo, tratar de evitar ese riesgo al negarnos la opción de decidir, solo permitirá diferir las consecuencias y el riesgo no se desvanecerá ¿Qué nos depararán las decisiones que no hemos tomado?